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Columna
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Sonrisas dentadas

La sonrisa de Artur Mas durante las penas de telediario persigue fastidiar a quienes quieren verlo hundido

Juan Jesús Aznárez
Artur Mas, durante la rueda de prensa después de que el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) le condenara a dos años de inhabilitación.
Artur Mas, durante la rueda de prensa después de que el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) le condenara a dos años de inhabilitación.QUIQUE GARCÍA (EFE)

La sonrisa de Artur Mas durante las penas de telediario persigue fastidiar a quienes quieren verlo hundido, cabizbajo, resollando de rabia después de haber sido descabalgado por la CUP, vapuleado por el 3% e inhabilitado por el Supremo de Cataluña. No caerá la breva. Siempre risueño en pantalla, no hay castigo que le entristezca, ni contrariedad que le desanime: eternamente astuto y contento. El rictus, inamovible.

Si la cara es el espejo del alma, la sucesión de caretos exhibiendo dientes en la programación de televisión permite asomarse a la mismidad del ser humano y cruzar apuestas sobre verdades e imposturas. Mas quiere irse de España y cuando no puede y le atizan en la cresta, pulsa el botón de sonreír. La sonrisilla de Irene Montero mientras nos salva del capital y de los poderosos resulta entrañable, propia de su noviciado en asuntos de Estado.

“En Podemos llevamos la sonrisa por bandera. Es posible cambiar las cosas desde las instituciones y hay que hacerlo con una sonrisa”, declaró a Radio Arlazón. La estira con vehemencia en las entrevistas de las cadenas generalistas, y no la pierde cuando dicta cátedra desde el parvulario y juega alegremente con las cosas de comer.

Los desfiles de sonrisas dentadas en los informativos trascendieron la política para incorporar a personajes de la farándula, la banca, la empresa y los amigos de lo ajeno. El rating de la programación cotiza al alza desde que la crisis económica reventó las cloacas y sus habitantes rinden cuentas en sede judicial. Todos los capítulos se emiten también en horario infantil para que los niños aprendan que la corrupción es una cosa muy mala.

No hay serie más vista, ni más renovada desde hace, al menos, seis temporadas. A pesar de los pesares, los reos y luminarias políticas siguen sonriendo a destiempo porque sabiéndose en el candelabro quieren aparecer gozosos. Si Mas mostrara aflicción, y la marisabidilla Montero no lo fuera tanto, ganarían mucho en pantalla.

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