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Elemental
Coordinado por Juan Carlos Galindo
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Crimen y castigo por el Madrid de 1861

El autor de 'La cajita de rapé' (Maeva) nos lleva de la mano por las zonas oscuras de la capital en aquella época

La noche del domingo 3 de noviembre de 1861, mientras en la calle de Atocha, José Antonio Ribalter inauguraba un gran almacén de vinos y licores, en su domicilio, situado en la carrera de San Francisco, una joven alcarreña que trabajaba como criada para la familia Ribalter fue asesinada. El navajazo asestado en el cuello por un agresor zurdo fue la causa de su muerte, aunque desde un principio el policía al frente de la investigación, José María Benítez, inspector jefe del distrito de La Latina, sospechó que cuando la criada fue asesinada se hallaba bajo los efectos de algún narcótico. Os propongo un paseo por ese Madrid de mediados del siglo XIX en el que tuvo lugar el crimen que la prensa de la época bautizó como “El caso de las alcarreñas”. Pero antes, veamos cómo era y dónde trabajaba la policía de entonces.

Vidocq, el inventor de la policía moderna

Si hay un personaje decisivo en la historia de la policía del siglo XIX, ese es, sin duda, el francés Eugéne-Francois Vidocq, ladrón, contrabandista y estafador, que de informador de la policía llegó a ser director de la Sûreté Nationale de Francia. Son incontables los avances en investigación policial que se asocian a su nombre y –por si eso no fuera ya suficiente motivo para comenzar recordando su figura en un artículo que habla sobre la Policía en 1861, tan solo unos años después de su muerte–, él fue el policía de carne y hueso que sirvió de inspiración para el nacimiento del género policíaco. Además, la presencia de todo lo francés en la sociedad española de mediados del XIX era apabullante y, aunque las memorias de Vidocq aún no habían sido traducidas al castellano en aquella época, su nombre era citado con frecuencia en artículos de prensa, revistas jurídicas y novelas.

Vidocq, ladrón, contrabandista y estafador, de informador de la policía llegó a ser director de la Sûreté Nationale de Francia

Pero ¿cómo eran los policías españoles en el Madrid descrito en La cajita de rapé? ¿Se parecían a aquel famoso delincuente francés que en 1809 decidió cambiar de bando y ofrecer sus servicios como informador a la policía?

¿Cómo era la policía de la época?

En 1861 gobierna en España la Unión Liberal, una coalición de conservadores avanzados y progresistas templados, liderada por el general Leopoldo O’Donnell. Apenas han pasado siete años desde que la Revolución de 1854 pusiera fin a los últimos desmanes y corruptelas de la Década Moderada y ese cambio de aires se ha dejado sentir en muchos ámbitos, incluido la Policía. En la Década Moderada era muy frecuente encontrar a exconvictos en los cuerpos policiales –como el célebre Jeroni Tarrés en Barcelona– y los altos mandos de la Policía recaían habitualmente en personas cercanas a la órbita del poder –como Francisco García Chico, jefe de la Policía de Madrid–, tuviesen o no la experiencia y titulación aconsejada.

Algo ha cambiado la Policía en 1861. La de Madrid, por ejemplo, se rige por un reglamento publicado tres años antes según el cual el inspector jefe de vigilancia de cada distrito ha de ser abogado, salvo por ascenso. Quedan, como es natural, entre los policías madrileños, algunos de los matones que trabajaron a las órdenes de Francisco García Chico –quien fue asesinado en la Revolución de 1854 por un grupo de exaltados que se tomaron la justicia por su mano–, pero cada vez son menos y entre los altos mandos de la policía, inspectores y secretarios, lo normal es que o tengan una larga carrera como empleados públicos, como es el caso del inspector Benítez, o sean licenciados en Leyes. La Unión Liberal del general O’Donnell intenta abolir la imagen de un policía zafio, sin escrúpulos y con un pasado carcelario, aunque entre los “nuevos policías” también los hay tan corruptos y vendidos al poder como los de la Policía de la Década Moderada.

La Policía, en la época que nos ocupa, estaba a las órdenes directas del Gobierno Civil de la provincia de Madrid, con sede en el Palacio de Cañete, en la calle Mayor, y el gobernador a su vez dependía del Ministerio de Gobernación, situado en la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol.

En cada distrito de Madrid había una oficina de inspección y vigilancia, en la que, entre otras muchas tareas, se expedían las cédulas de vecindad a las personas empadronadas en ese distrito. En esta oficina tenía su despacho el inspector jefe de vigilancia del distrito, cargo que tan solo unos años atrás era designado con el nombre de comisario.

Además de una oficina de inspección y vigilancia, todos los distritos contaban con uno o dos puestos de la Guardia Civil Veterana, que cumplía las funciones de guardia urbana de Madrid en esa época, y una prevención civil, local destinado a detener provisionalmente a los delincuentes hasta su traslado a la cárcel del Saladero.

La justicia y el garrote

El Palacio de Santa Cruz, actual sede del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, en la plaza de la Provincia, fue construido en el siglo XVII como cárcel de Corte. En el último tercio del siglo XVIII los presos fueron trasladados al Oratorio y Convento de la Congregación de Sacerdotes Misioneros del Salvador del Mundo. Aquel edificio, situado a espaldas del Palacio de Santa Cruz, fue utilizado como cárcel de Corte hasta el año 1850, cuando los últimos reclusos fueron llevados al Saladero y el edificio sacado a pública subasta.

En 1861 la planta superior del Palacio de Santa Cruz estaba ocupada por la Audiencia Territorial de Madrid y en torno a las galerías que rodean los dos grandes patios de la planta baja se distribuían los juzgados de primera instancia y los despachos de jueces de instrucción. El titular de uno de esos despachos, Ricardo Pérez Elgueta, juez de primera instancia del distrito de las Vistillas, fue quien instruyó la causa del crimen cometido en casa de los Ribalter.

El Saladero fue la principal cárcel madrileña en el reinado de Isabel II. Se encontraba en el extremo norte de la población, junto a la puerta de Santa Bárbara, en el ala oriental de la plazuela del mismo nombre, y era así conocida porque el edificio en que se instaló –construido en el último tercio del siglo XVIII– fue en su origen un matadero de cerdos y saladero de tocino. Esta cárcel estuvo en funcionamiento desde 1833, fecha en la que se trasladaron a ella los presos de la Cárcel de Villa (situada en la parte posterior del Ayuntamiento), hasta 1884, año en que fue inaugurada la Cárcel Modelo de Madrid (hoy Cuartel General del Ejército del Aire).

En la cárcel del Saladero pasaban sus últimos días los reos condenados a pena de muerte, que se ejecutaba entonces en el Campo de Guardias, una explanada situada al norte de la ciudad, extramuros a la puerta de Fuencarral.

Del Saladero –al mediodía del 7 de febrero de 1852, a lomos de un burro y vestido con ropa y birrete amarillos manchados de rojo sangre–, salió el cura Merino, el sacerdote liberal que había atentado contra la reina Isabel II apenas cinco días antes. En el Campo de Guardias, abarrotado de público aquella tarde, le esperaba el garrote, método de ejecución de la pena capital desde que, en abril de 1832, al final del reinado de Fernando VII, fuese abolida la pena de muerte en la horca.

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