_
_
_
_
_
ÉRASE UNA CANCIÓN

‘Sign o’ the Times’, crónica de la faz sombría de los ochenta

Treinta años después, el latigazo de funk minimalista de Prince se antoja un hito difícil de reeditar hoy

Prince, en un concierto.
Prince, en un concierto.Mick Hutson (Redferns)

Se ha afirmado decenas de veces: Sign o' the Times, punta de lanza del álbum más ambicioso y versátil (¿el mejor?) en la carrera del genio de Minneapolis, el exitoso sencillo que sirvió de avanzadilla de aquel doble álbum homónimo hace justo treinta años, fue como el What's Going On (Marvin Gaye) de los 80. Porque al margen de su prodigiosa factura sónica —esa suerte de percutante funk minimalista, o de blues electrónico, como lo bautizaron algunos, antes incluso de que Depeche Mode reclamaran después la patente sobre la fórmula—, sustentada en una insistente línea de bajo silueteada por un sintetizador Fairlight, por su letras desfilaba todo esto: los estragos de la pobreza, la drogadicción, la desnutrición, la violencia de las pandillas urbanas, la pandemia del sida, los destrozos provocados por los huracanes e incluso la explosión del transbordador Challenger como una forma de expresar el sinsentido de una humanidad que invertía sus mejores esfuerzos en buscar otros mundos, antes que en arreglar el propio.

Era la síntesis del pop a pleno rendimiento, con Prince Rogers Nelson (1958-2016) siguiendo esa dicción lista de la compra de canciones como Ball of Confusion (The Temptations, 1970), más apta para el comentario social que para la sensualidad cimbreante que le había caracterizado hasta entonces. La misma, por cierto, que emplearon REM seis meses más tarde en su It's The End of The World As We Know It (and I Feel Fine). De hecho, el propio Mike Mills le guiñó el ojo —así lo reconoció Peter Buck— al tema de Prince en los coros de Exhuming McCarthy, la diatriba anticonservadora que el cuarteto de Athens insertó en su Document (1987), escaldados ante el apogeo del Parents Resource Music Center, impulsado por Tipper Gore, un organismo creado a raíz del tema Darling Nikki (1984), de Prince, y sus menciones explícitas a la masturbación. Ver a su hija de 11 añitos tarareando la canción debió de ser un duro trago para quien entonces ya era esposa del vicepresidente Al Gore y guardiana de la corrección política.

¿Es Sign o' the Times una canción realmente de denuncia o tan solo —que no es poco— una aplicada crónica social? El contradictorio carácter del mayestático artista total que nos dejó hace ahora un año no ayuda a dejarlo claro, aunque hay motivos de peso para pensar en lo segundo. Sexualmente liberador pero ferviente cristiano, pulverizador de diques estilísticos pero a la vez ferviente testigo de Jehová y propenso a ciertas posturas conservadoras, Prince le había advertido seis años antes —con suma amabilidad, desde luego— al presidente Ronald Reagan que procediera al deshielo de la Guerra Fría en la letra de su canción Ronnie Talk To Russia (Controversy, 1981).

Es cierto que muchos años más tarde actuaría ante Barack Obama en la Casa Blanca, y que se posicionaría en pro del movimiento Black Lives Matter, a raíz de las muertes de Freddie Gray o Michael Brown a manos de la policía. Pero su perfil siempre estuvo más cerca del cronista que del activista. Ocurre que, según estadísticas de mitad de los 80, las familias negras de las áreas más deprimidas de los EE UU sufrían el azote del crimen, la drogadicción, el analfabetismo o la malnutrición, como vector de una tendencia según la cual la quinta parte más rica de la población norteamericana había visto crecer sus ganancias un 9%, mientras la quinta parte más pobre los había visto menguar un 8%. Prince, poco propenso a la filantropía de cara a la galería (tan solo participó en Live Aid a través de un vídeo), decidió que al menos era hora de levantar acta de la flagrante fractura social. Y lo hizo en uno de esos temas que definen una época.

Hoy en día sería difícil imaginar un hit de tan compleja hondura social en lo lírico y tan parco espinazo rítmico en lo sonoro. Prince, que ya había probado que se podía despachar un éxito para las pistas de baile sin apenas sección rítmica (When Doves Cry no tenía bajo), pulió una gema que sustanciaba la cara más sombría de los opulentos años 80. La singularidad de su molde, lo inimitable de su factura, queda de manifiesto con las escasas versiones y sampleados que de ella se han hecho. Según la web Whosampled, no son más de diez quienes han fusilado su escueta espina dorsal: apenas Young Disciples, las Wee Papa Girl Rappers, Grandmaster Melle Mel y algunos más, todos ellos hace más de 25 años. Muy lejos de los cerca de mil del Funky Drummer, de James Brown, o de los casi ochocientos del Bring The Noise, de Public Enemy. Y el capítulo de versiones tampoco resulta más cuantioso, con discretísimas relecturas a cargo de Simple Minds, Chaka Khan o —glups— Muse. Quizá sea mejor así.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_