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Cierre de la Feria de la Magdalena

El toreo efectista de López Simón caló en los tendidos de Castellón

Varea hizo lo mejor de la tarde, y Ponce volvió a estrellarse con toros de Juan P. Domecq

El diestro López Simón sale a hombros de la plaza de toros de Castellón.
El diestro López Simón sale a hombros de la plaza de toros de Castellón.Domenech Castelló (EFE)

La corrida de Juan Pedro Domeccq, incluido en el paquete el de Parladé, pareció más corrida de retales que de feria de postín. Una desigualdad absoluta. Por delante y por detrás; por arriba y por abajo. Ni siquiera se igualó en cuanto a juego. El lote de López Simón fue el que mejor se portó, sobre todo el segundo de la tarde, el más ofensivo de todos: delanterito, punto acucharado de defensas y largo de tipo. El mejor, sin duda, de la corrida. Muy buen toro.

Ese segundo toro de Juan Pedro Domecq fue alegre y pronto en la muleta. De un simple refilonazo salió del caballo, sueltecillo, y un quite de su matador, chicuelina, tijerillas y una larga a una mano, puso en aviso lo que podía ser en la muleta. No falló. López Simón comenzó con el repetitivo y ya cansino cambiado por la espalda, el remate por alto, para seguir por derechazos con las dos rodillas en tierra. La siguiente serie, sobre el mismo pitón, surgió limpia y ligada. Ya para entonces el buen toro había presentado credenciales sin condición alguna. Otra serie de buen trazo con la izquierda dio paso ya sin límites al toreo accesorio tan en boga. Siempre en terreno de toriles, donde el toro se tragaba todo, lo bueno y lo regular. Un derechazo ligado con el circular y enganchado al de pecho hizo feliz a la gente. Luego, los circulares, los cambios de mano sin espada, una galería interminable de habilidades muy llamativas. Y aunque la espada se le fue a los bajos, fue suficiente para entregar al toro a las mulillas y recoger el premio de una oreja.

Otro buen toro fue el quinto, muy cómodo de cara, por cierto. Repetidor, admitió de entrada tres series por la derecha, bien ligadas las dos primeras y no tanto la tercera. Otro cambiado por la espalda para entrar en el toreo sobre la mano zurda, pero la cosa salió deslucida al caer el toro en la arena. Por este pitón izquierdo le costó al toro entregarse en cuerpo y alma, por lo que López Simón regresó a la derecha. Esta vez, ya sin contemplaciones de ningún tipo, entraron en juego los efectos especiales. Las cercanías, el derroche en los cites junto a los pitones y un desplante a cuerpo limpio, dejaron encantado al tendido. Toreo de verdad no hubo casi, pero la gente se lo pasó en grande. El toro rodó sin puntilla a pesar de la estocada baja, la petición fue muy ruidosa, y el palco volvió a premiar al torero.

DOMECQ / PONCE, SIMÓN, VAREA

Toros de Juan Pedro Domecq y Parladé (5º), muy desiguales de presentación y juego; el mejor fue el segundo.

Enrique Ponce: pinchazo y estocada trasera (saludos); estocada (saludos).

López Simón: media muy baja y trasera (oreja); estocada baja sin puntilla (oreja).

Varea: dos pinchazos y estocada (saludos); pinchazo y estocada (oreja).

Plaza de Castellón, 26 de marzo. Quinta y última de La Magdalena. Casi lleno. Se guardó un minuto de silencio en memoria de Manolo Cortés.

Los muletazos de calidad de la tarde, quizás cuenten también entre los mejores de la feria, los dio Varea al sexto. Este toro, que cerró plaza y abono, tuvo tipo de toraco, con 582 kilos, altón, pero poco ofensivo. Le costó algo acudir a la muleta, pero tampoco se negó a tomarla. Varea compuso con sabor. Sobre la izquierda sacó lo mejor de su toreo, con naturales de calidad. No quedaron redondas las series porque al toro le costó ir en los últimos muletazos, pero si quedó plasmada la clase de este torero. Muy metido con el toro, la fase final de su labor fue muy plástica. El toreo fundamental hizo su presencia. La gallardía, la planta, la reunión con el toro, fueron elementos que se salen de la norma populachera que tanta presencia ha tenido en esta feria.

El tercero de la tarde llegó muy apagado al tercio final. Con la capa, Varea dejó el buen sabor de unas verónicas dibujadas con estilo y clase propia. Luego, los doblones de inicio con la muleta tuvieron empaque, como el resto de una faena que fue más de goteo que de continuidad. Pero, en todo caso, siempre por el camino del toreo fundamental. Del buen toreo.

Enrique Ponce volvió a tropezar con la misma piedra, al igual que en Valencia apenas una semana antes: los toros de Juan Pedro Domecq. Ninguno de los dos que entraron en su lote fueron toros como para lucir, ni siquiera en las manos de torero de tanta inteligencia. Muy deslucido fue el primero, que, además, quiso colarse en el terreno del torero más de una vez. Consintió Ponce, pero siempre muy en contra de la voluntad del toro. Y a la hora de cuadrar, el de Domecq se puso incierto, gazapón, distraído, y la labor se hizo muy laboriosa. El cuarto de salida intentó saltar por dos veces al callejón y en ambas se estrelló contra las tablas. Flojo toro, vacío de contenido, que tampoco dejó a Ponce sacar algo en claro. Ni estar a gusto. Insistente siempre, pero esfuerzo estéril.

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