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…y Jonas Kaufmann cantó Otello

Antonio Pappano se erige en el gran triunfador del debut de Jonas Kaufmann en el papel protagonista de la ópera de Verdi

Luis Gago
Jonas Kaufmann cantando Otello.
Jonas Kaufmann cantando Otello.Royal Opera House

OTELLO

Músicade Giuseppe Verdi. Jonas Kaufmann, Maria Agresta y Marco Vratogna, entre otros. Coro y Orquesta de la Royal Opera House. Dirección musical: Antonio Pappano. Director de escena: Keith Warner. Royal Opera House, 21 de junio.

El día en que los grandes —grandísimos— cantantes abordan por primera vez un nuevo papel pasa de inmediato a la historia. El 21 de junio de 2017 se recordará para siempre como el día en que Jonas Kaufmann se convirtió por fin en Otelo en un teatro de ópera. Tras su largo período de inactividad el pasado año y sus frecuentes cancelaciones, pocos hubieran puesto la mano en el fuego de que este estreno llegara realmente a producirse. En su vuelta a los escenarios el pasado mes de enero (en París, con Lohengrin), el tenor alemán mostró signos de que su recuperación no era completa y ahora, en Londres, su actuación invita a sacar una conclusión no muy diferente.

Kaufmann comenzó cantando con valentía: salvó su temible aparición en escena (tan solo trece compases, pero a plena voz,y que obligan a ascender, en frío, hasta un fugaz Si natural), pero no transmitió una imagen de poderío, y esta seguiría siendo la tónica durante el resto de la representación. Este agudo lo canta sobre el comienzo de la palabra “uragano”, y es que la ópera tiene un arranque feroz y huracanado, aunque la tormenta es no solo física, sino también psicológica, ya que tendrá efectos devastadores en todos los protagonistas. Salvado este escollo inicial del primer acto, Kaufmann cantó muy bien su dúo final con Desdémona, aunque le costó llegar al agudo final y mantenerlo, en este caso un La en pianissimo sobre “splende”. Y también aquí el texto de Arrigo Boito sirve de metáfora, porque si algo ha perdido su voz –ojalá que solo temporalmente– es tanto potencia como brillo.

El mejor Kaufmann llegaría después del descanso, especialmente en su monólogo tras el dúo con Desdémona del tercer acto (“Dio! mi potevi scagliar…”), un prodigio de fraseo y construcción, y en la escena del asesinato. Porque su técnica, su perfecta dicción, su entrega, su asombrosa musicalidad, sus magníficas condiciones de actor, su extraordinaria media voz, siguen ahí, inalterables, y sus virtudes para el papel superan abrumadoramente a sus puntuales carencias. No le ayudó tener a su lado a Maria Agresta, una cantante de voz grande que, haciendo honor a su apellido, tiende a un canto agreste, no siempre refinado, sin modular el volumen a las distintas circunstancias que ha de vivir su personaje. No compone una Desdémona frágil e inocente, sino rotunda y poderosa, aunque en la canción del sauce sí supo transmitir temor y fragilidad. Ha sido una lástima que Ludovic Tézier se haya visto obligado a cancelar por enfermedad el que iba a ser también su debut como Yago, ya que su sustituto, el italiano Marco Vratogna, es un cantante infinitamente menos completo que el barítono francés. Su Yago fue correcto en lo vocal, sin nada destacable, pero un tanto plano en la composición psicológica de este personaje artero, turbio, envidioso, racista y maquinador.

El verdadero triunfador de la noche fue Antonio Pappano, que considera Otello un Everest del repertorio operístico y que ha demostrado ser, sin asomo de duda, uno de sus mejores escaladores. Desde la desaforada tormenta inicial hasta los acordes “morendo” de los últimos compases, convirtió a la orquesta en la verdadera terapeuta del drama: supo escuchar y arropar a los cantantes y, al mismo tiempo, perfilar la psicología de sus personajes con mano maestra, una labor solo emborronada –y no es él el responsable– por la muy pobre prestación de los contrabajos en solitario cuando Otelo aparece con su cimitarra en el dormitorio de Desdémona, un golpe de genio de orquestación por parte del viejo Verdi. Fue modélico, por ejemplo, su énfasis en los trinos que suelen acompañar la presencia de Yago: esa oscilación constante entre dos notas contiguas constituye la mejor plasmación musical de su carácter desestabilizador, una taladradora que socava los cimientos de todo. Sabedor como pocos de sus problemas, Pappano mimó a Kaufmann y mantuvo a raya la tendencia al exceso de Agresta: cuentan quienes estuvieron en los ensayos que la frase más repetida del director a la soprano italiana era “un po meno forte”.

Poco puede decirse de la puesta en escena de Keith Warner: nada estorba ni chirría, pero tampoco aporta ningún hallazgo. Es Yago, solo, en silencio, a oscuras, quien desencadena la tormenta inicial tras arrojar al suelo una de las dos máscaras que sostiene en cada mano (Comedia y Tragedia). Esa misma máscara trágica, negra, la aplastará a la fuerza sobre el rostro blanco de Otelo al final del tercer acto, cuando canta despectivamente “Ecco il Leone!” Y parece ser la misma con que se ve Otelo reflejado en un espejo en el segundo acto, al dar comienzo su transformación en un monstruo. La escenografía, una suerte de caja negra a modo de túnel que se angosta hacia el fondo y se adivina como un trasunto de la lóbrega mente del protagonista, funciona eficazmente y evita los choques o incongruencias con el texto, pero Warner parece haber perdido la oportunidad de hacer algo más creativo, sutil u original, más deudor del drama original de Shakespeare, en una ocasión tan señalada, cuando las miradas operísticas de todo el mundo estaban puestas en esta producción, aguardada con una expectación inusitada.

No hubo al final, al igual que sucedió en el Teatro Real a comienzo de temporada, esos “applausi frenetici” de los que dejó constancia Giulio Ricordi en el estreno de la ópera en el Teatro alla Scala en 1887. Los aplausos se repartieron casi por igual para todos los protagonistas, pero el volumen y las aclamaciones crecieron, y mucho, como es de justicia, cuando apareció en escena Antonio Pappano. Lástima que ninguno de los cantantes estuviera a su altura en la ascensión a la cima y que no se haya marcado una época, como sí sucedió en este mismo teatro en 1992 con el Otello de Plácido Domingo, Kiri te Kanawa y Georg Solti, que ayer recordaban nostálgicos los espectadores más veteranos. Quien quiera juzgar por sí mismo podrá hacerlo el próximo día 28, cuando este Otello se transmita en directo a cines de todo el mundo, España incluida. Es muy posible que las representaciones, superado el estreno, y con un público de menos postín, vayan a más, sobre todo si el tiempo da un respiro, ya que Londres vivió el miércoles las temperaturas más altas en el mes de junio desde que hay registros. Todos nos alejamos exhaustos de la Royal Opera House.

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Sobre la firma

Luis Gago
Luis Gago (Madrid, 1961) es crítico de música clásica de EL PAÍS. Con formación jurídica y musical, se decantó profesionalmente por la segunda. Además de tocarla, escribe, traduce y habla sobre música, intentando entenderla y ayudar a entenderla. Sus cuatro bes son Bach, Beethoven, Brahms y Britten, pero le gusta recorrer y agotar todo el alfabeto.

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