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TIPO DE LETRA
Columna
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Liebre por gato

La historia literaria no se escribe con las colas de firmas de la Feria del Libro de Madrid

Javier Rodríguez Marcos
Cartel de Ena Cardenal de la Nuez para la Feria del Libro de Madrid 2017.
Cartel de Ena Cardenal de la Nuez para la Feria del Libro de Madrid 2017.

Pronto hará 40 años, como de las primeras elecciones democráticas. Durante la feria del libro de 1977, un joven valenciano que trabajaba en la librería Futuro invitó a un escritor argentino de paso por Madrid a firmar en el Retiro. Eran tiempos en los que podían leerse noticias así: “En los últimos ocho días, ocho librerías madrileñas han recibido amenazas que terminaban con la inscripción ‘Viva Franco, Viva Cristo Rey”. De hecho, el muchacho valenciano había trabajado en una, La Tarántula, que ese año sufriría un atentado con gasolina. Se queman los libros cuando no se puede quemar a los lectores. Futuro era una iniciativa de lectores próximos al PCE. El mismo día que el escritor argentino, dedicó ejemplares una de las estrellas del partido: Ramón Tamames. Mientras la cola del economista daba tres vueltas a la caseta, su vecino firmó los cuatro ejemplares que el anfitrión habría repartido entre los amigos para no dejar solo al invitado, que, previsor, acudió acompañado de su madre. Para no molestar, no tomaban ni agua. El libro que firmaba Tamames era Historia de Elio, una novela que solo recordarán los mismos que recuerden la quema de librerías. El autor argentino era Manuel Puig y el libro que, digamos, firmaba, El beso de la mujer araña. El joven librero se llamaba Rafael Chirbes.

La anécdota de Tamames y Puig es una buena metáfora de la relación entre historia y mercado y de la relatividad del deporte más practicado en el Paseo de Coches: la firma. La feria arranca pasado mañana y pronto retornará el debate sobre los magros aspectos culturales (la vertiente libro) de una cita eminentemente comercial (la vertiente feria). En cuanto abran las casetas, se olvidará la polémica en torno al cartel de Ena Cardenal, uno de los mejores de los últimos años, digno heredero del ingenio de Brossa y Daniel Gil. Los grandes artistas siempre dan liebre por gato. Terminada la inauguración, volverán a escucharse las voces que reclaman más “contenidos” en una feria en la que los lectores hacen cola para conseguir la firma de un autor al que no irían a escuchar si hablase en el Pabellón de Actividades. Los amantes de la cultura de actos olvidan que el Retiro está en una ciudad en la que sigue vigente aquello de que a las siete de la tarde o das una conferencia o te la dan. Nadie pide más cultura en Sant Jordi.

Este año Portugal acude con los primeros de la clase —de Eduardo Lourenço a Nuno Júdice— y eso debería ser contenido suficiente. Sin embargo, los directores de las ferias del libro más importantes de Latinoamérica pasarán estos días por la corte y las comparaciones serán, de nuevo, odiosas. Sobre todo las comparaciones con la FIL de Guadalajara, que en noviembre tendrá como invitada a… Madrid. Uno de los secretos de la FIL es que la organiza una universidad, no un gremio. También, que no se celebra en la Ciudad de México sino en una capital periférica que ha sabido convertir en imprescindible una cita (de pago) que en sus primeras ediciones, dicen, parecía un mercado de tractores. Para que sus actividades sean por fin un éxito, la feria de Madrid debería tal vez celebrarse en Guadalajara (España), a menos de una hora.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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