_
_
_
_
_
EL CORREO DEL ZAR
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Clontarf 1014, apocalipsis vikingo

Una exposición en Dublín recuerda la célebre batalla que significó el ocaso del poder escandinavo en Irlanda

Jacinto Antón
Imagen de una reconstrucción histórica de la batalla de Clontarf, junto a Dublín.
Imagen de una reconstrucción histórica de la batalla de Clontarf, junto a Dublín.

Probablemente fue el mismísimo Thor el que me premió por ir en Dublín al Museo Nacional de Irlanda en busca de espadas vikingas en lugar de quedarme en el pub trasegando cervezas al ritmo de Molly Malone. Y es que no solo pude contemplar una colección de armas escandinavas de aquí te espero (incluidas maravillas como la Ballinderry Sword, una de las famosas espadas Ulfberht –por el nombre que tienen grabado en la hoja: se dice que es el equivalente en espada vikinga del sello de Apple en un ordenador-), sino que resultó que se exhibía en el museo una exposición sobre la batalla de Clontarf, según la tradición el apocalipsis de los vikingos en Irlanda.

Efectivamente, se considera esa sangrienta batalla, que se libró el 23 de abril de 1014, un Viernes Santo (no para los vikingos paganos) en Clontarf, un lugar cerca de Dublín que se ignora dónde está (aunque hay un barrio residencial de la ciudad que se llama así, lo que quizá sea una pista), el final de la dominación extranjera (vikinga) sobre los irlandeses. Como siempre, las cosas no son tan sencillas, ojala lo fueran (por ejemplo, luchaban vikingos en los dos bandos), pero el enfrentamiento se ha convertido en un acontecimiento fundamental en la imaginación popular, y cualquiera lo saca de allí.

Se exhiben restos de drakkars y se señala que una buena parte del contingente vikingo se ahogó tratando de regresar desesperadamente a sus barcos.

Aparte de que fue una batalla en verdad espantosa, una carnicería –eso lo atestiguan tanto las fuentes irlandesas (el Cogad Gáedel re Gallaib, La Guerra de los irlandeses contra los extranjeros) como las escandinavas-, Clontarf tiene la curiosa característica, común a otras contadas grandes batallas, de que el vencedor (como Nelson en Trafalgar y Wolfe en Québec) la diñó durante el combate. El famoso Brian Boru, rey de reyes irlandés y el paisano más famoso después de Joyce, Michael Collins y Bono, cayó bajo la espada del danés Brodin. Yo pensaba que había sido en combate singular, pero resulta que no: el monarca era ya anciano y se quedó rezando en su tienda hasta que el vikingo en retirada asaltó el campamento y acabó de un espadazo con (tengo que escribirlo) la vida de Brian. Brodin no se fue de rositas: lo pillaron, le rajaron el vientre y lo tuvieron dando vueltas a un árbol hasta que se le salieron todas las entrañas (eran tiempos duros).

En Clontarf murieron además el hijo y sucesor de Brian Boru, Murchad -del que se dice que mató a cien enemigos, cincuenta empuñando la espada con cada mano, ventajas de ser ambidiestro, entre ellos a Sigurd, el jarl de Orkney poseedor del mágico estandarte del Cuervo-, y su nieto y su sobrino. Así que la gran victoria de Clontarf significó paradójicamente el fin de la dinastía de Boru.

Espadas vikingas en el Museo Nacional de Irlanda (Dublín).
Espadas vikingas en el Museo Nacional de Irlanda (Dublín).

Otro de los personajes famosos de la batalla, el líder contrario, el rey vikingo de Dublín, Sihtric Barba de Seda (no confundir con Sihtric el Bizco), se limitó a observarla desde sus murallas. Según la leyenda, la batalla se inició con un duelo singular entre dos paladines, Domnall mac Eimin, un escocés aliado de Brian (por la descripción podría ser el mismísimo Connor MacLeod de Los inmortales) y el gran guerrero vikingo Plait: ambos se mataron el uno al otro atravesándose con las espadas a la vez, lo que es un buen principio para una masacre.

La exposición sobre Clontarf en la primera planta del museo es pequeña pero te pone al día de lo esencial. Explica que en esa época los irlandeses habían aprendido las técnicas de lucha de los vikingos y disponían de armamento muy parecido. Se exhiben restos de drakars y se señala que una buena parte del contingente vikingo se ahogó tratando de regresar desesperadamente a sus barcos. Lo más emocionante de la muestra es que exhibe la espada de Dollymount, hallada en la orilla de la bahía de Dublín en 1870: es una espada vikinga del tipo más común que se encuentran en Irlanda y no está particularmente bien conservada; pero se considera que puede ser la única arma superviviente de la batalla de Clontarf. ¡A lo mejor incluso la que mató a Brian Boru! A ver quién prefería beber una pinta que contemplarla...

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_