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Sola en la oscuridad

Andrés Lima estrena en catalán 'La mare', oscuro y poderoso drama de Florian Zeller

Marcos Ordóñez
Emma Vilarasau y Pep Pla en 'La mare', de Florian Zeller, obra dirigida por Andrés Lima. 
Emma Vilarasau y Pep Pla en 'La mare', de Florian Zeller, obra dirigida por Andrés Lima. David Ruano

Florian Zeller no me parece el gran autor que proclama la crítica francesa, pero sin duda es un dramaturgo con talento, pegada y excelentes ideas. Su teatro tiene roles de gran lucimiento: Flotats en La verdad (2012), Alterio en El padre (2016), Carlos Hipólito y Natalia Millán en La mentira (2016) y Emma Vilarasau en La mare, estrenada en París en 2010, y que acaba de presentarse, en versión catalana de Ernest Riera, en la Villarroel barcelonesa a las órdenes de Andrés Lima. Por lo que llevo visto, y aunque hay pasajes muy brillantes en sus vodeviles, me convence más en el registro dramático: tanto El padre como La mare, muy cercanas en su dolor y estructura, emocionan y dejan huella.

El juego de La mare no es nuevo: la mujer desolada que inventa una realidad paralela para escapar de su triste vida. La Irene de Irene o el tesoro (1954), de Buero, o la Susan de Woman in Mind (1985), de Ayckbourn, son los primeros ejemplos que recuerdo. Eso por lo que respecta a la forma, aunque, en lo tocante a la esencia, la Anne imaginada por Zeller está, a mis ojos, muy cerca de las southern belles de Tennessee Williams: personajes ambivalentes, excesivos, que rozan lo inaguantable, pero te acaban conmoviendo.

Anne (Emma Vilarasau) tiene un cuadro clínico demoledor. Depresión brutal, brotes psicóticos, paranoia y delirios, todo ello espoleado por la mezcla de alcohol y pastillas. Es una niña grande, caprichosa, obsesiva, ultraposesiva y manipuladora, devastada por la soledad. Pierre (Pep Pla), su marido, trabaja todo el día y el amor conyugal parece haberse difuminado. El paraíso de Anne quedó atrás y es inalcanzable: su juventud perdida, cuando todo estaba por comenzar. No puede aceptar el paso (y el peso) de los años, ni que sus hijos hayan crecido y ya no estén a su lado. Hay una hija, Sara, con la que no se entiende, que ni siquiera aparece en escena y de la que solo conocemos el nombre, pero lo que no soporta es que su adorado hijo, Nicolás (Òscar Castellví), la haya dejado por otra. Ester Cort a ratos es Élodie, la novia de Nicolás, y una enfermera; a ratos podría ser una sombra de Sara o de una posible amante de Pierre. Las escenas se duplican en distintas versiones, como sucedía en El padre, con la diferencia de que allí predominaba el punto de vista protagónico y el espectador detectaba las fisuras, mientras que aquí, Anne y nosotros estamos en la misma niebla, incapaces de distinguir entre lo real y lo imaginario.

Emma Vilarasau me devuelve ecos actorales: ahora le veo proximidad a la Espert

El montaje es muy sencillo, muy depurado. Andrés Lima consigue crear un clima claustrofóbico, asfixiante, con muy pocos elementos. De la escenografía de Beatriz San Juan entreveo, como en un sueño, una mesa, cuatro sillas, unas flores rojas, una vela cuyo calor hace girar un juguetito metálico, con algo de caleidoscopio móvil. Las cortinas que ondean, la oscuridad creciente modulada por David Bofarull, la inquietante música de Jaume Manresa. Y recuerdo plenamente, frase a frase, gesto a gesto, la impresionante escena del vestido rojo, que Tennessee hubiera podido firmar, donde Anne/Vilarasau, con la mirada embelesada y de súbito perdida en la bruma, se reencuentra con su hijo y parece un cruce entre Blanche Dubois y Alexandra del Lago. Hablando de caleidoscopios, es difícil ver a la espléndida Vilarasau y que no vuelvan imágenes de papeles anteriores, porque fue Blanche en 2000, en el Romea, y regresa también su trabajo en El criptograma (1999), de Mamet, y la madre alucinada de L’habitació del nen (2003), de Benet i Jornet, que tiene no pocos vínculos con la pieza de Zeller. Emma Vilarasau me devuelve ecos actorales, y que esto se entienda como un elogio: si en su anterior logro en la Villarroel (Infàmia, de Pere Riera) me pareció que a veces “toreaba por” la Sardà, ahora le veo una proximidad a la Espert, sobre todo en los sarcasmos y los estallidos. Una sola pega, la misma, curiosamente, que le puse cuando hizo¿Quién teme a Virginia Woolf?: creo que su Anne está demasiado atildada. Tampoco es que tenga que ir en bata y con rulos, pero al trastorno del personaje quizás le convendría un poco más de desaliño, y contrastaría mejor con el vestido rojo.

El posible problema de la función es que el rol de Anne es tan poderoso que absorbe las energías (y el espacio textual) de Pierre y la muchacha. Pep Pla da muy bien el desconcierto, el dolor callado y la resignación del marido, pero yo echo de menos más letra, y algo parecido me sucede con Ester Cort: dibuja muy bien a Élodie y sirve la escena de la enfermera, aunque me gustaría que Zeller hubiese abierto el abanico con la hija y la amante. Creo que todavía tiene que crecer el trabajo de Òscar Castellví como Nicolás. Comprendo que buena parte del personaje es “imaginado”, es decir, distorsionado, pero hay algo poco convincente en su composición. Pese a la distancia (o tal vez por ella) ha de percibirse una química muy especial entre madre e hijo, y eso, a mi juicio y aplaudiendo su entrega, aún no acaba de plasmarse.

‘La mare’, de Florian Zeller. La Villarroel (Barcelona). Director: Andrés Lima. Intérpretes: Emma Vilarasau, Pep Pla, Òscar Castellví, Ester Cort. Hasta el 2 de abril.

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