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Crítica | John Wick. Pacto de sangre
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Forma pura en pura forma

Ahonda en el desprecio a toda voluntad realista y refuerza un cierto espíritu 'slapstick' en el sustrato cómico de muchas situaciones

Keanu Reeves, en 'John Wick. Pacto de sangre'.

JOHN WICK: PACTO DE SANGRE

Dirección: Chad Stahelski.

Intérpretes: Keanu Reeves, Riccardo Scamarcio, Peter Stormare, Ian McShane.

Género: thriller. Estados Unidos, 2017.

Duración: 122 minutos.

Sobre la fachada de un rascacielos neoyorquino se proyecta la climática persecución de El moderno Sherlock Holmes (1924), cuando la cámara desciende bruscamente para centrarse en la persecución real que se desarrolla a pie de calle. Así empieza John Wick. Pacto de sangre, haciendo explícito un referente en el que quizá no cayeron quienes apreciaron la singularidad de ese primer John Wick (2014) que cayó como una inesperada tormenta de energía sobre el reiterativo paisaje del blockbuster de acción. Al mismo tiempo, a través de ese movimiento de cámara, la película se reivindica como forma pura, como lo hizo en su día ese Mad Max: furia en la carretera, que se distanció de la contemporánea tendencia a la gravedad y la hipertrofia narrativa del moderno cine espectáculo apostando por la autosuficiencia del estilo para levantar su discurso.

Doble postmortem de Brandon Lee en el rodaje de El cuervo (1994) y álter ego de Keanu Reeves para las escenas de riesgo de la trilogía Matrix, Chad Stahelski, de profesión especialista, debutó como director con John Wick (2014), película que no llegó a las salas españolas, pero que, poco a poco, fue adquiriendo cierta aureola de sorpresa anómala en su género. A Stahelski y a su guionista Derek Kolstad les bastaba con una premisa nimia para proponer todo un mundo: un asesino de élite retirado se venga, de manera implacable y unidireccional, de quienes le robaron el coche y mataron al perro que le regaló su difunta novia. Stahelski y Kolstad demostraban ser conscientes de que en el cine de acción todo fatuo psicologismo y toda frase subordinada no es más que sobrepeso: sin remansos, la película era una sucesión de coreográficas secuencias de acción, sostenidas sobre lacónicos diálogos y una áspera representación de la violencia, que describía un extraño submundo de funcionamiento rígidamente codificado.

John Wick: Pacto de sangre ahonda en el desprecio a toda voluntad realista y refuerza un cierto espíritu slapstick en el sustrato cómico de muchas situaciones –el tiroteo en la fuente del Lincoln Center, la pausa en el bar del hotel, el clímax en la exposición de arte contemporáneo-, sin olvidarse de añadir nuevos trazos a la descripción de su universo criminal al margen. En su desenlace, la película llega a tantear registros paranoicos, sugiriendo una visión del mundo como representación que quizá sea el punto de partida de su anunciada tercera entrega.

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