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Columna
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El empleado infiltrado

La mecánica de 'El jefe infiltrado' es conocida: un directivo de una empresa se pone una peluca y se hace pasar por un empleado normal y corriente. Yo preferiría 'El empleado infiltrado'

Jaime Rubio Hancock

La mecánica de El jefe infiltrado es conocida: un directivo de una empresa se pone una peluca y se hace pasar por un empleado normal y corriente, con el objetivo de averiguar si los trabajadores cumplen con su cometido. Termina con momentos sensibleros, recompensas más o menos generosas y alguna que otra bronca.

Yo preferiría El empleado infiltrado. En esta versión, un trabajador se haría pasar por el nuevo vicepresidente ejecutivo (o algo similar) para comprobar si los jefes se preocupan por la empresa tanto como dicen.

El primer día todo le sorprendería, imagino, y quizás incluso le aterraría tener que tomar decisiones importantes: el sofá del despacho, ¿en negro o en marrón? ¿Y si mañana vengo sin corbata, para que mis subordinados vean que soy un tipo accesible y juvenil?

Pero no tardaría en acostumbrarse al poder: daría órdenes al azar, se echaría siestas con el despacho cerrado y convocaría reuniones el viernes a las cinco de la tarde para vengarse de todo el mundo (“me odian, lo veo en sus miradas”).

También habría algo de tensión: las ventas bajan y los bancos no quieren conceder un decimocuarto crédito. ¿Qué hacer? ¿Huir a Laos con el efectivo que hay escondido bajo la baldosa?

Al final optaría por una decisión económicamente sensata: declararse en concurso de acreedores y presentarse a las elecciones al Congreso. Así podría luchar contra esos burócratas que habrían ahogado sus planes innovadores con excusas liberticidas, como “regulación sanitaria” y “productos tóxicos”. Por no hablar de los sindicatos, aún empeñados en que los trabajadores cobren. ¿Acaso estamos en la Rusia de Stalin?

La campaña arrancaría bien, con mítines multitudinarios y encuestas optimistas. El objetivo ya no sería llegar al Parlamento, sino presidir el Gobierno.

Por desgracia, la semana terminaría y el empleado tendría que volver a su antiguo trabajo, no sin antes revelar su identidad al resto del equipo directivo y aprobar bonus de varios millones de euros para todos. Menos para él, que ya no sería jefe.

No sé, yo vería ese programa.

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Sobre la firma

Jaime Rubio Hancock
Editor de boletines de EL PAÍS y columnista en Anatomía de Twitter. Antes pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor, entre otros temas. Es autor de los ensayos '¿Está bien pegar a un nazi?' y 'El gran libro del humor español', además de la novela 'El informe Penkse', premio La Llama de narrativa de humor.

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