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Patricia Phelps de Cisneros dona 119 obras de arte colonial

La mecenas venezolana reparte el conjunto entre cinco museos americanos

Estrella de Diego
'Retrato de don Juan Francisco de Izcué y Sáez Texada', de Gil de Castro y Morales.
'Retrato de don Juan Francisco de Izcué y Sáez Texada', de Gil de Castro y Morales.
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La colección Patricia Phelps de Cisneros es bien conocida por sus extraordinarios fondos de vanguardia y arte actual en América Latina, por sus exposiciones internacionales o por la donación que la coleccionista venezolana y residente en Nueva York ha hecho recientemente al MoMA. Esta ha contribuido a transformar el mapa del museo y la relación entre sus piezas clásicas y el relato canónico que se verá obligado a rescribir en diálogo con las obras recién llegadas.

Hay otras partes menos publicitadas de la colección, si bien de enorme calidad y trascendencia. Son los rincones más secretos, aunque muy significativos. Está la sección que rescata el paisaje en América Latina a través de los viajeros —un conjunto de obras exquisito— o la parte conocida como Orinoco, objetos y documentos etnográficos exhibidos en 2013 en Galicia. Y luego está también el repertorio de arte colonial y republicano —básico para estudiar la producción artística entre el siglo XVII y mediados del XIX— , centrado en obras venezolanas, pero completado con piezas de los virreinatos de la Nueva España y el Perú. Esta parte es la protagonista de una donación de 119 obras a cinco museos americanos: el Blanton Museum of Art, en Austin; el Denver Art Museum; la Hispanic Society Museum & Library de Nueva York y el Museum of Fine Arts Boston, en Massachusetts; y el Museo de Arte de Lima (MALI), Perú.

Ese menor impacto de las secciones colonial y republicana —al menos frente a la enorme resonancia de las colecciones de XX y XXI— se debe tal vez a la pasión por lo más contemporáneo hoy. No solo. El canon impuesto a la hora de enfrentar y exhibir dicho arte colonial y republicano en la mayor parte de los museos europeos y norteamericanos podría ser otro de los motivos para el olvido. Durante demasiados años ese arte producido en América se ha visto como una especie de “copia” imperfecta del modelo europeo, en lugar de leerlo como lo que es en realidad: una traducción cultural asombrosa en busca de nuevas fórmulas narrativas que aspiran a desbordar el canon peninsular, tal y como apunta el historiador y experto en temas latinoamericanos Serge Gruzinski.

En el caso español, ese desconocimiento —a veces hasta rechazo— del arte colonial queda patente en el propio Museo del Prado, cuya espléndida colección sobre estos temas vive “exiliada” en el Museo de América (Madrid), donde un asombroso conjunto de pinturas de castas deja fascinados a los expertos que lo visitan.

Pese a todo, desde hace algún tiempo museos como el de Bellas Artes de Boston han vuelto los ojos al arte colonial de América Latina en un esfuerzo por contextualizarlo a nivel del continente, propuesta sugerente e imaginativa, que permite al visitante recorrer con nuevos ojos ese “arte primitivo” de EE UU, donde se leen unas idénticas preocupaciones por la traducción cultural.

Quizás, por su propuesta museológica novedosa y comprometida, el Museo de Bellas Artes de Boston se ha convertido en uno de los beneficiados de la donación de las piezas coloniales que la colección Cisneros va a distribuir entre instituciones pioneras en la conservación el arte colonial en EE UU como el Museo de Denver o la Hispanic Society; o museos con colecciones de arte contemporáneo que deben ser completadas con arte colonial, tal y como ocurre en el caso del Blanton Museum de Austin. Solo una pieza —asombrosa por otro lado— viajará fuera de EE UU. El retrato del limeño José Gil de Castro se trasladará al Museo de Arte de Lima, hoy referente para el arte republicano en buena parte debido a su directora, Natalia Majluf. El retratado, don Juan Francisco de Izcué y Sáez Texada, lleva un libro en la mano que subraya su aire distinguido, de hombre culto, típico de la pintura republicana. Y de pronto se convierte en metáfora de la propia colección Cisneros: piezas de calidad y generosidad para compartirlas.

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