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‘La cantante calva’ sigue viva

Luis Luque dirige en el Español la impactante obra del teatro del absurdo, primer texto dramático de Ionesco

Rocío García
Adriana Ozores y Javier Pereira, en primer término. Detrás, Joaquín Climent, entre Fernando Tejero y Helena Lanza, en un ensayo de 'La cantante calva', en el Teatro Español.
Adriana Ozores y Javier Pereira, en primer término. Detrás, Joaquín Climent, entre Fernando Tejero y Helena Lanza, en un ensayo de 'La cantante calva', en el Teatro Español.Jaime Villanueva

Con la música de Dios salve a la Reina, un telón semitransparente, donde se ve dibujada la bandera inglesa, va subiendo lentamente. En un salón austero pero majestuoso, desciende, entonces, un gran reloj que marca las doce horas. “Vaya, son las nueve. Hemos comido bien. Sopa, pescado, patatas con tocino, ensalada inglesa”. La mujer, sentada en el suelo con una taza de té, comienza así un relato inconexo y sin sentido, frente a su marido, que lee absorto el periódico en una silla cercana, sin levantar la vista del papel. Palabras y palabras sin sentido y lanzadas al aire, en una imagen perfecta de la incomunicación y del absurdo.

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Sesenta y siete años después de su estreno en París, en 1950, La cantante calva, primera obra dramática de Eugène Iionesco (Slatina, 1909- París, 1994) y ejemplo nítido del teatro del absurdo llega al Teatro Español, en un montaje dirigido por Luis Luque. La obra, con traducción y versión de Natalia Menéndez, actual responsable del Festival de teatro Clásico de Almagro, estará en cartel hasta el próximo 11 de junio. Adriana Ozores, Javier Pereira, Helena Lanza, Fernando Tejero, Carmen Ruiz y Joaquín Climent protagonizan esta historia circular, mezcla impecable de comedia y amargura, producida por el Teatro Español y Pentación Espectáculos.

Le tenía muchas ganas Luis Luque (Madrid, 1973) a esta obra cumbre del teatro del absurdo. Director de El señor Ye ama los dragones o El pequeño poni, ambas con texto de Paco Bezerra, o la versión de Alejandro Magno, que estrenó el año pasado en el festival de Mérida, Luque asegura que el teatro del absurdo es lo más cercano al contexto real de la sociedad de hoy. “Ionesco, cuando salía a la calle, confesaba que no entendía ni lo que ocurría, ni lo que se decía. Esta misma sensación la tengo yo muchas veces El enigma de nuestra existencia es incomprensible. Cuando uno acaba de leer la obra, te invade una sensación feliz pero también amarga. Son escenas cotidianas sobre la incomprensión y la incomunicación de la gente”, asegura el director que se estrena por primera vez en el reverenciado escenario del Español.

La intriga planea en este texto ensoñador, sobre el encuentro de dos parejas en un palacete caduco y algo rancio, al que se unen una sirvienta fogosa y disparatada y un bombero en busca de un fuego inexistente. “Es una obra de juegos sin sentido que nos traslada a un mundo de soledad y aislamiento, de parloteo constante, de intento de volver a empezar. En este sentido, es un texto absolutamente contemporáneo”, añade Luque que también resalta el contexto de la Europa devastada de los años cincuenta en el que se estrenó la obra y el actual. “Acababan de sufrir dos guerras mundiales y los movimientos culturales eran muy reactivos. Ahora estamos más adormecidos y alienados, pero la crisis también ha devastado la sociedad y el hombre se encuentra en un lugar caótico y disparatado. Ionesco apuntaba ya entonces la aparición de los totalitarismos, algo que tenemos hoy muy presente. Los totalitarismos pueden llegarnos de cualquier lado, de cualquier signo”, explica el director.

No se siente especialmente apabullado Luis Luque ante el montaje de La cantante calva, una obra de vanguardia que sigue llenando los escenarios de medio mundo (El Théâtre de la Huchette de París lleva sesenta años representándola ininterrumpidamente). “Es lo mismo que montar un clásico. Intento hacer el mismo trabajo honesto de análisis que hago con todo, siempre compartiendo con los actores. No hay que tener miedo a nada. Seguro que hay miles de cantantes calvas mucho mejores, pero ésta es la mía y espero que se valore desde ahí”.

La música, elemento fundamental de esta función, obra de Luis Miguel Cobo, va guiando con todo tipo de sonidos del siglo XX esa “no acción dramática de la obra”, aupando, llenando y envolviendo el mundo de ruido y de furor. El absurdo de esa cantante calva, que en ningún momento aparece en la obra, provoca la risa más turbadora. Una obra a la que hay que acercarse, dice Natalia Menéndez, sin buscar explicaciones. “De lo que se trata es de sentir algo de asco mezclado con risa”.

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