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‘Tenemos la carne’: sí es para tanto

La ópera prima de Emiliano Rocha Minter llega a las salas mexicanas apadrinada y con fama de desagradable

Elías Camhaji
Fotograma de 'Tenemos la carne'.
Fotograma de 'Tenemos la carne'.
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Todos los periodistas querían ver la película que Alfonso Cuarón, Carlos Reygadas y Alejandro González Iñárritu habían respaldado con vehemencia. Todos querían ver la "audaz" ópera prima de Emiliano Rocha Minter, la que había repugnado a los espectadores del festival de Sitges rompiendo el récord de deserciones en la fiesta española de los filmes de terror. Era un morbo extraño. Algunos recomendaban, incluso, no comer mucho antes de verla. Lo cierto es que cuando terminó la proyección los asistentes a la función de prensa no sabían qué decir.

Tenemos la carne es visualmente potente y trasgresora. Asesinatos, violaciones, incesto, canibalismo, necrofilia… la película pone al espectador de frente a una realidad que nadie quiere ver. Es el indigente que grita groserías y camina desnudo y sucio por la calle. Es el fetichista que se encierra a masturbarse y ver pornografía. Es el degenerado que encuentra un rincón en la web profunda para hablar y hacer chistes sobre los crímenes más viscerales e inconfesables.

En el discurso, la invitación a explorar ese lado oscuro es sumamente innovadora, algo que no suele hacerse a menudo en el cine mexicano, estereotípicamente acaparado por películas devotas al costumbrismo contemporáneo. En el discurso, que un cineasta de 25 años se atreva y consiga llevar a la pantalla una cinta así es prodigioso y envidiable para el resto de los millennials o para quien haya soñado con hacer cine. En el discurso, que una propuesta consiga producir repulsión, asco y sensaciones tan poderosas en el espectador es refrescante y provocativo. El problema es que no hay discurso. No, no se esperaba una reflexión súper profunda ni un mensaje que reivindicara un atentado contra "la moral y las buenas costumbres". El problema es que no la entendimos y casi nadie pudo admitirlo.

Lo que aquellos espectadores buscaban en aquella sala de cine sin encontrarlo era un poco de sinceridad sin pretensiones. El productor, el fotógrafo, el director y dos miembros del elenco entraron a la rueda de prensa en la Ciudad de México y miraron a las cámaras con la sonrisa de un niño que acaba de cometer una travesura. "Había sido una experiencia muy bonita", "es como un cuento de hadas de Disney", "es el reflejo de la generación que creció en el TLCAN", "tiene mucho de Cantinflas", "Sitges había sido un trauma bonito", fueron algunas cosas que dijeron a los periodistas.

Las respuestas se sucedían como frases huecas hasta que las preguntas se agotaron. Rocha Minter admitía que antes de ver a los medios le habían pedido que se lo tomara en serio. Tal vez había que abonar a la figura del enfant terrible, del genio loco. Como si alguien gritara frenéticamente en el fondo de la sala: "¡Haz lo tuyo, di lo tuyo!". Esa era una posibilidad. La otra era reconocer que se quería hacer una película gore sin más.

Tenemos la carne deja impresiones difíciles de olvidar. Los monólogos sombrios de Noé Hernández, en una excelente interpretación en el papel de Mariano, el indigente-gurú, sacan a flote la trama en tiempos confusos, inconexos o francamente sin sentido. La cinta explora facetas carnales y descarnadas de los seres humanos a través de los linderos claustrofóbicos del erotismo y del gusto por la carne o las parafilias más ocultas al compás de música clásica y pop de los sesenta. "El hecho de que llegue a las salas de cine comercial es un acto terrorista", dijo Rocha Minter. Habrá que ver si la gente paga su entrada. 

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Sobre la firma

Elías Camhaji
Es reportero en México de EL PAÍS. Se especializa en reportajes en profundidad sobre temas sociales, política internacional y periodismo de investigación. Es licenciado en Ciencia Política y Relaciones Internacionales por el Instituto Tecnológico Autónomo de México y es máster por la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS.

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