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‘IN MEMORIAM’ Hugh Thomas

Una curiosidad cosmopolita

El historiador británico hizo de Europa su casa y amó especialmente sus países meridionales

Nos habíamos despedido de Hugh Thomas, fallecido el pasado 7 de mayo, después de charlar frente a la chimenea, en una de esas frecuentes visitas a su hermosa casa de Ladbroke Grove en Londres. Se le veía frágil el pasado noviembre, pero también radiante, tal vez fuera la tez clara y sonrosada, los alborotados cabellos níveos, esa expresión luminosa y afable que le caracterizaba. Nos acompañó a la puerta y regresó a sus libros. Pero cuando su hija Bella y yo cruzábamos la cancela del jardín, ya en la calle, regresó apresuradamente y se detuvo ante nosotros. Esperó unos segundos antes de decir, solemne y sincero, qué le había impulsado a darnos alcance de nuevo: “Quiero que sepas que tendréis que saber perdonarnos lo que hemos hecho. Quiero pedirte disculpas aquí y ahora en nombre de todos los británicos que amamos Europa. Por favor, aceptad nuestro sorry”.

Supe entonces hasta qué punto el Brexit le producía dolor y tristeza, pero no qué contestarle. Hugh siempre tenía la última palabra. Y esta vez la última palabra, referida al perdón ante sus amigos españoles y europeos, tenía algo de íntima derrota, de frustración, la que en un acendrado europeísta como él deja el regusto amargo del referéndum ganado por aquellos de sus compatriotas más mezquinos. Sentí que algo se había quebrado en su contagioso entusiasmo y prodigiosa vitalidad. Ahora, tras su muerte, entiendo lo revelador y elocuente de aquella extraña despedida, de aquellas palabras lapidarias, de la emoción contenida que escondían. Hugh Thomas había hecho de Europa su causa, trabajando primero para Harold Wilson, hasta que le cansó la tibieza europeísta de los laboristas, más tarde pasó a los conservadores hasta que sucedió lo mismo y terminó optando por los liberaldemócratas, más afines a las tesis de su obra Europe, the Radical Change de 1973 y con su amor por países como Italia, Francia, Grecia y España. Su versión preferida de Europa como intelectual y como político en la Cámara de los Lores. El actual naufragio del proyecto europeísta, que en Reino Unido divide en agrios debates a quienes hasta hace poco teníamos por flemáticos y templados, fue un durísimo golpe para Hugh.

España, en cambio, y el mundo hispanoamericano no dejaron de darle satisfacciones. Con solo 30 años supo descifrar nuestra Guerra Civil y ganarse el respeto de todo un país que buscaba afanosamente superarla, apostando por la Transición. Aun así, no dejó de avisarnos de que aún quedaba algo esencial por hacer, que no debíamos caer en la autocomplacencia. En un brillante artículo en Abc en 2007 planteaba la cuestión de la reconciliación histórica y los símbolos, sugería que encontrásemos el nuestro, un lugar para el encuentro y el perdón, haciendo suyas las palabras de Azaña. Fue en una de esas charlas de Ladbroke Grove, con su hija Isabella, en la que le planteamos promover un Jardín de la Concordia. Espero que algún día se haga realidad en la Casa de Campo de Madrid.

Igualmente, Hugh también supo ver muy temprano, en una época en la que otros intelectuales manifestaban su admiración por Fidel Castro, que la Revolución Cubana ya encerraba el potencial de una dictadura caudillista, de un callejón sin salida. Su obra In Pursuit of Freedom engrosó de inmediato el catálogo de obras prohibidas por el régimen. Con el mismo valor con el que recordaba en Abc la necesidad de culminar nuestro camino hacia la reconciliación, aceptó mi invitación a venir a hablar a La Habana en 1998, donde yo ejercía de consejero cultural de la embajada. Lo hizo acompañado de su adorable Vanessa, y creo que su regreso a Cuba, superadas las enormes dificultades para permitirle volver y hablar en público, fue uno de sus momentos más felices. Había tenido de nuevo razón, la revolución había desembocado en un callejón sin salida, pero con su proverbial nobleza de alma, tener la razón no le producía orgullo sino una profunda tristeza por Cuba.

En otra ocasión, durante un viaje con su hija Bella, a la búsqueda del rastro de mi bisabuelo Cipriano Careaga en Cavendish (donde había ido a estudiar en 1888), Bella propuso sorpresivamente que fuésemos a ver a Vanessa y Hugh en la costa de Suffolk, donde tenían su casa de campo. Llovía a mares y tardamos horas en llegar. Cuando lo hicimos, sus padres se habían acostado dejándonos una cena sobre la mesa y la vergüenza de haberles molestado para nada. Quise entonces hacerme perdonar el retraso y aparecí a la mañana siguiente con unos bogavantes recién pescados y una bonita ballena de madera de regalo, todo comprado en el vecino puertecito del pueblo natal de Britten, en uno de los rincones más hermosos de Inglaterra. Le expliqué a Hugh que la ballena, que recorre los mares del planeta, como lo había hecho su curiosidad cosmopolita con tantos libros (que iban de Colón a Magallanes, de Castro a Barreiros), tenía por finalidad recordarle que se avecinaba la conmemoración del V centenario de la circunnavegación del orbe por Magallanes y Elcano. Deseaba que viniera a hablar a otro puerto, el de Getaria, en 2019, en el hogar de Elcano. Hugh rio divertido, la ballena quedó instalada en su casa y nuestra próxima cita vasca, apalabrada. “Ahora que vas a trabajar en Roma —me dijo— no olvides a Pigafetta, el cronista de ese prodigioso viaje, el único italiano a bordo”.

Pero nos hemos quedado sin Hugh antes de llegar a poder alcanzar la costa de Getaria y a pesar de su vitalidad, buen humor y escasa tolerancia con los pesados o los sentimentales, Hugh tendrá que perdonarnos que nos sintamos más perdidos sin él, en una oscuridad parecida a la de Jonás en la ballena. Nos acompañará siempre este británico ilustrado y valiente, enemigo de los Little Englenders de hoy en día, amigo de la Europa del sur desde Atenas a Lisboa, que otros quisieron infamar con el acrónimo PIGS. Thomas será siempre nuestro amigo, y cuando leamos a Pigafetta en Getaria sabremos acordarnos de este genio que dio la vuelta al mundo con su mirada aguda e inteligente, amonestando, empleando el humor y la ironía, siempre empero con la bondad por emblema. Goian bego, Hugh.

Ion de la Riva es diplomático.

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