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Max Aub tiene seis letras

Juan Cruz

En el mundo, tú dices Max Aub y se te asoma a la historia un hombre miope que lo veía todo, y que aún así recorrió lo que quedaba de su memoria de España como una gallina ciega. Despavorido, triste, desposeído de país, no de tierra: de país, de suelo. La guerra lo dejó en el aire, solo. En el exilio fue un samaritano peregrino, su nombre fue un símbolo que rodó hasta ahora, como las piedras versos de Antonio Machado.

Tú dices Max Aub y tiembla la historia de nuestros antepasados. Y dices Fernando Arrabal y se destapa un cajón entero de teatro, como si ese hombre hubiera sido solo teatro; él mismo es teatro, su manera de ser, su manera de hablar, su manera de posar para la historia es fruto del azar y de la necesidad. Nació también en una tierra descarriada, y se fue por Europa, desde lo alto de África, buscando rumbo, es decir, padres y madres. En la patria propiamente dicha lo persiguieron por decir, en una dedicatoria, precisamente eso: “Me cago en la patria”. Luego dijo que había dicho Patra, una gata amiga suya.

Max Aub descubrió en el exilio la pasión por la amistad española, ese signo de identidad de su vida. A España volvió en pos de ese sentimiento, pero se le diluyó el horizonte español y regresó a México. Editores, amigos, teatreros, jóvenes y maduros, lo tomaron como símbolo; y un día apareció su nombre, como una reparación, en una de las naves teatrales del centro Matadero, en Madrid. Fernando Arrabal creó el Pánico, era un grito de desesperación surrealista de un huérfano de España. “El porvenir actúa en golpes de teatro”. También desembocó su nombre en otra de esas salas escénicas. Ahí, en esos dos escenarios, he visto a Carlos Saura, a Nùria Espert, hijos directos de esa buñuelesca manera de ver este país; esos escenarios con nombre propio eran fijos en la quiniela de la gratitud cultural española.

No quiero pensar que los nuevos regidores de la cultura en Madrid los hayan quitado, los estén quitando, porque fue Juan Carlos Pérez de la Fuente, de otra legislatura ideológica, pero del teatro, el que tuvo la ocurrencia de poner esos dos nombres en las banderolas de las Naves. No lo quiero pensar, pero tampoco quiero pensar que la ignorancia sea el motivo del traslado al limbo de esos dos signos de puntuación (puntos y aparte, en definitiva) de la escritura de la España trasterrada. No quiero pensar tampoco que digan en serio que como ahora ha de ser más moderno el espacio en el que estaban resulta viejuno mantener a estos dos seres humanos culpables de ser historia. Con ese término, viejuno, se perpetran muchos tachones. Y el Ayuntamiento de Madrid no debe transitar por esos vericuetos del desatino de las nomenclaturas.

Ahora, Madrid es la capital del mundo del idioma español, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Si Madrid va a México, capital mundial de la España peregrina tanto tiempo, habiendo borrado aquí ese nombre propio en cualquier sitio, México tendrá seis cosas que decirle a Madrid. Seis letras al menos: MAXAUB. Max Aub no se merece este escarnio, este pellizco en su historia de hombre aguerrido al que entristeció la guerra.

¿Y Arrabal? Pues lo mismo. Ay, estos olvidos automáticos, esta triste manía de borrar.

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