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“Quiero ser libre, pero desde el flamenco”

Vicente Amigo presenta hoy en el Teatro Real su nuevo disco, ‘Memoria de los sentidos’, una vuelta a un sonido flamenco más puro

Vicente Amigo cree que su oficio acuna dos ámbitos. El deportivo, que comprende ejercitar a diario los músculos, y el de compositor, que requiere extraer melodías de la cabeza. “Construir una historia a base de acordes”, dice él. Una labor que practica desde hace casi tres décadas y que le ha llevado a ser considerado por algunos como “una de las mejores guitarras del mundo”. Currículo no le falta: ha tocado para, entre otros, Enrique Morente, Carmen Linares, Alejandro Sanz, Niña Pastori o incluso el británico Sting. Ahora publica Memoria de los sentidos (Sony, 2017), una vuelta a “los orígenes” que incluye un velado homenaje a su gran maestro y referente, Paco de Lucía.

Y aunque sea otra pieza más de coleccionismo dentro de su discografía, a la que suma este octavo disco de estudio, Vicente Amigo le quita importancia. “Nadie se está perdiendo nada”, avisa. Ese presunta indiferencia se torna en devoción cuando habla del impulso que le empuja a continuar: “Es lo único que medio sé hacer, que me permite vivir, expresarme y tener ciertos momentos de libertad”. Esta última palabra, libertad, la repetirá a lo largo de la conversación. Le servirá para referirse a su relación con la música, a su compromiso con la creación o incluso a su forma de ver los límites de nuestra existencia. “Me he movido siempre desde el flamenco, que es más o menos lo que controlo, porque lo he vivido desde pequeño. No me he apartado nunca, pero no porque no quisiera, sino porque no tengo tiempo suficiente. Para aprender otro ritmo, otro estilo, hace falta otra vida. Y mi aspiración ha sido hacer buena música, huir de etiquetas y no herir a nadie”.

En el gremio, la experimentación no siempre ha tenido apoyo. El carácter agnóstico de obras como La leyenda del tiempo (1979), de Camarón de la Isla, o de la unión de Enrique Morente y Lagartija Nick en Omega (1996), no fue aclamado por los ortodoxos, que condenaron a las nuevas rutas alejadas de lo puro. Vicente Amigo lo vivió en sus carnes cuando presentó Tierra en 2013. La herejía fue mezclar cuerda, percusión y viento. Aumentar el registro. “En esto hay muchos puntos de vista y hay quien se cierra en unos criterios donde no cabe nada. Por eso prefiero seguir fiel a esa libertad y dejar que las cosas fluyan. A veces, lo que más le llega a la gente no es que introduzcas una trompeta o un saxofón, sino el contenido. Lo que he hecho siempre es juntarme con músicos y aquí he apostado con gente del flamenco”. En temas como ‘Requiem’, ‘La fragua’ o ‘Tiempos del candil’ se puede escuchar la voz de Miguel Poveda, El Pele o La Niña Pastori y hasta el zapateado de Farruquito.

“Mis miras son la libertad y abrirme a otros estilos, pero desde el flamenco, que es uno solo. No te lo puedes sacar de la manga”, expone, desmarcándose de aquellos que toman esta raíz como excusa para hacer cualquier cosa: “Muchos de los que dicen salir de él, en realidad no han entrado nunca. Hay que estar dentro, profundizar, para llamarlo así”, critica. Para Memoria de los sentidos, a la venta desde el 24 de febrero, ha tenido claro que la guitarra era la columna vertebral. “Puede haber zonas comunes con otros ritmos, como todas las artes, pero cada uno tiene su parcela”, apunta quien asegura estar escuchando en bucle al jazzista Wes Montgomery para “tratar de entender” a los demás.

Sería ideal, incide, asimilar todas las músicas. “No puedo estar en contra de las mezclas porque somos una mezcla de nuestro padre y nuestra madre, y estar en contra de eso es estar en contra de ti”, sostiene, “ni me gusta poner trabas a la libertad de cada uno, pero a lo que llegamos, como mucho, es a absorber ciertas influencias, porque no hay nada original”. Vicente Amigo, que se mueve por todo el mundo, que se empapa de todo lo que le envuelve, no ha probado a dejar la guitarra a un lado. Se ha marcado una disciplina, expresa, que ya le hace mascullar melodías en cualquier momento. A veces las abandona, las deja en cuarentena, hasta que encuentra la chispa que le faltaba.

“La propia guitarra te condiciona, te va dictando lo que necesitas para sentirte a gusto. Te avisa cuando te descuidas un poco. Te hace muy esclavo, pero es muy gratificante”, afirma. Entre esas recompensas está poder sacar lo que tiene estos días entre manos, acumular galardones -como el Premio de la Música en 1998, 1999 y 2005 o el Grammy Latino a Mejor Disco de Flamenco en 2001- y seguir exprimiendo el género al máximo, sabiendo que el oficio requiere destrezas físicas y creativas. “La música es la madre, y hay que luchar contra ella”, concluye.

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