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ARTE

Almíbar caliente

Mujeres con forma de cacahuete, puertas secretas al Edén… Néstor Sanmiguel Diest muestra en Madrid trabajos inéditos de los noventa

'Mujer entrando en el jardín' (1995), de Nestor Sanmiguel Diest.
'Mujer entrando en el jardín' (1995), de Nestor Sanmiguel Diest.

A Néstor Sanmiguel Diest (Zaragoza, 1949) siempre le han gustado los márgenes. Los del arte de los grandes eventos, los de las modas del mercado y los de Aranda de Duero, donde vive alejado de todo ruido artístico. También le gusta situarse en el límite de su pintura y en las esquinas de sus cuadros, que hace tiempo convirtió en su cuaderno de notas donde escribe pequeños secretos y pensamientos fugaces. Es un Bartleby confeso y un tipo intenso como el almíbar caliente, para quien la pintura es un oficio a esquivar. Tal vez su nulo apego al atajo es lo que le ha llevado a una carrera casi en la sombra. El Musac le rescató del olvido en 2007 con una muestra, aunque poco se había oído hablar de él hasta que en 2012 se estrenó en la galería Maisterravalbuena. La celebración fue instantánea.

'El visitante' (1994), de Nestor Sanmiguel Diest.
'El visitante' (1994), de Nestor Sanmiguel Diest.

En este viaje temporal intermitente hay más fechas clave. Por ejemplo, 1993. Allí nos citamos mientras recorremos su nueva exposición en Madrid, Cómo engañar a las tormentas despegando al atardecer sin luces, que recoge trabajos de esos años que nunca habían salido de su estudio. Por allí camina sentimentalmente sin tropiezos. Explica que por aquel entonces tenía 44 años y muy clara su posición como artista. Lo hacía compaginando su actividad en el colectivo A Ua Crag y en los ratos libres que le dejaba su entonces trabajo como patronista en una fábrica textil de Burgos, a la que dedicó media vida y que plantó en 2000. Es el momento en que aflora un metalenguaje personal en el que se cuentan historias, pensamientos y personajes a través de símbolos, estructuras y colores trazados con ese rigor geométrico que tanto le caracteriza. También en esta conversación se sitúa un poco al margen, cual escribiente: “Siempre me ha gustado el oficio de amanuense y la escritura. A veces está incorporada en la pintura mediante la escritura de otros, que incorporo en frases o pequeños textos, de Goethe a Cortázar. Otras veces son frases sueltas que voy anotando y que últimamente coloco en los bajos de la pintura. Me gusta encontrar esas frases inesperadas, llenas de sonoridad. Con el tiempo, el hecho de utilizar formas simbólicas hizo que naciera un lenguaje propio. Es lo que suelo llamar ‘formas madre’, recogidas en esta exposición. Así que mi forma de hacer literatura dentro de la pintura tiene estas tres formas: las citas, los símbolos y las anotaciones al margen”.

'Espía ojos rosas' (1995), de Nestor Sanmiguel Diest.
'Espía ojos rosas' (1995), de Nestor Sanmiguel Diest.

Aquí todo está lleno de signos. El artista genera una red de abstracciones puras y primarias capaces de articular tramas, tiempos, espacios e incluso intrigas contradictorias. Hay cuerpos femeninos con forma de cacahuete, esculturas con mucho de artilugio sexual y puertas secretas al oscuro Edén. También varios platillos volantes y mucha ironía. Aparecen justo en ese 1993, cuando el artista se empieza a interesar por los contenedores formales, lo que entronca con artistas de las vanguardias. “Son entidades en las que se ha despojado todo rasgo superficial y aleatorio, como prototipos de lenguaje simbólico. Fue un momento en que me acerqué a las máquinas de Picabia y me interesaron las formas biológicas puras, la esfera y el círculo, y todo lo que hacía referencia a lo orgánico. Me interesaban los ritmos, la composición, las líneas de visualidad y el hecho de que había un camino abierto que no me condenaba a hacer un solo tipo de obra. Hablaba de una narrativa, desde las formas hasta los títulos, que siempre son contrarios a la representación, como acertijos”, explica.

Otro punto de inflexión fue 1997 y hasta él llega la muestra. Sanmiguel empieza sus emociones barrocas llenas de acrílicos, tintas, grafito, barnices y fotografías, creando capas de información superpuestas que actúan como veladuras atípicas, donde símbolos y lenguaje se complementan. “Si puedo hacer algo de forma no convencional, lo hago; me escapo. Rompo mis propias disciplinas. El uso del tiempo, por ejemplo. Me gusta su empleo de manera no productiva, ser consciente de que estoy empleando un tiempo excesivo en la pintura. El hecho de saber eso, que estoy gastando mi vida en hacer una obra, se ha convertido en el eje de mi trabajo”.

Cómo engañar a las tormentas despegando al atardecer sin luces. Galería Maisterravalbuena. Madrid. Hasta el 15 de abril.

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