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Columna
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Maniquea

La trama de '24: Legacy' es demasiado simplista, vista una y otra vez en multitud de filmes y telefilmes, maniquea y sin matices

Ángel S. Harguindey

Pasan los años, las décadas y los siglos y la narrativa de ficción no renuncia a esa rotunda dualidad de buenos y malos por más que la vida hace tiempo demostró que no todo es tan sencillo, que hay buenos, malos, regulares, malos que encubren ciertas dosis de bondad y buenos bajo los que subyace en ocasiones la maldad. Una serie de acción que se emite en la actualidad es ejemplar a este respecto

24: Legacy, una secuela de la recordada 24, alabada en estas mismas páginas por el Nobel Vargas Llosa, y su continuación 24: Vive otro día, es un producto de Fox en el que continúa el esquema —sorprendente en su día, ya no— de mostrar la acción en tiempo real. Al heterodoxo agente Jack Bauer le ha sustituído Eric Carter, un veterano de guerra que vuelve a casa con el ánimo de recuperar la tranquilidad familiar, lo que le resulta imposible por culpa del terrorismo islamista. El argumento es simple: nosostros somos los buenos y ellos los malos, dicotomía que se vuelve algo confusa cuando se acepta que el fin justifica los medios.

Descubrir a esta alturas la habilidad y el oficio de los realizadores estadounidenses para narrar la acción trepidante sería equiparable a la inolvidable frase de José Luis Coll cuando llegó una tarde al Café Gijón y anunció a los contertulios: "El Escorial es cojonudo". Se da por hecho. La clave es el talento, y aún más que el de los realizadores o intérpretes, el de los guionistas, auténtica piedra angular de cualquier historia, y en 24: Legacy apenas existe. Es una trama demasiado simplista vista una y otra vez en multitud de filmes y telefilmes, maniquea y sin matices en la que todo se supedita a las secuencias adrenalínicas. The New York Times acertó en su comentario cuando se estrenó la serie en Estados Unidos: "un infocomercial de una hora sobre la islamofobia”. Donald Trump ya estaba cerca.

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