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Camarón: un hondo quejío de 25 años

Documentales, proyectos museográficos, congresos, conciertos... El flamenco recuerda a su gran icono pop, desaparecido el 2 de julio de 1992

Camarón, retratado por Alberto García-Alix en 1991, un año antes de su muerte.Vídeo: epv
Amelia Castilla
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Gritos, lágrimas y avalanchas entre una multitud desesperada. La llegada del féretro con el cuerpo de Camarón al puente de Zuazo, en la localidad gaditana de San Fernando provocó un delirio generalizado. Tras llevar el ataúd a hombros entre empujones, Curro Romero, Tomatito y Paco de Lucía lo velaron durante toda la noche en el Ayuntamiento. Su muerte, el 2 de julio de 1992, como consecuencia de un cáncer de pulmón en una clínica de Badalona, supuso el nacimiento de una leyenda que en estos 25 años se ha agrandado. No ha surgido una figura capaz de ocupar el trono que dejó vacante en el universo flamenco. El año Camarón celebra la figura de un cantaor irrepetible con un documental sobre su figura, un proyecto de museo que recoja su legado, un congreso en octubre y un concierto en el que colaboran sus hijos.

Reconocido por puristas y heterodoxos, Camarón no solo revolucionó el cante. Se convirtió en un dios. Sus seguidores se partían la camisa al escucharlo por soleá y al acabar los conciertos lo buscaban para que tocara a sus hijos, una mitificación que no soportaba y que agudizó su onda autodestructiva. Vivió rápido, murió joven (contaba 42 años) y dejó un bonito cadáver. El cantaor superdotado, con un oído privilegiado, capaz de una afinación perfecta, adquirió una dependencia tan fuerte de las drogas, que acabó perdido en su propio bosque. Fue el divo menos afectado, un hombre ajeno a las modas que estaba sin estar y que hablaba cantando. Su frágil figura y su aire ausente lo acompañaron hasta el final. Le gustaban los trajes, en la última época llevaba una melena cortada a capas y solía lucir tres anillos en cada mano, pulseras, reloj y cadenas de oro al cuello.

Una ley no escrita identifica el flamenco jondo con el regusto amargo de la miseria y la vida bajo las estrellas, de la que surge un cante salido del alma. José Monge Cruz (San Fernando, Cádiz, 1950) nació en la fragua de su padre (los fragüeros son considerados la aristocracia del pueblo gitano), donde se hacían fiestas y se cantaba por La Perla de Cádiz y por Manolo Caracol. El penúltimo de ocho hermanos fue al colegio lo justo para aprender las cuatro reglas y los vecinos pronto se acostumbraron a la prodigiosa voz de aquel niño, al que un tío suyo le apodó Camarón por el color de su pelo. Le gustaban las peleas de gallos y los toros pero no tuvo mucho tiempo de juegos. Siendo un niño debutó en la Venta de Vargas, lugar de encuentro de flamencos.

Discografía seleccionada

‘Al verte las flores lloran’ (1969).

‘Son tus ojos dos estrellas’ (1971).

‘Soy caminante’ (1974).

‘Rosa María’ (1976).

‘Castillo de arena’ (1977).

‘La leyenda del tiempo’ (1979).

‘Como el agua’ (1981).

‘Viviré’ (1984).

‘Te lo dice Camarón’ (1986).

‘Soy gitano’ (1989).

‘Potro de rabia y miel’ (1991).

La búsqueda de repertorio centró buena parte de su juventud. El flamenco se ha trasmitido de manera oral, de padres a hijos y de cantaor a cantaor. Nadie sabe cómo se enteraba que en lugares medio ocultos, entre Algeciras y Cádiz, vivían buenos intérpretes, sobre todo gente mayor que ni grababa ni había oído hablar de eso, pero que sonaban auténticos. En Madrid coincidió con Paco de Lucía y su padre, el productor Antonio Sánchez quien dirigió la primera parte de su carrera. Su deriva como cantaor fue pasando de lo más puro a lo más comercial. Pepe Marchena solía decir que todo el que canta bien lleva remendados los calzoncillos. Y Camarón, al que le gustaba que el cante sonara gitano, también aparcaba la soleá y la seguiriya para llegar a un público más amplio.

El álbum de la revolución

Su discografía completa, desde el primer disco, Al verte las flores lloran (1969), grabado a los 18 años, hasta el último, Potro de rabia y miel (1991), pasando por La leyenda del tiempo (1979), el álbum que revolucionó el flamenco abriéndolo a nuevas músicas, grabado con el productor Ricardo Pachón, se encuentra disponible en todos los formatos

Vendía mucho, sobre todo en los casetes que se despachaban en las gasolineras, y ganaba dinero, mucho, pero el grueso de sus ingresos económicos procedía del directo. Camarón formaba parte del cartel de casi todos los festivales (aún no se habían convertido en reclamo comercial) que se celebraban en Andalucía. Era el rey de las programaciones: en la primera mitad de los setenta se popularizó un cartel muy apreciado por el público: Camarón y Turronero. Lo dejaban para el final, el último a ser posible, para que el público aguantara.

Su nombre en los carteles garantizaba el no hay entradas. Solía arrancar con un “voy a cantar un poquito por bulerías y luego lo que quieran ustedes”, pero no era habitual que diera propinas.

Su nombre en los carteles garantizaba el ‘No hay entradas’

En paralelo al éxito artístico, se creó también un cartel de cantaor conflictivo y polémico. A medida que fue pasando el tiempo y enganchándose más a las drogas —especialmente a la heroína—, el previo a sus actuaciones se convirtió en una incógnita: ¿cantará? Tomatito, que sustituyó en la guitarra a Paco de Lucía, siempre viajaba con él, pero nunca ha querido desvelar los apuros en que se vio envuelto. Se cuenta que tras una actuación, en la localidad francesa de Nimes, salió en el maletero del coche porque había cantado corto y un grupo de gitanos quería llevárselo a una fiesta. Otro día, en un pueblo de Cádiz, salieron huyendo por los tejados. Camarón no podía seguir y el público quería más.

En los años ochenta, su momento de mayor fama, contaba con un público incondicional de gitanos, que llegaba a los locales donde debía cantar horas antes de la actuación, cargados con los niños y la merienda. Las páginas de la prensa se llenaron con las espantadas que protagonizó. Podían ser 40 minutos de gloria o tener que devolver las entradas por incomparecencia.

Cuando comenzó a tener problemas de salud, a finales de los ochenta, todos sus recursos se vieron afectados pero nunca se retiró del Winston, del que fumaba hasta tres paquetes diarios. Ni siquiera cuando se metía en las cabinas insonorizadas, donde se ponía la voz en los estudios discográficos, olvidaba el tabaco, un espacio mínimo donde, al poco de entrar, apenas se le distinguía envuelto en humo.

Junto al éxito artístico, se creó una fama de conflictivo y polémico

25 años después de su muerte, su tumba se ha convertido en lugar de peregrinación, se han escrito libros y rodado películas (está en marcha un nuevo documental dirigido por Alexis Morante) sobre su vida, mientras su cara —impresa en tazas y camisetas o esculpida en oro— se vende en las tiendas o en los mercadillos de su ciudad natal. Allí se puede visitar su casa familiar y está previsto que se edifique el museo que exhibirá su legado, ubicado en un solar junto a la Venta de Vargas, donde empezó de niño a cantar y donde lo escuchó Manolo Caracol. Ahí, según cuenta la leyenda, soltó aquella frase lapidaria: "Un niño rubio no puede cantar bien por bulerías".

—¿Qué va a quedar de Camarón en la historia del cante?—, le preguntó en una ocasión el crítico de flamenco de EL PAÍS, Ángel Álvarez Caballero.

—Bueno quedará al menos mi discografía, y quien la escuche se dará cuenta de que yo conocía el cante y cantaba por derecho, con pureza.

También perdurará lo que dijo Paco de Lucía en "La búsqueda", la película sobre su vida filmada por su hijo Curro: “La voz de Camarón refleja como nadie la desolación del pueblo gitano".

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