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Los fusilados sin perdón de la Gran Guerra

Cien años después de la ofensiva de Nivelle, que provocó motines en el frente, las familias de los soldados ajusticiados no han logrado el perdón colectivo en Francia

Guillermo Altares
Soldados franceses, en la ofensiva ordenada por el general Georges Nivelle en la primavera de 1917 en el frente occidental.
Soldados franceses, en la ofensiva ordenada por el general Georges Nivelle en la primavera de 1917 en el frente occidental.Windmill Books (Getty Images)

En la primavera de 1917, el general francés Robert Georges Nivelle ordenó una ofensiva en el frente occidental, conocida como la Batalla del Camino de las Damas. En apenas unas horas quedó claro que los soldados eran enviados a una muerte segura e inútil: dos meses después se habían producido 110.000 bajas y ningún avance. En cuestión de días, comenzaron a estallar motines de poilus —peludos, el nombre que recibían los reclutas—, que los mandos trataron de frenar a golpe de condenas a muerte. En aquel episodio se inspiró Stanley Kubrick para rodar la película más famosa sobre la I Guerra Mundial, Senderos de gloria. Cien años después, los fusilados para dar ejemplo son un caso abierto.

A diferencia de Reino Unido, en Francia no se ha decretado un perdón global a los ajusticiados, pese a que el Gobierno ordenó una investigación histórica en 2013 con motivo del centenario del conflicto, que se prolongó entre 1914 y 1918. Son recordados en el Museo del Ejército, en París, y el Ministerio de Defensa ha creado una base de datos con todos los casos. Sin embargo, sus nombres no aparecen en los monumentos a los caídos. Sigue siendo un asunto doloroso. El motivo es que el perdón debe ser caso por caso, no puede ser colectivo.

Víctimas, no cobardes

Los soldados ejecutados por su propio bando solo por poner en duda órdenes absurdas se han convertido en uno de los símbolos de la I Guerra Mundial. Lo que entonces se consideraba cobardía, hoy sería estrés de combate o, en algunos casos, sensatez ante una muerte segura. El problema es que solo el terror podía mantener en marcha la maquinaria de una guerra basada en la carne de cañón, con ofensivas en las que soldados abandonaban el refugio de sus trincheras para lanzarse contra un enemigo parapetado sin ninguna oportunidad de éxito. Como dice uno de los generales en la película de Kubrick: "Si no se enfrentan a las balas alemanas, tendrán que vérselas con las nuestras". "La idea de que soldados puedan ser ejecutados por sus propias tropas nos choca hoy muchísimo, pero no en aquella época", explica la fotógrafa Chloe Dewe Mathews, autora del libro Shot at Dawn (Ivory Press), en el que recorre lugares donde se produjeron fusilamientos. Y añade: "Lo que entonces eran cobardes o desertores hoy serían considerados víctimas de la guerra".

Cuando arrancaron las conmemoraciones, Joseph Zimet, el director de la Misión del Centenario, calificó los fusilamientos como el último “quiste en la memoria” de la I Guerra Mundial. Tres años de conmemoraciones después, el asunto ha vuelto a la actualidad. “Desde hace años, las organizaciones militantes piden la rehabilitación colectiva de los fusilados para dar ejemplo, lo que incluye a los fusilados por amotinamiento. Pero no hemos llegado a un acuerdo nacional”, explica por correo electrónico el general en la reserva André Bach, autor de varias obras sobre el asunto y que, con otros historiadores, ha formado la asociación Prisme1418 dedicada a investigar todos los casos, en coordinación con las familias. El historiador Antoine Prost, que dirigió el informe oficial, sostiene en cambio que Francia “esencialmente sí ha hecho las paces con el tema de los ajusticiados”.

825 fusilados

En total, están documentados en Francia 825 casos de fusilados, de los que 563 son por desobediencia militar, 136 por delitos de derecho común y 126 por espionaje. El momento en que se produjeron más fusilamientos fue al comienzo de la guerra, pero el reguero de motines en el frente, hace ahora cien años, desencadenó una avalancha de condenas a muerte. Durante unas semanas, la crisis de los motines alcanzó tal dimensión que fueron suspendidas las concesiones de gracia.

La asociación Prisme1418 explica que “el malestar soterrado, que comenzó con las batallas de Verdún y Somme, aumentaba desde 1916. La ofensiva de Nivelle, que se vendió como un batalla decisiva, se reveló enseguida como un fracaso muy costoso en vidas”. Durante ese periodo se produjo un aumento considerable de las condenas a muerte, unas 338 en abril y mayo en ese sector, aunque solo se llevaron a cabo al final 34 ejecuciones, 24 por amotinamiento. El general Bach insiste en que hay que distinguir a los amotinados de los otros fusilados para dar ejemplo. En total, entre 40.000 y 80.000 soldados participaron en los motines.

Estos días, la prensa francesa ha recogido el relato de familiares de fusilados que se han desplazado a los escenarios de la batalla, en el norte de Francia, cerca de la ciudad de Reims. Marcel Lebouc, que participó en el motín de Berzy-le-Sec, fue fusilado el 28 de junio a los 24 años. Su nieto, Michel, de 61 años, asegura que su familia nunca supo donde fue enterrado. Joseph Bonniot fue pasado por las armas el 20 de junio a los 33 años. “En nuestra familia, siempre fue considerado una mancha”, confesó uno de sus descendientes.

‘Viaje al fin de la noche’

Fotograma de 'Senderos de gloria' (1957), de Stanley Kubrick.
Fotograma de 'Senderos de gloria' (1957), de Stanley Kubrick.

Jacques Tardi trata el asunto en sus cómics devastadores sobre el conflicto, como Puta Guerra o La guerra de las trincheras, que han contribuido como pocas obras a difundir los horrores de la I Guerra Mundial. Y en las primeras páginas de Viaje al fin de la noche, una de las obras más perturbadoras del siglo XX, Louis-Ferdinand Céline escribe: “Fue a partir de esos meses cuando comenzaron a fusilar a soldados, para remontarles la moral”.

Tanto el primer ministro socialista Lionel Jospin como el presidente conservador Nicolas Sarzkozy reconocieron el horror de los fusilamientos. Pero, como explica Bach, las organizaciones y las familias quieren que se vaya más allá. “Exigimos una rehabilitación colectiva. Hemos utilizado este periodo de conmemoración de los motines para recordarlo: el problema no está en su reintegración en la memoria colectiva, porque siempre han forma parte de ella, sino en recordar la responsabilidad del Ejército. Nuestro objetivo final es denunciar los horrores de las guerras”.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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