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Muere James Rosenquist, pionero del pop art

Fundador de esta corriente junto a Roy Lichtenstein y Andy Warhol, ha fallecido a los 83 años después de una larga enfermedad

James Rosenquist bromenando en 2001 junto a su cuatro 'Joan Crawford says..' en una muestra de pop-art en el Georges Pompidou.
James Rosenquist bromenando en 2001 junto a su cuatro 'Joan Crawford says..' en una muestra de pop-art en el Georges Pompidou.MANOOCHER DEGHATI (AFP)

Andy Warhol murió en el 1987 tras una inesperada arritmia postoperatoria a los 58 años. Roy Lichtenstein murió en 1997 al complicársele una neumonía a los 73. Y, ahora, James Rosenquist, el tercer pie del llamado pop art, ha muerto, también en Nueva York como los dos anteriores, a los 83.

Quizá por haber vivido más que los otros dos, por ese halo desmitificador que le da haber fallecido plácidamente en su residencia neoyorquina un viernes del siglo XXI tras una larga enfermedad o quizá por ser el menos pomposo de los tres, Rosenquist (Grand Froks, Dakota del Norte, 1933) también fue el menos célebre. El menos “pop” de su género, podría decirse, que apenas tuvo una retrospectiva en 1973 en el Whitney Museum y, 30 años después, otra en el Guggenheim de Nueva York.

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“Nunca me preocuparon tanto los logos o las marcas o las estrellas de cine, como a Andy (…) y al contrario que Roy no estaba interesado en la simulación irónica de los medios pop. Yo quería hacer cuadros misteriosos”, resumió en su autobiografía “Pintura bajo cero”, editada en 2009. Él, además, siempre rechazó esa etiqueta pop para este movimiento. “Nos unía una actitud irónica hacia las banalidades de la cultura del consumo estadounidense. Si acaso, deberían habernos llamado artistas antipop”, decía en ese mismo libro.

Rosenquist venía de una familia muy humilde que trabajaba en la aviación (“ver un dólar era como ver una rana con pelo”, explicaba) en una Dakota del Norte cuya tierra “tan plana como una pantalla en la que podías proyectar cualquier cosa que te imaginaras”. Al empezar a estudiar en la escuela de Artes de Minneapolis, se fascinó con Norman Rockwell, con los murales de Diego Rivera y con los collages surrealistas. Pronto empezó a trabajar como pintor de vallas publicitarias y por la noche sacaba tiempo para crear sus propias obras, hasta que entendió que podía fusionar las dos cosas en una, sobre todo cuando en 1960 abandonó la cartelería publicitaria definitivamente tras perder a dos compañeros en el andamio.

Siempre le quedó la admiración por “el carácter práctico, artesano de esos pintores caminando en sus petos, sin hacer ningún tipo de alarde de su arte sino simplemente haciendo su trabajo”. Cuando hablaba de su paleta de colores decía “mi alfabeto cromático vino de los espagueti franco-estadounidenses y el burbon de Kentucky”, aunque cuando llegó a Nueva York en 1955, tras unos años dedicado a los carteles de las tiendas de caramelos de Brooklyn, se metió de lleno en el epicentro de los artistas del momento: compartió aulas con George Grosz, estudio con Agnes Martin, frecuentaba el Cedar Tavern en el Greenwich Village como William de Koonig y era vecino de Robert Montana y Jasper Jones. Cuando iba a Hollywood, quedaba con Dennis Hopper. Así, en 1962, la galería Green Gallery le dedicó su primera exposición monográfica y vendió todos los cuadros.

Sus pinturas y sus collages tenían siempre un toque inquietante. Su trabajo probablemente más famoso, F-111, de 1965, estuvo, además, cargado de mensaje político antimilitarista, pues era un collage con un bombardero en plena Guerra Fría, una niña con un brillante secador de pelo, espagueti, una bomba atómica y un neumático de coche. Lo había pintado tras visitar a su amigo Eugene Rukhin en San Petersburgo (entonces Leningrado). “Entendí que esa gente (los rusos) nunca iba a empezar una guerra con nosotros (…) Cuando vi una foto de ese nuevo bombardero F-111 que no había volado todavía, pensé: ‘Menuda pérdida de tiempo y de dinero’”, explicaría en 2012 en una charla en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), institución que tiene en su colección permanente este cuadro, que fue el más grande jamás subastado cuando se vendió en 1986.

Mientras Warhol pintó a Jackie Kennedy, él optó por retratar a JFK en President Elect, aunque también dibujó, de manera muy diferente, a Marilyn Monroe. En Fahrenheit 1982 retrató una uña roja convertida en una pluma de escribir y cambiando la hoguera por el fuego de un cohete. En 1978, el presidente Jimmy Carter lo hizo miembro del Consejo Nacional de las Artes, al que perteneció durante seis años, y ya en los 90 su estilo fue evolucionando hacia una pintura caleidoscópica y futurista que no le renovó los votos con la posteridad.

Su vida personal sufrió un duro golpe cuando su hijo y su primera esposa, Mary Lou quedaron seriamente heridos en un accidente de coche en 1971 del que él salió prácticamente ileso, lo que le obligó a pintar más para pagar las facturas médicas. Se casaría de nuevo en 1987 con Mimi Thompson, madre de su hija Lily y quien anunció su muerte. Su legado artístico, por su parte, se vio también afectado por un incendio sucedido en 2009 su casa de Aripeka, en Florida, que se llevó la propiedad y muchas de sus pinturas. Pero ni siquiera entonces paró de producir, pues reconocía que “cuando las cosas se vuelven peculiares, frustrantes y extrañas, es un buen momento para ponerse a pintar”.

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