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Ecos y reflejos

'La parte soñada', de Rodrigo Fresán, es una lectura por momentos tediosa e intimidante, pero también deslumbrante sobre los sueños y el fervor por los libros

Rodrigo Fresán, visto por Sciammarella.
Rodrigo Fresán, visto por Sciammarella.

La aparente trilogía (pues se trata, a todas luces, de una obra por entregas) del ambicioso proyecto de Rodrigo Fresán, iniciado con La parte inventada (2014) y que concluirá con La parte recordada, nos provee ahora de la sección central, La parte soñada, y es precisamente su lectura, intimidante y tediosa por momentos, pero en igual medida alambicada y deslumbrante, lo que viene a confirmar que el mejor modo de abordar su desmesura es recoger, de ese vasto océano, las corrientes de peces plateados, derrelictos y monstruos que mejor se adapten a la inmersión de cada lector.

Con la primera entrega, alguien perspicaz se preguntó: “¿Esto de qué va?”, y esta segunda va de lo mismo que iba la anterior. Si Flaubert quería escribir un libro sobre nada, solo sostenido por el estilo, Fresán quiere escribirlo todo (“lo suyo era no un no se me ocurre nada, sino un se me ocurre todo”); y, si fuera posible, al mismo tiempo en que todo sucede (o se inventa, o se sueña, o se recuerda). De manera que esta obra se sostiene en la fluencia de leer que concuerda, podría decirse, con respirar. Para Fresán, muy propenso a la “manía referencial”, es decir, a la pura digresión, escribir y leer conforman una intrincada red que motiva tanto su sustento como su finalidad.

No de otra manera podría justificarse la voz narradora, que no cabe identificar con el autor, y no obstante remite constantemente a él, pero no para acotarlo, sino para ratificar su particularidad, su carácter inaprensible. En La parte inventada aparecía El Escritor, a manera del artífice del relato; aquí desaparecen las mayúsculas para referir las sucesivas etapas: “nextcritor, escritor, excritor”. Sí, son ganas de cultivar una nueva nomenclatura para decir que se es escritor incluso antes de serlo y también dejando de escribir. Esa teología impregna esta obra agotadora para el lector, pero exaltante para su autor, ya que, como decíamos, es de su respiración de lo que iba La parte inventada, de lo que va La parte soñada y prevemos que irá La parte recordada.

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Tampoco hay argumento o progresión en este volumen, sino temas que no se agotan: el sueño, claro, y novelas de grandes escritores. Continúa con Suave es la noche, pero hay más remembranzas de Cumbres borrascosas, todo un curso de posgrado sobre la genialidad de las hermanas Brontë, y Cosas transparentes, de Nabokov, cuyos recursos narrativos aprovecha Fresán (“Hey, pero si yo pienso igual que Nabokov”) al fusionar persona, escritor y personaje, y trasuntos de biografía estilizada: el descubrimiento de 2001: una odisea del espacio y cualquier asunto que permita producir “muchos ecos y tantos reflejos entre unas páginas y otras”.

La parte soñada debe leerse con muchas pausas para evitar que la intoxicación pueda derivar en animosidad. Hay páginas que prolongan su brillantez, pero también se incrustan divertimentos que nadie echaría en falta. Este es un libro para leer y oír, cuyo mejor propósito es poner a nuestra disposición el caudal imaginativo, el patrimonio indefectible del insomnio y de los sueños, las asociaciones lógicas o intempestivas, el fervor por los libros enriquecidos con nuevas lecturas, todo ello a través de la figura de un escritor que no puede ser otra cosa y escribe “como despidiéndose pero pensando en quedarse”.

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Autor: Rodrigo Fresán.


Editorial: Literatura Random House (2017).


Formato: versión e-book y tapa blanda (592 páginas).


Desde 11€ en El Corte Inglés

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