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Muere Clyde Stubblefield, baterista de James Brown

Su solo en 'Funky drummer' sirvió de base para centenares de discos de pop y 'hip-hop'

Diego A. Manrique
Clyde Stubblefield en una fotografía de 2015.
Clyde Stubblefield en una fotografía de 2015. Amber Arnold (AP)

Clyde Stubblefield, baterista de 73 años, falleció el pasado sábado, 18 de febrero, en Madison (Wisconsin) como consecuencia de una enfermedad renal. Stubblefield fue uno de los bateristas de James Brown durante la segunda mitad de los años sesenta; su solo en Funky drummer sirvió de base para, literalmente, centenares de discos de pop y hip-hop.

Nacido en Chatanooga (Tennessee) en 1943, Stubblefield trabajaba en la banda de directo de Otis Redding cuando llamó la atención de otro cantante de Georgia. James Brown acababa de fichar a otro excelente baterista, John Jabbo Starks, pero entendió que no debía dejar escapar a Clyde, con su pulso seguro y potencia expresiva. En su mente estaba la pretensión de convertir todos los instrumentos en parte de una brutal orquesta percusiva; la batería marcaría el ritmo colectivo.

Stubblefield estuvo en la fenomenal banda que facturó las canciones que determinaron la evolución del soul hacia el funk. No era un trabajo sencillo; de ahí que compartiera el sillín con Jabbo Starks o William Beau Dollar Bowman. James Brown tenía un implacable ritmo laboral, con giras constantes que debían acomodar paradas para grabar ocurrencias calientes en el estudio más cercano o en el cuartel general de King Records, en Cincinnati (Ohio).

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Así, el 20 de noviembre de 1969, Clyde se encontró en los King Studios, dispuesto a grabar un tema llamado Funky drummer. Un instrumental al estilo James Brown, con el jefe tocando órgano y lanzando exhortaciones improvisadas. Le había funcionado con Ain´t it funky now, que todavía sonaba en las emisoras, y quería repetir la jugada.

Funky drummer era un homenaje a su baterista. James gritaba lo primero que se le ocurría ("llamar a la policía, que viene el diablo") hasta que anunciaba que, a la cuenta de cuatro, la batería se quedaría sola. Así se hizo: un ejercicio de cinco minutos, repartido entre las dos caras de un single.

Comercialmente hablando, no pasó nada. De hecho, Funky drummer ni siquiera se incluyó en los abundantes elepés que James publicaba por entonces. Coincidió con una de las periódicas rebeliones en la banda: los músicos se quejaban del escaso dinero y de no poder organizar su vida privada; en cualquier momento, eran requeridos para ensayar o grabar. Brown lo resolvió a su estilo: despidió a los protestones, reemplazados por unos jóvenes de Cincinnati, informalmente conocidos como The New Breed; con ellos confeccionaría el explosivo Sex machine.

Y todo hubiera quedado así de no llegar, en los años ochenta, las técnicas del sampleado. Los productores de rap encontraron el sencillo de Funky drummer: hacía el final de la cara B, Stubblefield hace su solo. Son diez segundos de batería contundente. Perfecto para alargar y construir temas nuevos de Beastie Boys, George Michael, Public Enemy, Sinéad O’Connor, NWA…

Únicamente los abogados de James Brown saben cuántas veces ha sido utilizado: el Padrino del Funk entendió rápido que aquella forma de hacer música suponía una fuente inagotable de ingresos (cada uso requiere un pago, bajo amenaza de sufrir una querella que posiblemente pierdan). Clyde no se benefició de esa lluvia de millones: aunque James le había dado crédito como coautor en piezas como Popcorn with a feeling o I love you, solo aparecía el nombre del cantante en Funky drummer.

Los enterados sí reconocieron la grandeza de Stubblefield. Bajo el mote de The Funky Drummer, grabó discos y un DVD para bateristas. A principios de siglo, sufrió un cáncer de próstata y se supo que no podía pagar las facturas del tratamiento. El problema se resolvió cuando Prince le hizo discretamente una donación de 80.000 dólares; solo tras la muerte del músico de Minneapolis se conoció el gesto.

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