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El museo hidalgo

Una buena dosis de romanticismo y de vaga nostalgia inspiró el proyecto al que Archer Huntington dedicó su vida y una parte considerable de su fortuna

La Hispanic Society en 1920.
La Hispanic Society en 1920.Wikimedia
Andrea Aguilar

Puede que en el implacable y constante cambio de Nueva York resida parte de su encanto. Todo parece pasar tan rápido como los chirriantes vagones de las líneas exprés del metro que la recorren noche y día. El asequible y delicioso local de venta de sándwiches muta en 48 horas; la clásica barbería se esfuma como un espejismo; el mítico restaurante que apareció en varias películas es ocupado por una peluquería para perros; y los museos remodelan y trasladan sus sedes hasta acabar pareciéndose a esas tiendas diáfanas y enormes de tecnología de última generación. Esta tiranía del perpetuo cambio convierte a los neoyorquinos irremediablemente en una legión de acelerados nostálgicos románticos.

Una buena dosis de romanticismo y de vaga nostalgia inspiró el proyecto al que Archer Huntington (1870-1955) dedicó su vida y una parte considerable de su fortuna. Como en una cápsula del tiempo, la colección de arte y la biblioteca sobre España que reunió con esmero este filántropo --que bien podría haber inspirado algún personaje de las novelas de Henry James, si su pasión coleccionista le hubiera llevado a Italia o Francia-- se conservan en el exótico y lujoso edificio neoclásico que Charles Pratt Huntington, un pariente arquitecto, diseñó en 1904. En poco más de un año el edificio estuvo listo, pero la instalación de la colección llevó dos más, tiempo en el que Huntington siguió adquiriendo obras, como por ejemplo el retrato de la Duquesa de Alba de 1797 realizado por Goya.

Una de las salas de la Hispanic Society of America.
Una de las salas de la Hispanic Society of America.Wikimedia

No resulta del todo extraño que para llegar a la sede de la Hispanic Society of America haya que olvidar cualquier ruta exprés y tomar el metro “local”, es decir, la línea que se detiene con parsimonia en todas las estaciones del oeste de Manhattan. Por encima de Harlem a la altura de la calle 155, entre Broadway y Riverside Drive, se alza el patio flanqueado por los edificios. Al museo y la biblioteca dedicados a la historia de la península ibérica, se sumaron el Museo de los Indios Americanos (trasladado años después al sur de Manhattan); la American Geographical Society (hoy en Wall Street); la American Numismatic Society (ahora ubicada en el West Village); y la Academia de las Artes y las Letras Americanas, única institución que mantiene su sede original junto a la Hispanic Society. El conjunto se construyó sobre los terrenos que ocupaban la granja del artista James Audubon, cuya viuda presionada por las deudas fue vendiendo parcelas hasta acabar deshaciéndose de este último trozo, Audubon Terrace, donde tenía su casa.

No hay rastro de aquel pasado rural en el complejo que sufragó Huntington y donde consiguió materializar el sueño al que desde 1889 dedicó todas sus energías: aquel año renunció a dirigir la empresa Newport News Shipyards de su padre adoptivo para volcarse de lleno en la construcción de un “museo español”. En 1898 le explicaba a su madre en una carta que su proyecto debía “condensar el alma de España en significados, a través de obras… Deseo conocer España como España y darle expresión en un museo. Si puedo hacer un poema de un museo, será fácil de leer”. A sus lecturas sobre España se sumaron los viajes que realizó por el país en 1892, 1896 y 1898.

En la piedra blanca que recubre los edificios y las escalinatas de la Hispanic Society hay un eco europeo a la americana. Hoy los edificios rompen igualmente el paisaje de un barrio del norte de Manhattan con amplia población latina de clase trabajadora, tiendas conocidas como bodegas en las esquinas, y pizzerías mal iluminadas de a dólar la porción. Puertas adentro, ya en el museo la experiencia de la visita es íntima y extravagante. Los sepulcros renacentistas, procedentes del monasterio de San Francisco de Cuéllar, las esculturas, cerámicas árabes, telas, joyas ibéricas y mosaicos romanos forman parte del tesoro. Una escultura de El Cid tallada por la segunda esposa de Huntington ocupa un lugar central.

Exposición de Sorolla, en la sala principal, hacia el oeste, en 1909.
Exposición de Sorolla, en la sala principal, hacia el oeste, en 1909.The Hispanic Society of America

En su siglo largo de vida no han faltado propuestas para trasladar el museo a la parte baja de Manhattan, para ampliar el horario de su biblioteca o abrir sus actividades a la comunidad que lo rodea. Un acuerdo con la Fundación DIA permitió durante tres años que unas salas del museo alojaran trabajos de artistas contemporáneos como Francis Alÿs o Dominique González Foerster.

Las paredes color terracota, las columnas, los escasos bancos forrados de terciopelo rojo, la ausencia hasta hace poco de aire acondicionado, y las bellas galerías donde se muestran obras de Velázquez, Sorolla o el Greco, transportan al visitante de la Hispanic Society a un tiempo detenido, a un museo casi desierto, a un fascinante secreto donde refugiarse de las masas y la mercadotecnia que asolan los centros de arte. Huntington dispuso que nunca se cobrara entrada y que las cuentas siempre se mantuvieran equilibradas. Hasta ahora no había cafetería ni tienda, porque la Hispanic Society ha vivido orgullosamente ajena al bullicio y al ánimo de lucro que impulsa a otros, como digna representante de un pasado de hidalguía. Decadencia orgullosa. Un tesoro.

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Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.

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