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‘Verano 1993’ y ‘Últimos días en La Habana’ ganan el Festival de Málaga

“Lloro siempre tarde”, asegura Carla Simón, la directora española triunfadora, que narra el drama que le supuso perder a sus padres de niña

La directora Carla Simón, en el centro, posa con los actores de su película 'Verano 1993'. Vídeo: tráiler de la película.Vídeo: JORGE ZAPATA EFE
Rocío García
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Verano 1993, la conmovedora historia autobiográfica de su realizadora Carla Simón, se ha alzado con la Biznaga de Oro a la mejor película española de la 20ª edición del Festival de Cine de Málaga. El filme, que supone el debú en el largometraje de Simón (Barcelona, 1986), narra la llegada de la muerte a su infancia y cómo un niño se enfrenta a tamaña tragedia. Ella tenía seis años ese verano cuando murió su madre. Tres años antes había fallecido su padre, víctimas los dos del sida. El filme está protagonizado por Laia Artigas, Paula Robles, David Verdaguer y Bruna Cusí. Verano 1993, cuya proyección en Málaga provocó una gran conmoción, ya consiguió en el Festival de Berlín el premio del público y el de mejor ópera prima.

En un palmarés muy repartido, el jurado de Málaga, que ha presidido el director Emilio Martínez Lázaro, es la película No sé decir adiós, también primer largometraje de Lino Escalera, madrileño de 42 años, la que se ha alzado con el mayor número de galardones. No sé decir adiós, un filme contenido y austero sobre el último viaje hacia la muerte de un padre y las dificultades de la despedida, ha conseguido el premio Especial de Jurado, el galardón al mejor guion para Pablo Remón, así como el de mejor actriz protagonista para Nathalie Poza y el de actor de reparto para Juan Diego.

En esta 20ª edición, en la que por primera vez han participado ocho películas latinoamericanas de las 17 a concurso, se ha concedido el premio a la mejor cinta iberoamericana a Últimos días en La Habana, dirigida por Fernando Pérez, un realista retrato de la vida en la capital cubana, cuya actriz de reparto, Gabriela Ramos, ha conseguido el galardón en esta categoría. La mención especial del jurado ha ido a parar al filme de Víctor García León, Selfie, también premio de la crítica.

Si no había dudas sobre el galardón para Nathalie Poza, que en No sé decir adiós realiza un trabajo impresionante, en el papel de una mujer desbaratada por la vida, drogadicta y con serios problemas de comunicación, el que ofrece Leonardo Sbaraglia en El otro hermano se puede decir lo mismo. Sbaraglia, premio al mejor actor protagonista, interpreta a un malvado asesino en la película que dirige Adrián Caetano y desde su proyección en este festival tenía casi todas las papeletas.

El jurado ha premiado a La mujer del animal, el filme colombiano que narra la terrible historia real del secuestro, violación y torturas sufrido por una mujer a manos de su pareja durante siete años, con el galardón al mejor director, Victor Gaviria, y montaje. Por último, Plan de fuga, el thriller sobre la amistad y la fidelidad que dirige Iñaki Dorronsoro, ha conseguido el premio a la mejor música, y Redemoinho, del brasileño José Luiz Villamarim, fotografía.

La ganadora de la Biznaga de Oro a la mejor película española, Carla Simón, graduada en Comunicación Audiovisual en la Universidad Autónoma de Barcelona y estudiante de cine en Londres, ha estado siempre marcada por el descalabro que sufrió en la infancia con la pérdida de sus padres. Después de realizar un cortometraje, Born Positive, sobre dos niños enfermos de sida, intentó escribir un guion sobre la juventud de su madre hablando con amigos y familiares. Pero aquel verano amargo, en el que falleció su madre y ella fue acogida en la casa de un tío materno, en un pueblo del Ampurdán, la perseguía. Lo dejó todo y se centró en sus recuerdos y sensaciones más personales. Es entonces cuando comenzó a escribir Verano 1993, con ayuda de sus nuevos padres, de sus hermanos, de las fotos y de las imágenes que a ella la rondaban. Recordó el drama cuando se tenía que despedir de sus abuelos, cómo cada día rezaba el Padre Nuestro tal y como le había pedido su abuela, también cómo pensaba que todo aquello no era real y que su madre aparecería de nuevo. Fue así, poco a poco, como se enfrentó a esa infancia marcada por la muerte que ahora se traslada a la pantalla. “Un niño cuando pierde a sus padres se siente muy solo y esa soledad era muy importante transmitirla”, aseguraba esta semana en Málaga.

No es Verano 1993 una catarsis personal porque Simón, una mujer nada pudorosa, tiene más que superado el drama. “Tengo muy asumido lo que me pasó y lo cuento desde hace años con absoluta naturalidad. Quería mostrar cómo los niños se enfrentan a la muerte y mi caso era perfecto”. Reconoce, sin embargo, que, a la hora de escribir el guion, sí volvió a comprobar el dolor que le producen los pocos recuerdos que tiene de su madre. Cogió todas sus cartas que tenía y se fue a los sitios desde donde habían sido escritas, Ámsterdam, Marruecos, Vigo, donde filmó imágenes y espacios vacíos. “Me reconcilió con la ausencia de recuerdos y me volvió a reconectar con ella”, añade Simón, que durante el rodaje se olvidó de todo y se centró en contar lo que ella quería: cómo cambia la vida de un niño ante la muerte.

“La premisa de mi película es que los niños son inteligentes y entienden las situaciones complejas. Son muy capaces de entender que la muerte es una cosa irreversible y que no hay bromas. Racionalmente lo entienden, otra cosa es cómo se enfrentan emocionalmente”, recalca Simón, una niña que tardó en llorar meses. “Yo lloro muy tarde siempre. Tengo mucha capacidad de aguantar y de adaptarme a situaciones difíciles. He aprendido a gestionar las emociones, pero sigo llorando tarde”, dice esta mujer tan risueña.

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