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Sillón de orejas
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Para niños y mitómanos

Leer requiere, hoy más que nunca, un esfuerzo, pero es uno de los que compensan para siempre

Manuel Rodríguez Rivero
Caperucita Roja ilustrada por Tom Browne.
Caperucita Roja ilustrada por Tom Browne.Getty

1. Guarripios

Venga, va, denles un premio: ya han acabado el cole (y con mérito: el calor ha convertido las aulas en una sucursal posmoderna del infierno) y apenas están estrenando sus merecidas vacaciones, lejos de las aulas, de los profes, de sus primeras obligaciones más o menos académicas. Háganles un homenaje, se lo merecen. Ya sé que regalarles un libro, en la época de los móviles, los videojuegos y las superconsolas, es como obsequiar a Ferran Adrià con una sencilla hamburguesa con lechuga, cebolla y tomate, pero piensen que a lo mejor se aficionan (y también el cocinero) a la real thing en lo que a ficciones se refiere. Al fin y al cabo, también ustedes, improbables padres y madres apuntados a este Sillón de Orejas, también le cogieron gusto pronto. Leer requiere —hoy más que nunca— un esfuerzo, pero es uno de los que compensan para siempre: leer es haber leído porque, como decía Leo Spitzer y repetía mi maestro Carlos Blanco Aguinaga, leer llama a leer cada vez mejor. La oferta disponible es enorme; según datos del ISBN, en 2016 se publicaron en España dentro de la (estúpida) categoría internacional “infantil, juvenil y didáctico” la friolera de 18.506 títulos, un 22,8% del total de todos los publicados. De modo que hay libros infantiles y juveniles para dar y tomar. Lleven a su hija o hijo a una librería especializada, de esas que tienen espacios y muebles especiales para que los niños caten a gusto la literatura, ya verán la cara de felicidad que ponen. Y si no encuentran ninguna a mano, vale cualquier librería con buena sección infantil. De entre los libros de esa categoría (excluyendo los “didácticos”, que envío directamente al cajón de desechables) que me han enviado últimamente, he seleccionado tres. El libro de los guarripios, del gran Arnold Lobel (1933-1987), una historia de cerditos para niñas y niños a partir de cinco años contada mediante limericks (poemas cortos de cinco versos) que Kalandraka ha reeditado en la estupenda traducción de Miguel Azaola publicada por Alfaguara en 1985. Para los más mayorcitos recomiendo Los Bandidez, de Siri Kolu (Nórdica), una divertida road novel por las carreteras de Finlandia (donde hace más fresquito) protagonizada por una chica de 10 años a la que secuestra una banda de divertidísimos y desmadrados delincuentes. También para los preadolescentes más científicos, Kalandraka ha publicado el Inventario ilustrado de flores, de Virginie Aladjidi (con magníficas ilustraciones a la acuarela de Emmanuelle Tchoukriel), en el que se describen y analizan las características y aplicaciones de más de 62 tipos de flores de todo el mundo, incluido el cólquico o “quitameriendas”, del que tengo una reproducción en la puerta del frigorífico a modo de vade retro. En cuanto a los padres o tutores interesados en conocer a fondo de qué modo los cuentos tradicionales han ido construyendo nuestro imaginario a lo largo de generaciones, les recuerdo que Debate acaba de reeditar un libro imprescindible (casi tanto como los de Bettelheim) en el que se tratan los aspectos psicológicos de la fascinación que ejercen esas historias que nos contaron y seguimos contando: La bruja debe morir, de Sheldon Cashdan. De nada.

2. Mitomanías

Cada año se editan en todo el mundo cientos de miles de libros. Según datos proporcionados por la Federation of European Publishers, en 2015, y sólo en la Unión Europea, se publicaron más de 575.000 títulos nuevos. En ese maremágnum de felicísima diversidad cultural (excepto en los lugares donde hay censura, que no son pocos) en la que entra todo, de todos, por todos y para todos, hay un pequeño apartado que cada día aumenta: los libros dirigidos a mitómanos y fetichistas de lo literario. En España también se publican, claro: ahí tienen uno publicado hace unos meses por Reino de Cordelia (la editorial de Jesús Egido) del que se me pasó hablar en su momento, Libro de las invocaciones, en el que el dibujante Pablo Gallo retrata y comenta gráficamente a dos centenares de “escritores actuales” junto con el más célebre colega que cada uno de ellos ha “invocado” para la ocasión. Mi amiga Carla —una de las muy improbables lectoras que lee este Sillón desde lejos— me envía reseña de un libro del periodista Adrian Mourby, que resulta moderadamente apetecible. Su título, Rooms of One’s Own (Icon Books), que guiña el ojo al del célebre ensayo de Virginia Woolf, no refleja su contenido tan exactamente como lo hace su subtítulo: 50 lugares que hicieron la historia literaria. Mourby ha recorrido, visitado o se ha alojado en 50 lugares donde surgió la primera idea de la trama o fueron escritos algunos libros que han tenido importancia: desde el apartamento de King Cross en el que vivieron Rimbaud, su madre y su hermana en julio de 1874 hasta el café de Edimburgo en el que J. K. Rowling imaginó la primera aventura de Harry Potter. Una buena idea comercial para que alguien de por aquí hiciera lo propio con algunos autores nuestros: a ver si, por ejemplo, encuentran la habitación (¡y hasta la mesa!) en la que Carmen Laforet escribió (a los 23 años) Nada. O, más lejos, si consiguen alojarse en la cabaña (suponiendo que aún exista) del “novio americano” de García Lorca en Eden Lake (Vermont), en la que el poeta, sentimentalmente devastado (había huido de España para curarse las heridas causadas por el maltrato que le infligieron el calientabraguetas Salvador Dalí y el escultor tarambana Emilio Aladrén), se refugió unos días y, tal vez, imaginó algunos de los versos del Poema doble del lago Eden, uno de los más hermosos de esa obra maestra absoluta que es Poeta en Nueva York.

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