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Crítica | David Lynch: The Art Life
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Oscuridad y esplendor

Un documental que no busca abordar a David Lynch como cineasta esencial contemporáneo, sino captarlo como artista en su día a día

Fotograma del documental 'David Lynch-The Art Life'.

DAVID LYNCH – THE ART LIFE

Dirección: Jon Nguyen, Rick Barnes y Olivia Neergaard-Holm.

Documental. Estados Unidos, 2016

Duración: 90 minutos.

Cuando el pintor Bushnell Keeler, padre de uno de sus amigos de adolescencia, le regaló el libro El espíritu del arte del realista americano Robert Henri, David Lynch descubrió, a un tiempo, cuál iba a ser su lugar en mundo y qué es lo que necesitaba para ser feliz: café, tabaco y un lienzo o, dicho de otra manera, una vida de artista. Una vida fundamentalmente sencilla, pero susceptible de abrir la puerta a otras realidades y acceder a la estructura profunda de lo tangible. No es caprichoso que esta anécdota en apariencia tan poco espectacular inspire el título del documental de Jon Nguyen, Rick Barnes y Olivia Neergaard-Holm que, como el recién publicado libro David Lynch. El hombre de otro lugar (Alpha Decay) de Dennis Lim, tiene la virtud de ir a la médula de su objeto de estudio: el autor cuyo apellido inspira un adjetivo del que se ha abusado alegremente, pero que define una forma de extrañeza y malestar que condensa el espíritu de nuestra época.

David Lynch-The Art Life toma una decisión simple que fija la esencia de una identidad esquiva: antes que abordarlo como cineasta esencial de la contemporaneidad o como fascinante excéntrico, los documentalistas presentan a Lynch en tanto que, lisa y llanamente, un artista y lo capturan en su estudio, trabajando mientras su hija Lula juguetea alrededor y su voz en off desgrana recuerdos y reflexiones. No hay otros testimonios, tampoco imágenes de sus películas, pero, en un juego de síntesis realmente magistral, aquí está todo Lynch, todas las pistas para entender los orígenes experienciales de algunas de sus imágenes más perturbadoras, su ética del trabajo, su capacidad para mirar el mundo desde ese ángulo privilegiado que libera el inconsciente de lo real.

Repudiando todo didactismo, los cineastas dejan que sea el espectador quien establezca todas las conexiones y, como en la mejor película de Lynch, aquí también hay una fisura: la brusca interrupción de un recuerdo de infancia sobre un vecino –el señor Smith- que colapsa la voz del artista y deja en el aire el inagotable misterio de los puntos suspensivos.

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