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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Columna
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Las puertas del paraíso

Marcos Ordóñez

He visto en Netflix un documental extraordinario de título enrevesado, Best Worst Thing That Ever Could Have Happened (La mejor peor cosa que podía haber pasado), dirigido por Lonny Price, sobre la producción de Merrily We Roll Along, de Sondheim, en el Alvin Theatre de Broadway. Un sueño imposible: en 1981, un puñado de jóvenes adoradores de Stephen Sondheim son convocados a un casting para su nuevo musical. En una habitación se encuentran con el mismísimo Dios Padre y con Moisés, SS y su colega y casi hermano, el productor Harold Prince, entonces en la cima de su carrera, joya tras joya (Company, Follies, A Little Night Music, Pacific Overtures, Sweeney Todd), y les dicen que quieren probar algo distinto, como si todo lo anterior no lo fuera: Merrily We Roll Along, sobre la comedia de Kaufmann y Hart de los años treinta.

Una función que se cuenta hacia atrás: comienza con los personajes maduros y amargos y acaba en su juventud, llenos de ilusiones. El libreto es de George Furth, autor de Company, y la partitura es sensacional. Quieren un reparto de gente joven, trabajan con ellos día a día y acaban seleccionando a una treintena. En los preestrenos derraman energía y entusiasmo, pero cada noche filas enteras de espectadores abandonan el teatro. Las críticas dicen que la historia no se sigue, que con aquellos chavales parece un musical estudiantil, o un summer stock a lo Rooney y Garland.

La función solo dura 16 días en cartel. Golpe terrible: tocar el cielo y caer en picado. Sacando fuerzas de no se sabe dónde, graban el estupendo disco de recuerdo (Original Cast) y se despide el duelo. Merrily se repondría con el tiempo y acabó siendo un clásico, pero Sondheim y Price se culparon mutuamente de aquel fracaso y no volvieron a compartir Olimpo. ¿Y qué fue del escuadrón de Ícaros? El documental reúne a los protagonistas y juntos evocan el ascenso, la caída y la supervivencia. Algunos siguen en activo, como Jason Alexander (Senfield), o Jim Walton, que hizo una digna carrera en Broadway, o el propio Lonny Price, que ha dirigido abundantes musicales de Sondheim, pero es más interesante Ann Morrison, como todos los que caen y se levantan: venció al alcohol y enseña teatro a discapacitados. O Abigail Pogrebin, que se reinventó como periodista. Un testimonio tremendo es el de James Weissenbach, que tenía el rol principal pero fue apeado del reparto (y reemplazado por Walton) poco antes de estrenar. Salvándose de la quema, eso sí.

Lonny Price ha rastreado un material soberbio (la cadena ABC siguió los ensayos para un especial que no llegó a emitirse), que combina con el rodaje propio, en 2002, de un reencuentro que tiene la melancolía de Follies (el retorno del reparto al Alvin, su puerta al paraíso, casi cuatro décadas después), y un concierto de homenaje, rematado por Old Friends, que es un afirmativo triunfo, para llorar de bonito. A todo esto, por cierto, el señor Sondheim (87 años), secundado por el dramaturgo David Ives, parece que tiene a punto un nuevo musical, provisionalmente titulado Buñuel, que remezcla El discreto encanto de la burguesía y El ángel exterminador. Si todo va bien, se verá el próximo otoño en el Public Theater de Nueva York, dirigido por Joe Mantello.

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