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‘IN MEMORIAM’

Fernando Ramón Moliner, defensor del espacio público

Luchó por un concepto humanista de la arquitectura y recibió el único Premio Nacional de Vivienda que se ha fallado

Fernando Ramón Moliner, arquitecto, premio nacional de Vivienda en 2009.
Fernando Ramón Moliner, arquitecto, premio nacional de Vivienda en 2009.

Tuvo Fernando Ramón Moliner (1929-2017) la suerte de nacer mecido por las palabras y crecer aprendiendo de su sentido más terrenal, hasta desarrollar su trabajo sin caer nunca en el desánimo, con el mismo rigor y coraje con el que vio progresar el de su madre, María Moliner.

Regresó a la arquitectura en España con Mari, su mujer, después de haber vivido en Inglaterra lo que marcaría para siempre su manera de entender el oficio del arquitecto: trabajar pensando en los demás. El Habraken de los primeros tiempos, Turner, Goodman, Schumacher, Gaviria... Fernando Ramón y un puñado de pensadores en el mundo avanzaron a comienzos de los setenta el ideario en el que fundamentar una mínima y saludable calidad de vida en la vivienda, en el espacio público: otra forma de entender la vida en la ciudad de todos.

Desde su Miseria de la ideología urbanística, Moliner reclamó la socialización del espacio público y su influencia sobre el alojamiento, un espacio que comenzaba a ser secuestrado por la inmensa sombra del capital. Defendía con ello el derecho de todos a la luz natural, al sol, al murmullo de los árboles y a no pasar frío ni calor en las casas, solamente utilizando el poder de la normativa y el rigor en la aplicación de los factores que hacen posible el confort. Reclamó el derecho a disfrutar de las cosas más sencillas, exigiendo para todos un lugar seco y ventilado donde habitar, donde el sol de la mañana y la brisa en las noches del verano acompañaran los sueños de sus usuarios.

Su sentido del común le llevó a practicar el oficio por encima de todo con humildad, a volver la espalda a lo que se apartara de la necesidad de hacer con honestidad una arquitectura volcada en los demás. El desencanto con quienes deberían haber dado ejemplo fue haciéndole metálico, cada vez un poco más huraño e incómodo al poder, cada vez un poco más escéptico pero más sabio e irónico, cada vez…

Como profesor en la Escuela de Arquitectura de Madrid le conocimos sus discípulos, pues de discípulos nos tratamos los escasos seguidores que tenía entonces su manera de abordar el trabajo del arquitecto, tan poco espectacular, tan comprometida. Recalando unos años en el Ministerio de Obras Públicas iluminó el futuro de nuestra vivienda social con un estudio de la casa en España, y unos cuadernos a modo de manuales que descifraban las claves de la arquitectura más honrada, aquella que practicó toda su vida con el único fin de mejorar la existencia a sus semejantes.

En 2009 recibió el Premio Nacional de Vivienda, cuando desde un ministerio se volvió a poner en la agenda de todos los poderes las cuestiones de la vivienda. Fue el único Premio Nacional de Vivienda concedido, pues no se volvió a convocar. Pero si había una persona que lo mereciera de verdad, era Fernando Ramón Moliner.

Ahora una brisa se ha llevado al maestro; la misma brisa que defendió para todos en sus casas, la misma que mecía las hojas de los olivos del verano en su Pobla de Montroig, y secaban el barro de los Oriola, como le gustaba firmar sus cerámicas. Aunque no se le oyera seguía ahí, y nos tranquilizaba su existencia. Ahora estamos un poco más solos.

Javier Ramos Guallart, arquitecto, fue secretario general de Vivienda.

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