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Críticas de cine
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Orgía de afectos

Roberto Pérez Toledo recupera el ritual orgiástico para convertirlo en podio privilegiado para lanzar preguntas incómodas aparentemente amables

Fotograma de 'Como la espuma'.

COMO LA ESPUMA

Dirección: Roberto Pérez Toledo.

Intérpretes: Carlo D'Ursi. Nacho San José, Sara Sálamo, Elisa Matilla.

Género: comedia. España, 2017

Duración: 93 minutos.

Una orgía es, probablemente, un territorio mucho más interesante que cualquier otro a la hora de formular una declaración de principios o esbozar una proposición de futuro: allí donde la desnudez de los cuerpos se encuentra con la efervescencia de las ideas recién formuladas. Así lo entendieron Artie y Jim Mitchell al culminar el ritual de iniciación libidinal de Marilyn Chambers de Tras la puerta verde (1972), título fundacional del porno chic, con una colectiva expansión orgiástica, dominada por el signo de lo libertario, donde lo que hoy se llamarían cuerpos no normativos se rendían al poder igualador del deseo. Seis años después, Francesc Bellmunt llegaba a la conclusión de que una orgía era la más diáfana metáfora del capital utópico que necesitaba liberar la Transición española tras cuarenta años de deseos reprimidos: en L’Orgia (1978), la liberación de la piel era, al mismo tiempo, una liberación ideológica y lingüística que aún no intuía que el bromuro del desencanto aguardaba a la vuelta de la esquina.

En Como la espuma, Roberto Pérez Toledo recupera el ritual orgiástico para convertirlo en podio privilegiado para lanzar preguntas incómodas envueltas con el papel de regalo, aparentemente amable, de su cada vez más afinado manejo de la comedia de afectos y desafectos. Con su tercer largometraje en solitario –el cineasta también participó en la colectiva Al final todos mueren (2013) y es autor de una prolífica obra como cortometrajista-, Pérez Toledo se revela poseedor de un reconocible universo personal y de un discurso unitario que ha ido ganando en complejidad, matices y sutileza, todo ello apoyado en un palpable dominio de los tiempos del relato y un sostenido gusto por la subordinación del encuadre a su fuerza cómica o dramática. El suyo, por resumirlo de alguna manera, es un universo de desinhibidos cuerpos musculados contemplados a la altura de una silla de ruedas que se resiste a ser territorio de exclusión; un mundo de sexos desencadenados donde el tesoro a encontrar es esa partícula de afecto esperando a ser recogida entre el fragor venéreo.

A la película se le puede reprochar prudencia y excesiva focalización fetichista en su representación –muy poco desnudo y demasiado torso masculino ciclado-, pero su rigor cuestionador, con leve toque queer, y su reparto presidido por un Nacho San José con permanente mirada de animal deslumbrado en plena curva contrapesan las debilidades de un trabajo muy comunicativo y amablemente incómodo.

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