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LA CRÓNICA
Columna
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Lección magistral

La sala de actos del rectorado de la Universidad Autónoma estaba llena hasta los topes. Un tipo bajito, de nombre impronunciable, poseedor de una cabeza de perfiles dionisiacos, pronunciaba una lección magistral -de maestro, en el pleno sentido del término- en la que resumía el devenir de las últimas cuatro décadas para quienes, "como ustedes, ya no conocen la guerra fría". La audiencia, compuesta mayoritariamente por alumnos de la Facultad de Traducción e Interpretación -organizadora del ciclo Lengua, conocimiento y creatividad-, estaba seducida por el orador, el periodista y escritor polaco Ryszard Kapuscinski (Pinsk, 1932), quien, bajo el improbable título de Traducir el mundo, intentaba definir el trabajo del reportero como traductor de la realidad.

La culpa no es de los medios, es del lector, que se ha vuelto pasivo, perezoso. No busca, no quiere saber
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Quien hubiera acudido a Bellaterra esperando el relato de las mil aventuras que ha vivido y sobre las que ha escrito, habria salido decepcionado. Kapuscinski se limitó a reflexionar en voz alta sobre el mundo que le ha tocado vivir, en la vorágine de casi todos los conflictos de las últimas cuatro décadas, y señalar, advertir, la ansiedad del que ahora, tan distinto, tan opaco, emerge amenazador porque, como bien reconocía el viejo corresponsal de guerra, carecemos de imaginación y de referencias para enfrentarnos a él.

Kapuscinski no tiene soluciones, apunta observaciones. "La gran contradicción del mundo actual es que el progreso genera desigualdad y el incremento de las desigualdades no se detiene". Otra paradoja, especialmente para un polaco criado en el socialismo real: "El trabajo ya no es la base para acumular capital". Y una visión precisa, demoledora, de la pobreza, de la pobreza absoluta, sin perfiles: "La pobreza es la falta de perspectiva. Los realmente pobres nunca se rebelan. La pobreza mata el ánimo, mata la esperanza, niega la posibilidad de saber que se puede hacer algo para con la vida para mejorarla. Combatir la pobreza no consiste en dar de comer, aunque a veces sea necesario".

Se abre el turno de preguntas y la primera persona que toma el micrófono se enzarza en una larga disquisición sobre lo mal que está el mundo, lo mal que está todo, pero no pregunta. "Ah, bueno", dice Kapuscinski con infinita generosidad, "el tema es tan amplio... tan largo...". Y suspira. La segunda es más concreta: ¿cómo debe actuar un periodista?

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"Antes, los periodistas eran un grupo muy reducido, se les valoraba. Ahora el mundo de los medios de comunicación ha cambiado radicalmente. La revolución tecnológica ha creado una nueva clase de periodista. En Estados Unidos les llaman media worker. Los periodistas al estilo clásico son ahora una minoría. La mayoría no sabe ni escribir, en sentido profesional, claro. Este tipo de periodistas no tiene problemas éticos ni profesionales, ya no se hace preguntas. Antes, ser periodista era una manera de vivir, una profesión para toda la vida, una razón para vivir, una identidad. Ahora la mayoría de estos media workers cambian constantemente de trabajo; durante un tiempo hacen de periodistas, luego trabajan en otro oficio, luego en una emisora de radio... No se identifican con su profesión".

Los profesores y estudiantes de periodismo presentes en la sala no parecen darse por enterados. Kapuscinski sabe que ha disparado en la línea de flotación y rápidamente ofrece una salida. "No hay que desesperarse. Vivimos en un mundo en transición, pero hay cosas que aguantan, sigue habiendo grandes periódicos, y no sólo en Estados Unidos y en Europa, sino también en Brasil o en otros países. Y otro tanto sucede con las radios o con determinados programas de televisión, que mantienen un altísimo nivel profesional. La culpa es nuestra, del lector, que se ha vuelto pasivo, perezoso, no busca, no quiere saber. Hoy en día, quien quiere saber encuentra lo que quiere, encuentra cosas e historias maravillosas, el problema está en nuestra voluntad, en nuestra falta de esfuerzo. Si yo quisiera leer sólo un uno por ciento de todo lo bueno que hay a mi disposición, lo tendría muy difícil".

Así pues, ¿cómo debe ser un periodista? Hay que ser un "buen ser humano" y no se puede ser cínico para ejercer el periodismo. "Una cosa es ser escéptico o realista, pero es muy diferente ser cínico, una actitud incompatible con el buen periodismo". ¿Y cuál es el buen periodismo? "El verdadero periodismo es intencional", según Kapuscinski, "se fija un objetivo e intenta provocar algún tipo de cambio. El deber de un periodista es informar, informar de manera que ayude a la humanidad y no fomentando el odio o la arrogancia. La noticia debe servir para aumentar el conocimiento del otro, el respeto del otro. Las guerras siempre empiezan mucho antes de que se oiga el primer disparo, comienza con un cambio del vocabulario en los medios. En los Balcanes se pudo ver claramente cómo se estaba cocinando el conflicto".

¿Pero cómo se arregla el embrollo en el que vivimos?, parecían preguntarle los estudiantes, cada vez más inquietos. Kapuscinski no lo sabe. No busca la iluminación en los clásicos, no se saca a Tucídides de la manga. No cree que la respuesta esté en la guerra del Peloponeso o en los clásicos. "No tenemos antecedentes históricos que nos sirvan de referencia". Tampoco disponemos de instrumentos sociales para hacer frente a los retos del tercer milenio: "Los pobres están totalmente desorganizados, actúan sólo a nivel individual, cada cual va por su cuenta, los que emigran lo hacen de uno en uno, individualmente. No se está creando ninguna fuerza de confrontación. Tenemos que inventar nuevas formas de articulación social. Los partidos y los sindicatos son del siglo XIX, son débiles y ya no corresponden a las demandas de la sociedad. Nuestra imaginación no está preparada para vivir en este mundo, tenemos que cambiar nuestra imaginación para poder entenderlo".

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