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In memoriam
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Barbara Carroll: una cierta bohemia

Fue la Gran Dama de la noche neoyorquina

Barbara Carroll al piano.
Barbara Carroll al piano.

Era el ritual de cada viaje a Nueva York. Comprar el Time Out, degustar el primer hot dog a pie de calle, escuchar a Barbara Carroll en el Carlyle… momentos en que uno llegaba a creer que la vida puede ser realmente hermosa. Pero los sueños, sueños son: Barbara Carroll, la gran dama de la noche neoyorquina, murió el pasado domingo en su domicilio de Manhattan. Tenía 92 años y la melena pelirroja más cotizada en el circuito del jazz.

La cosa, que Barbara Carole Coppersmith fue muchas cosas. Una pianista de jazz, sí, pero no una cualquiera. “La primera pianista de bebop de la historia”, según podía leerse en los anuncios de sus primeros conciertos, lo que era estrictamente incierto. Hubo otras pianistas de bebop antes, ninguna mejor que ella.

Junto a ello, la difunta jazzista era una enciclopedia ambulante de la música popular norteamericana del primer tercio del Siglo XX, “lo que entonces llamábamos música pop”, apuntaba la susodicha. “You fascinate me so”, de Cy Coleman y Carolyn Leigh, fue su primera canción insignia. Old friends, de Stephen Sondheim, la última.

Barbara lo dejó todo por el jazz, su ciudad natal y sus estudios como pianista clásica en el New England Conservatory. De Worcester, Massachusetts, a la Calle 52: la “Calle del jazz”. “En realidad, era un callejón oscuro y sucio”, recordaba, “pero para nosotros era el paraíso”. Veintitantos clubes en apenas 2 manzanas: “podía estar Bud Powell en uno, Charlie Parker en el siguiente, en el otro Miles Davis, cruzabas la acera y estaba Mabel Mercer…” obligada por los prejuicios de la época, la joven aspirante cambiará su nombre profesional por el de “Bobbie” Carroll: “así, cuando llegaba a la sala y veían que no era un hombre, ya era demasiado tarde”. Añádase a ello su férreo sentido de la disciplina, algo muy necesario en tiempos como aquellos: “yo no necesitaba estimularme para hacer música sino que hacía música para estimularme, lo que es muy distinto”.

De la “52” a la “54”. Barbara-“Bobbie” Carroll se valdría de su bien ganada fama en el mundillo para ascender un peldaño en el escalafón artístico. Su nuevo destino: The Embers, el place to be en el Nueva York de los primeros 50: “todo era de lo más chic, desde la decoración al programa”. En un escenario, Art Tatum. En el otro, Barbara Carroll. “Figúrese”, recordaba la pianista, “¡estaba tocando frente de Dios!”. La high society neoyorquina se enamorará de ella, su música y su melena pelirroja… demasiado bonito para durar: “un día aparecieron los Beatles y al siguiente todos los músicos de jazz de la ciudad estábamos en el paro”.

Retirada de los escenarios, Barbara dedicará sus siguientes años al cuidado de su hija recién parida mientras espera secretamente la oportunidad de regresar a los escenarios. Sucedió en el año 1978: “un día me llamaron para tocar en el hotel Carlyle. Total, que fui y me quedé por los siguientes 25 años”.

Una noche, alguien entre el público le pide que cante. Barbara se resiste. “No soy una cantante”, responde. Sin embargo, termina aceptando: “al final se trata de contar una historia con su principio, su final y su desenlace, y eso es lo que hago”. Con 80 años, ha iniciado una nueva vida como artista de cabaret: “soy una cabaretera, pero una que toca jazz”.

Escuchar a BC —el pelo de un rojo encendido, los labios sensuales, la mirada incisiva— en el Bemelmans Bar del Carlyle constituía una experiencia más allá del tiempo y, casi, el espacio. Sobria, elegante, sofisticada… Barbara poseía el sentido de la mesura y la ligereza de los jazzistas de antaño. Como ellos, gustaba de cantar mirando a los ojos del oyente. Su repertorio variaba noche a noche, si bien en él no podían faltar Cole Porter ni Duke Ellington. Sólo había una cosa que no soportaba: “que alguien se ponga a hacer ruidos molestos mientras toco. Me saca de quicio”.

Barbara Carroll terminó sus días amenizando el Sunday Brunch del hotel Algonquin. “Si Vd. quiere ver “lo más” del Retro Chic de Manhattan”, podía leerse en los anuncios del evento, “no se lo pierdan”.

Una cosa está clara: Nueva York, sin Barbara Carroll, no será la misma.

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