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Eduardo Sacheri | Escritor argentino

Eduardo Sacheri: “Sentirse especial es un pecado muy argentino”

Uno de los escritores argentinos vivos más leídos y figura de la Feria del Libro de Buenos Aires recién inaugurada traza un perfil crítico del país que sirve de inspiración a sus obras

El escritor argentino Eduardo Sacheri
El escritor argentino Eduardo SacheriTelam

Eduardo Sacheri (Castelar – 1967) presenta este sábado en la Feria del Libro de Buenos Aires su novela La noche de la usina, ambientada durante la crisis económica y política que su país padeció desde la crisis del corralito, en diciembre de 2001. Sin grandes héroes, la historia puede leerse como una parábola del ser nacional. “No hemos aprendido mucho desde la crisis”, dice Sacheri, quién nunca abandonó su trabajo como profesor de historia en colegios secundarios.

Pregunta. Empieza la Feria del Libro, que atrae a un millón de personas. ¿Cómo está la literatura argentina?

Respuesta. El rasgo que yo destaco es su diversidad. Me parece un síntoma de salud, en el sentido de que se escribe bastante y diverso, no creo que estemos todos haciendo el mismo tipo de preguntas y encontrando las mismas respuestas.

P. ¿Es una literatura de crisis?

R. Me gustan los autores que me gusta leer. Claudia Piñeiro, Sergio Olguín, Pablo De Santis por nombrar a algunos. Yo sé que todos ellos escriben de manera bastante clásica, que es algo que se emparenta con lo que hago yo. Pero también se hacen cosas muy diferentes, una literatura desde la intimidad, de la experimentación con la forma, o vinculada con la exploración de los mundos rurales mucho más oscura de la que hago yo, que es bastante amigable. Más a lo [Osvaldo] Soriano que la Selva Almada.

“Los argentinos vamos de ilusiones utópicas a derrotas que juzgamos incomprensibles”.

P. Pero a la vez las ventas de libros están cayendo…

R. Son momentos. En general trato de pensarlo en el largo plazo y en el largo plazo las cosas se acomodan. La literatura no se lleva bien con la coyuntura.

P. Qué queda de esa Buenos Aires tan literaria que todos hemos leído, el primer lugar donde se editó Cien años de soledad?

R. La proliferación de editoriales pequeñas es un ejemplo de que hay una Buenos Aires que sigue amando a los libros. Pero soy ajeno a los círculos literarios. Soy profesor de historia, no estudié Letras, empecé a escribir ficción tarde, sigo con mis clases de escuela secundaria, si tengo que elegir entre ir a una conferencia o ir a mi partido de Independiente me voy al partido.

“A los argentinos nos cuesta reconciliarnos con la medianía”.

P. ¿Pasó la época de los grandes popes literarios argentinos?

R. Es muy difícil juzgar en la propia época. De la muerte de [Jorge Luis] Borges o [Julio] Cortázar nos separan varias décadas y es más sencillo sacralizar a esos grandes ídolos. [Ricardo] Piglia murió hace muy poco y probablemente dentro de unos años tendremos claro adonde situarlo.

P. En su última novela, La Noche de la Usina, premio Alfaguara y un gran éxito, se centra en el corralito, en 2001. ¿Qué queda de aquello?

R. Lamentablemente quedan muchas cosas de esa Argentina. Queda nuestra provisoriedad, nuestra imposibilidad de dejar atrás nuestras pesadillas. En Argentina tenemos una cosa muy recurrente sobre nuestras crisis y nuestras dificultades. Construir es dejar cosas atrás y discusiones atrás, y me parece que aquella sociedad tal vez tenía más confusiones y esta tiene más divisiones. Aquella tenía más desorientaciones y esta tiene más fanatismo. No siento que hayamos aprendido tanto.

P. ¿Qué supuso como trauma la crisis de 2001?

“El engreimiento del argentino es la máscara de su inseguridad”

R. Fue un golpe a ciertas certidumbres de clase media. Argentina fue un país con una clase media muy sólida y la convicción de que el ahorro continuado y el esfuerzo eran un camino de progreso. Corralito, devaluación y ahorros pulverizados atentaron contra esa idea de construcción de futuro.

P. ¿Como escritor es más fácil crear historias en un país en convulsión?

R. Como la única sociedad que más o menos conozco es ésta, temo caer en otro pecado muy argentino que es “que especiales que somos”, aun para lo malo. Los argentinos tenemos cierta cosa de sentirnos especiales, especialmente inteligentes o especialmente virtuosos o especialmente desgraciados, pero nos cuesta reconciliarnos con la medianía.

P. En algún momento dijo que los personajes de la Usina no son perdedores sino derrotados. ¿Es también un país derrotado?

R. Tal vez vamos de ilusiones utópicas a derrotas que muchas veces juzgamos como incomprensibles o injustas. Somos bastante cándidos en Argentina.

P. Pero la imagen es la contraria, de gente que se las sabe todas.

“A los argentinos se nos hace cuesta arriba cualquier proyecto conjunto”

R. Precisamente el engreimiento es una estupenda cobertura para la candidez. Yo quiero mucho a Argentina, pero me parece que somos extremadamente inseguros y nuestro engreimiento y soberbia son máscaras de eso.

P. Sus personajes buscan ajustar cuentas. ¿Eso puede ser parte del éxito de la novela, pensar que se pueden arreglar las cosas?

R. Lo que pasa en La noche de la usina refleja inevitablemente mi propia perspectiva. No creo en los grandes salvadores, pero sí creo en los modestos alcances de las acciones de la gente de bien. No creo que nadie pueda arreglarlo todo, pero confío en poder rodearme en la vida de gente que pueda arreglar alguna cosa. Es lo que hacen estos tipos, porque en el fondo recuperan un dinero que les robaron porque tenían un negocio para darle trabajo a personas del pueblo. Cuando termina la novela ni han hecho la revolución ni la reforma agraria.

P. ¿Esos son los valores actuales de Argentina o son valores que se perdieron?

R. En Argentina somos más afectos a los grandes relatos y tiendo a desconfiar de ellos. Esta novela la escribí entre 2014 y 2015, que fueron años particularmente convulsos desde lo discursivo en mi país. Y probablemente hay un vínculo entre mi descreimiento de esos grandes debates de “hemos salvado a la patria” o “la han condenado y nosotros la salvaremos”. Argentina estuvo muy volcada a un debate teórico discursivo muy fuerte que me parece bastante vacío.

P. Como profesor, ¿cómo está la educación argentina?

“La literatura no se lleva bien con la coyuntura”

R. Si pensamos en la lectura en particular tengo una mirada menos pesimista que algunos de mis colegas. Los teléfonos inteligentes y las redes sociales han venido a recuperar ciertas formas de lectura y de escritura que hace 15 años eran peores. No son las de hace 30 años, pero si las comparo con mis alumnos de hace 20 años, que sólo miraban televisión y ni escribían ni leían, estamos mejor.

P. ¿Cree que Argentina tiene solución?

R. Ojalá la tenga. Hay ciertos círculos viciosos que tenemos que romper y no sé si seremos capaces. Somos una sociedad compuesta por individuos muy anárquicos, caóticos y egoístas y todo proyecto conjunto se nos hace cuesta arriba, porque implica una postergación de tus deseos. No nos llevamos bien con la privación. Argentina tiene ese sueño de grandeza de principios del siglo XX donde parecía que estábamos llamados a vaya a saber qué cosa y eso no pasó. Si han pasado casi 100 años y eso no pasó, sería bueno despertar de ciertas nostalgias. Intentemos al menos que pase algo.

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