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Reportaje:ESPECTÁCULOS

LA MOSTRA ARRANCA PROMETIENDO DINAMITA Y DANDO PÓLVORA MOJADA

Con la exhibición de Polvo, de Milcho Manchevski, se inauguró la 58ª edición del Festival de Venecia. El director macedonio obtuvo con 24 años el León de Oro de 1994 y se esperaba con mucha expectación su nueva película

La Mostra veneciana inauguró anoche su 58ª edición con una película muy esperada, Polvo, segundo largometraje del cineasta macedonio Milcho Manchevski, que con 24 años de edad ganó aquí el León de Oro de la Mostra de 1994 con Antes de la lluvia, su primera película, que sorprendió y conmovió en todo el mundo y sus calidades fueron refrendadas por la friolera de otros 30 premios internacionales, entre ellos el de la Crítica de ese año.

Si, hace siete años, Antes de la lluvia sorprendió, por tratarse de una ópera prima, a causa de la cercanía entre lo que su joven guionista y director Manchevski quería decir a través de ella y lo que efectivamente dijo en ella, ayer aquí el cineasta volvió a sorprender con Polvo, pero por motivos literalmente opuestos, por la enorme, casi disparatada, disparidad y lejanía existente entre lo que la película sobre el papel busca y lo que sobre la pantalla encuentra.

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Considerado como un director muy meticuloso y con tendencia al perfeccionismo, Manchevski habla con ideas precisas, enrevesadas pero de fondo claro, y parece conocer sobre qué territorios indaga y se mueve su cámara. Para él, Polvo quiere responder a cuestiones graves, eternas, como dónde va nuestra voz cuando deja de oírse; qué queda detrás de nosotros cuando nos vamos de muerte. Y se pregunta: ¿Sólo cenizas en una urna? ¿Sólo polvo?

'Me llegó la inspiración', dice Manchevski, 'cuando me di cuenta de que la iconografía de la revolución en Macedonia a comienzos del siglo XX era visualmente muy parecida a la del Oeste americano y más aún a la de la revolución mexicana: hombres de larga y espesa barba, bandidos que cabalgan sobre caballos blancos, hombres armados con ideales y fusiles. Yo he crecido al mismo tiempo que el spaguetti western y en Polvo, de manera involuntaria, hay posiblemente homenajes a esta fase del género. Pero yo relato este western, que luego se convierte en un eastern, no a la manera tradicional, sino de manera fragmentaria, con una forma de encuadre para la historia y otra para representar el tiempo a través de saltos. Yo llamo a esto filmar de manera cubista'.

Pero una cosa es claridad de ideas y otra, claridad de imágenes. El archicalculado eastern macedonio de Milcho Manchevski es, sobre la pantalla, un revoltijo, un auténtico vómito, una confusa empanada de visiones seudoapocalípticas en cadena, una estruendosa batería de encadenamientos de salvajes, bestiales matanzas, en las que quiere tenderse un hilo de congruencia poética. Pero lo cierto es que este hilo es tan endeble, tan pobre estructuralmente, que salta, se rompe y deja a Polvo literalmente hecho polvo, es decir, molido, sin vértebra, a merced del petulante tinglado cubista con el que Manchevs-ki se pone a matar moscas a cañonazos y, obviamente, yerra el tiro. Y, de paso, bordea el ridículo, queriendo hacer pasar por dinamita a simple y, a veces, simplota pólvora mojada.

La película, tal como la propone Manchevski, avanza a saltos y se configura argumentalmente a medida que ocurre este avance, es decir, retrospectivamente. Es un despliegue original, pero hay en su juego de salsa de tomate disfrazada de sangre un tufo a megalomanía, a engreimiento, a coqueteo con lo imposible, a cine petulante, que va de cruel y se queda en retorcido; que va de puñetazo de genialidad y se queda en hueca barbaridad. Esta inanidad sólo desaparece durante la presencia de un magnífico dúo de intérpretes en la fase, o el corte, del relato cubista que transcurre en Nueva York. Allí, la eminente Rosemary Murphy, una aristócrata de la escena de Broadway; y Adrian Lester, un formidable talento de la escena de Londres, bordan un imaginario idilio entre abuela y nieto que pone un destello de verdadero diamante entre tanto y tan rastrero polvo.

El director macedonio Milcho Manchevski, con Anne Bronchet (izquierda), David Wenham (segundo por la izquierda) y Nikolina Kujaca, en Venecia.
El director macedonio Milcho Manchevski, con Anne Bronchet (izquierda), David Wenham (segundo por la izquierda) y Nikolina Kujaca, en Venecia.REUTERS

Manchevski, del éxito a la hostilidad

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