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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La posible hija del poeta Vicente Aleixandre, Juanita Alpers

El autor recuerda la amistad íntima de juventud del premio Nobel, nacido el 26 de abril de 1898, con la norteamericana Margarita Alpers

Oh padre, si exististe, mentías.

La sombra, de V. Aleixandre

El poema dialogado La sombra, de Vicente Aleixandre, incluido en su libro Diálogos del conocimiento, año 1974, expresa la velada queja de un hijo hacia su padre por haberle engendrado en un impulso de placer, pero desertando luego del compromiso de atenderlo y de seguir cada día a su lado con inquebrantable afecto.

El asunto de este diálogo lo llevó durante años clavado el poeta en su conciencia, como un oscuro remordimiento, pues siempre tuvo la más que fundada sospecha de haber sido padre de una niña a la que nunca llegó a reconocer. Un padre en ausencia, un padre inexistente: así es como él debió sentirse ante esta supuesta hija.

El poema, que tiene tanto de bella meditación sobre el sentido de la paternidad como de confesión, fue escrito en el verano de 1971, y la historia sentimental que lo inspiraba había sucedido cincuenta años atrás, cuando conoció y trabó íntima amistad con la norteamericana Margarita Alpers.

 ¿Cómo ocurrieron los hechos? Según las fuentes documentales de que hoy disponemos, la joven californiana Margarita Alpers vino a España en el verano de 1920 para perfeccionar su conocimiento del español y adquirir soltura en el lenguaje comercial. Su apellido, Alpers, era en realidad el de su marido, y ella lo adoptó, según la costumbre norteamericana, al contraer matrimonio.

Recién llegada en el verano de 1920 procedente de California, Margarita se apuntó a los Cursos de Verano para Extranjeros de la Residencia de Estudiantes de Madrid, en los que Vicente Aleixandre, que acababa de licenciarse como Intendente Mercantil, impartía un cursillo sobre “técnica y lenguaje comercial castellano”. Margarita y Vicente se sintieron atraídos enseguida y mantuvieron relaciones durante el verano de 1920 y del siguiente, en que ella volvió a España para estar con su joven amigo. “Vivimos dos veranos juntos –escribe Vicente en carta a su amigo y confidente José Luis Cano– y su amor alegre es uno de los recuerdos más sonrientes de mi vida.” Regresó Margarita a Estados Unidos al acabar el verano de 1921. Pronto se dio cuenta de que se hallaba en estado. El embarazo era fruto, pensó con razón, de sus relaciones con el poeta y así se lo hizo saber por carta a su llegada a California.

Vicente se sintió incómodo ante la noticia y prefirió no dar demasiado crédito a lo que consideró una simple conjetura. Fruto de aquellos amores, si hemos de creer la versión de Margarita, tuvo una hija a la que dio el nombre –muy español, por cierto– de Juanita.

Juanita Alpers debió de nacer hacia la primavera de 1922; después Margarita no volvió a tener más hijos, lo que refuerza la sospecha de que acaso no pudiera tenerlos dentro de su matrimonio.

Encontrándose juntas, madre e hija, en Palma de Mallorca mucho tiempo después, en el verano de 1951, Margarita le escribió una carta a Vicente preguntándole si podían ir las dos a visitarle. “Ayer [25 de julio de 1951] tuve carta de Margarita”, le cuenta a J. L. Cano. “Está en Palma con su hija, y muy dispuesta a personarse en Miraflores. Le voy a escribir que las espero. Ya te contaré del día que pasen aquí. Me da pereza, aunque tengo curiosidad por ver a la niña.” Vicente, instalado en su lugar de veraneo, Miraflores de la Sierra, aceptó –no sin cierta inquietud, pero también con curiosidad– la visita de la madre y de su supuesta hija, que por entonces ya no tenía nada de “niña”, pues era una mujer de veintinueve años, casada, y madre de dos hijos.

El día 5 de agosto de 1951 se produjo el encuentro. El poeta se quedó asombrado al ver a Juanita. El parecido con él era grande: su mismo cabello, sus ojos claros, muy diferentes de los de Margarita. “Cuando vi a Juanita –le comenta Vicente a José Luis Cano– me sorprendió: era rubia, no morena como su madre, y tenía los ojos azul claro como los míos.” Comprendió que podría ser verdaderamente hija suya, aunque esta posibilidad no supuso para él ninguna conmoción en cuanto al sentimiento de paternidad. (Como apuntábamos al principio, el poema dialogado La sombra, sobre la paternidad inconsciente, encuentra aquí, en esta circunstancia biográfica, el motivo desencadenante para su escritura)

De aquellos años de relación con Margarita nacieron poemas y luego, para salvar la distancia, menudearon las cartas y los regalos, principalmente libros. Hasta la muerte de Margarita, en 1965, el contacto entre ellos se mantuvo con relativa frecuencia. Ella estuvo en Madrid en 1962 y visitó en su casa al poeta. Al año siguiente el barco en el que hacía un crucero atracó por unas horas en Bilbao y desde allí le mandó una carta y un par de libros.

Conocemos hoy dos de los poemas inspirados por Margarita, de los inicios de su relación, porque fueron pasados por Vicente Aleixandre al Álbum de versos de juventud, que llevaba con Dámaso Alonso y otros jóvenes amigos, acta fundacional de los albores de la Generación del 27, que tuve el privilegio de editar en 1993 con la colaboración de María-Jesús Velo. Son dos poemas amorosos de tono alegre y feliz, fechados en el Álbum en 1920, pero presumiblemente hubo más poemas durante esos dos años de intimidad. El poeta le confesó a José Luis Cano que “quizás se los di a ella sin quedarme copia”. ¿Se habrán salvado?

Es improbable que Juanita todavía viva. De vivir, cumpliría esta primavera 95 años. En cualquier caso, se sabe que dejó descendencia: dos hijos, como ya se ha precisado. Desaparecida Margarita, ¿se habrán preocupado sus más allegados familiares de la conservación de esos poemas, de las cartas, fotos y otros papeles de Aleixandre? No es aventurado pensar que su posible hija biológica, Juanita, sí habrá sabido valorarlos y custodiarlos como se merecen, especialmente si la madre le desveló la verdadera identidad de su padre. También la fama internacional que le llegó al poeta con el Premio Nobel, en 1977, juega a favor de la preservación de esos escritos, que, en la consideración de los herederos, pasarían de ser simples nostálgicas reliquias a convertirse en valiosos testimonios de una importante y sostenida relación a través de los años.

Sí, ciertamente pueden ser documentos valiosos. Pero ¿cómo llegar a ellos? ¿Qué hacer para recuperarlos como parte de nuestro patrimonio cultural y poético? No hace mucho Francia ha adquirido el manuscrito de las Memorias de Casanova, Alemania una parte del manuscrito perdido del Guillermo Tell, de Shiller, Austria los originales de dos lieder de Schubert, y podríamos seguir enumerando otras muchas adquisiciones. Como escribió Jean Monnet, “si hubiera que reconstruir Europa, yo empezaría por la cultura antes que por la economía”.

Al Gobierno español se le presenta aquí un reto para el que está facultado y con el que puede aunar prestigio y deber moral. Mediante la acción conjunta de los departamentos ministeriales de Exteriores y Cultura, directamente implicados, y con la necesaria cooperación de sus homólogos de Estados Unidos, aún se estaría a tiempo de dar con los descendientes de Margarita Alpers (que quizás lo sean también de Vicente Aleixandre), y de poder llegar hasta ese legado que aportaría un conocimiento nuevo sobre la vida y la obra de nuestro poeta, antes de que el tiempo o la desidia lo destruyan para siempre.

Alejandro Duque Amusco es escritor y experto en la obra de Vicente Aleixandre, de quien ha preparado varias ediciones y estudios.

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