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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Zelda, Zelda, Zelda

Hay obras que marcan un antes y un después. 'The legend of Zelda. Breath of the wild' es una de esas obras

Imagen del videojuego 'The legend of Zelda. Breath of the wild'.
Imagen del videojuego 'The legend of Zelda. Breath of the wild'.

Madrugada en Hyrule. La vieja Hyrule. Observo un paisaje cuasi infinito desde una enorme torre. A mi alrededor: praderas, colinas, montañas, lagos que esconden tesoros, ruinas de un reino en decadencia. Las veo a fogonazos, los que marcan los relámpagos de la gran tormenta nocturna. De pronto, al Este, una extraña silueta en el cielo me sorprende. Pego el ojo a mi catalejo para descubrir qué es eso que flota en el cielo. Ahora lo veo claramente. Es un enorme dragón-serpiente.

Olvido mi meta y la cambio por una nueva: acercarme a ese dragón. Me lanzo desde lo alto de la torre y despliego mi parapente. Poco a poco, me deslizo desde las alturas hacia el dragón, que era mucho más gigantesco de lo que parecía desde la distancia. Ahora estoy en su territorio, una serie de islas que sobrevuela en una lenta danza. Tenso mi arco y apunto bien a lo alto, buscando la parábola que alcance al gran reptil. Nada. Está muy, muy lejos de mis flechas.

El tiempo ha pasado sin que me percatara. Amanece. El dragón y yo seguimos en una convivencia serena, él volando con su grácil serpenteo y yo observándolo, en silencio. De pronto, una extraña nube emerge en el cielo. Pronto la nube es vórtice. Con una lentitud que hipnotiza, el dragón asciende a los cielos y se pierde tras el vórtice. Pronto, solo es su cola la que asoma entre la extraña nube. Pronto, nada. El vórtice se desgaja y el cielo vuelve a brillar límpido y azul.

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Este acontecimiento resume lo extraordinario de mi viaje The legend of Zelda. Breath of the wild, desde ya, y de manera unánime por toda la crítica, una de las grandes obras maestras de la historia del videojuego. Es más, un salto vertical en el género que más expansión ha vivido en el último lustro: el sandbox, los mundos sin división de niveles en los que, idealmente, la elección de la narrativa a seguir recae en los hombros del jugador. Esto jamás había sido verdad hasta Breath of the wild. Es el primer juego que se siente, en una escala de ambición operística, plenamente libre. 

Esto sucede por un cambio de filosofía radical en cómo se deben diseñar los sandbox. Concretamente, en cómo se configura su arquitectura de acontecimientos. En Breath of the wild, al contrario que en cualquier otro juego del género con la excepción de The Witness, los acontecimientos que experimenta el jugador dependen de la exploración y no de un listado de tareas. Nintendo ha diseñado un mundo que es una caja negra, un misterio de misterios. La observación activa y humana de ese entorno activa la narrativa, que permanece oculta si el jugador no ejercita su curiosidad.

Otro ejemplo vivido en primera persona. Avanzaba por la ribera de un río, simplemente caminando, a la espera del asombro. A mi izquierda vi a una joven asediada por unos monstruos. Los vencí y esta me dijo que llevaba un día de perros, que parecía que le habían echado un mal de ojo. Se puso a llover copiosamente y la muchacha me dijo que se iba a resguardar a una posta. En ese momento pensé, ¿habrá diseñado Nintendo que esta mujer se resguarde realmente en una posada? La seguí durante unos minutos, una silueta apenas entrevista entre la lluvia. Y así llegué a mi primera posada.

Un tercer momento de cómo funciona esta manera de tejer la madeja. Me encontré en lo alto de la torre con un músico que toca el acordeón. Conversé con él y escuché su música, que encerraba un secreto relevante sobre el lugar donde me encontraba, un desierto feroz, helado por las noches, tórrido durante los días. Por esa conversación casual, que fue fruto solo de escuchar una tonada de acordeón con ecos del París de Moulin Rouge, se inició una amistad de extraordinaria importancia para encontrar tesoros en el mundo. A partir de entonces, mi amigo músico, un literal pájaro trovador, me visitó en cada posta en la que reposé, desvelándome secretos sobre este inmenso mundo.

Y así hora tras hora durante unas cuarenta que llevo sumergido en Breath of the wild. Ampliando el enfoque, lo que este juego significa para el medio no es solo una obligación al resto de videojuegos de subir su nivel y ambición. Significa también la consagración de que lo que menos importa es la infinita escalada en lo técnico. Nintendo Switch es la consola menos potente, gráficamente hablando, de todas las actuales. Sin embargo, se estrena con el mejor juego de todos los que han salido en esta generación. Y, además, con el más bello en lo estético y musical. Jamás he paseado por praderas como las de este Hyrule, acompañado por una banda sonora que, con sutileza extrema, toca en el arpa del alma las emociones exactas que precisa cada instante. Es, sin más, un obvio candidato para encabezar esas encuestas, bastante absurdas, que ponen podio a todas las obras de un arte. No es, sin más, un juego extraordinario. Es una obra extraordinaria. De los videojuegos y del arte en general. Una de las pocas destinadas a rejuvenecer con el paso del tiempo. 

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