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Don de gentes
Columna
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Sabe a Gloria

En el centenario de su nacimiento, se siente a Gloria Fuertes más cerca que cuando murió

Elvira Lindo
La escritora Gloria Fuertes.
La escritora Gloria Fuertes.EFE

En 1998, cuando murió la poeta Gloria Fuertes, escribí un artículo sobre ella. Sabía muy poco o sabía solamente lo que se refería al aspecto más popular: sus intervenciones en la televisión, la lectura de sus poemas a los niños, su imagen al final icónica y aquella característica voz ronca que marcaba mucho las sílabas, herencia sin duda de ese habla un poco chula de los madrileños de barrio populares del centro. Una no debería escribir artículos poco informados, pero así es a veces el periodismo: te llaman y, bum, escribes. Ahora sé que hubiera sido deseable haber sabido sobre ella todo lo que conozco ahora, pero lo cierto es que en aquel artículo expresé un deseo, "ojalá que en un futuro alguien señale la importancia de una poeta que ha quedado oscurecida por el personaje televisivo", y a esa tarea me puse tiempo después. He pasado estos años leyéndola de vez en cuando, como se suele leer a los poetas, a sorbos, y sintiendo de pronto que algún poema suyo se me quedaba prendido del corazón y ya pasaba a ser mío para siempre.

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Pero ha sido esta semana cuando la he tenido en la mesa de noche con un libro que contiene tanto de su vida como de su obra, y que se podría definir en sus propios términos: "Esto no es un libro, es una mujer". Esta antología de poemas y vida que ha editado con primor Jorge de Cascante, nos trae a Gloria en poemas, en fotos, en dibujos, en correspondencia, en retazos narrados de su vida. Sé que a veces se interpreta (o se malinterpreta) que cuando se nombra a una escritora sólo por su nombre de pila es signo de que la respetamos menos que si nos refiriéramos a ella por su apellido, pero es que no me sale hablar de "Fuertes". No, no me parece ella. Esta poeta del pueblo, en su sentido más noble, esta mujer peculiar, extravagante, libre, que a veces imaginas como alguien siempre rodeada de amigos, expansiva, vividora, y otras te parece como que se replegara en una soledad de la que no puede zafarse, esta mujer, tuvo un nombre grande, Gloria, y ella misma lo utilizó como un escudo en algunos comentarios o poemas muy hondamente autobiográficos.

Ahora, en el centenario de su nacimiento, siento que se la siente más cerca que cuando murió. Esa está siendo mi percepción, observando cómo los lectores más jóvenes la consideran una mujer moderna, atrevida, escritora de unos versos no intelectuales sino vivos, que parece que están tiernos y calientes como un pan recién hecho. Descubres a la Gloria de Lavapiés, a la que soportó una infancia áspera, de hambre y poco cariño, a la Gloria enamorada, a la alegre profesora de Bucknell (Pensilvania), a la mujer a la que le gusta bailar, cantar y beber y que con la bebida sofocaba las penas sentimentales. Su corte de pelo característico, sus múltiples corbatas, sus chalecos, cobran de pronto otra dimensión una vez que nos hemos sumergido en sus poemas, en esos versos donde siempre hace ironía sobre sí misma, muestra simpatía hacia los débiles, los animales, los pobres o las putas y que firme se rebela ante la autoridad. Es la poeta que nos seduce por la expresión de una verdad dolorosa, formulada crudamente, que la convierte de inmediato en compañera y amiga, porque se coloca a la misma altura que el lector, nunca por encima. Qué fácil es querer a Gloria Fuertes cuando leemos un poema como este:

Os digo en prosa:

Nunca pedí dinero,

comida, sangre o ropa.

Empecé a trabajar de niña de niñera.

Fui la criada de mi casa propia.

(Yo misma fui mi propia muñeca)

Luego de mayor,

lo único que pedí prestado

fue amor;

lo devolví con creces,

hoy estoy arruinada.

Cuenta quien ha ordenado el material del libro, Jorge de Cascante, y también quienes han montado la exposición que se inaugura este martes en el centro Fernán Gómez de Madrid, que es difícil que el resultado no sea rico y luminoso porque la poeta lo guardó todo, notas, fotos, cartas, corbatas, objetos, poemas a medio hacer. Leer estos versos que nos hablan al oído y observar unos objetos que nos saltan a la vista es sumergirse en un universo que sabe a Gloria. Solo queda, y este es el momento, que el ayuntamiento de Madrid se anime a homenajearla, bautizando una plazuela de Lavapies con el nombre de una de sus vecinas más queridas. No diré "ilustres" porque suena muy académico. Una plaza recoleta, con un árbol donde aniden los pájaros, arena que sirva de alfombra a los juegos de los niños, bancos para los abuelos, y donde haya un bar, o dos, o tres, de los que albergan a una poeta nocturna que recala allí a altas horas de la noche a recitar versos recién inventados y beberse una última copa.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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