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Sinfonía del deshielo

Músicos cubanos y estudiantes de Georgetown cruzan caminos a través de la música

Pablo de Llano Neira
Estudiantes de Georgetown y músicos del Lyceum de La Habana en un ensayo en Washington.
Estudiantes de Georgetown y músicos del Lyceum de La Habana en un ensayo en Washington.GENERACION ASERE

Diciembre de 2014. Barack Obama y Raúl Castro declaran el fin de la guerra fría entre Cuba y Estados Unidos. Marzo de 2017. Jonna Mosoff, estudiante de Georgetown, se asombra en La Habana del ritmo y entusiasmo de los músicos cubanos, "capaces de pasar en un instante de un fortissimo atronador a un silencioso pianissimo". Abril de 2017. La violinista Amelia Febles disfruta el paisaje de Washington por la ventana del autobús. "Ay, qué bonito. Los árboles, la arquitectura clásica". Y un compañero le comenta: "Pero este Capitolio es más bajito que el nuestro". "¿Ah, sí?", se sorprende ella. "Sí, unos milímetros, creo", dice él.

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Esta primavera se cumplió el proyecto que ideó el director de orquesta español Ángel Gil-Ordóñez después de que Washington y La Habana reabrieran sus relaciones diplomáticas. "Me pareció una oportunidad magnífica de poner en contacto a jóvenes de ambos países para que se conociesen mejor y superar estereotipos". Inspirándose en la orquesta palestino-israelí fundada por Daniel Barenboim, apostó por juntar a los intérpretes de su Orquesta de la Universidad de Georgetown, estudiantes de diversas disciplinas aficionados a la música, y a músicos del Lyceum Mozartiano de La Habana.

Una docena de alumnos de Georgetown fueron a La Habana en marzo y recibieron clases de los músicos del Lyceum. A la vuelta, Gil-Ordóñez los invitó a escribir sus impresiones de la experiencia. Sus recuerdos rezumaban el embrujo del primer encuentro con Cuba. "Me enternecía tanto que el señor y la señora del hostal nos esperasen por la noche para abrirnos la puerta". "Si cierro los ojos, aún puedo ver aquellos edificios". "Tan solo llegar y esa fragancia tropical, esa humedad leve me recordaron de inmediato a Filipinas".

El embeleso de la chelista cubana Annette Antúnez era otro, un mes después en la Biblioteca del Congreso de EE UU. "Esto es impresionante. Cuando tenga noventa y tantos años aún lo estaré recordando", dijo ante una Biblia de Gutenberg. Antes los diez miembros de la orquesta cubana habían asistido a una charla sobre la Biblioteca donde pudieron mirar partituras originales de Mozart, Haydn o Paganini, cuyo libreto contenía una receta de raviolis de la que recibieron fotocopia. También pudieron ver los Stradivarius que conserva con esmero la institución. "En Cuba los violines sufren", comentó Amelia Febles. "Ellos lo pasan mal allá, con tanta humedad".

"Lo importante de estas experiencias es que luego los muchachos de Georgetown cuenten aquí como es aquello y que los cubanos cuenten en Cuba como es allá, y con la sensibilidad comunicativa y el punto de vista de los artistas", dice en Miami Ever Chávez, un cubano que ayudó a coordinar el proyecto con su promotora cultura Fundarte.

El director de orquesta español Ángel Gil-Ordóñez.
El director de orquesta español Ángel Gil-Ordóñez.TOM WOLFF

En La Habana y en Washington, músicos cubanos y de Georgetown se juntaron en una sola orquesta en sendos conciertos. Gil-Ordóñez observó que la integración se facilitó gracias al "espíritu colectivo" de los cubanos, "una cualidad que escasea". Para Pepe Méndez, director de la orquesta del Lyceum, lograron aplicar el consejo del compositor Leonard Bernstein, parafraseado por él con una metáfora frutal: "Cuando te ponen una orquesta nueva en las manos tienes que ver qué tiene y qué te puede dar. Todo saldrá bien si asumes una cosa, que tú no puedes pedir a un manzano que te dé guayabas".

Los cubanos visitaron el Capitolio, el centro legislativo de la nación con la que su país guerreó décadas. Una estudiante de Georgetown de relaciones internacionales –e intérprete de oboe– hizo de guía. En la Vieja Cámara del Senado, el vigilante, que dormitaba en una silla con su elegante chaqueta roja, se espabiló al ver el bullicio de aquellos visitantes. Preguntó por su origen y se alegró. "¿Cubanos? ¡Qué bueno tenerlos por aquí!". El empleado se levantó, se unió y posaron para un selfie. Con una escultura del águila de EE UU a sus espaldas, sonrieron despreocupados a la pantalla.

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