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ENTREVISTA

“La crisis puso en evidencia el rostro más siniestro del malestar”

El autor refleja en su último ensayo un descontento de la sociedad española “no cuantificado ni muy pensado que requiere las armas de la filosofía, la psicología y la economía”

Juan Cruz
El filósofo José Luis Pardo.
El filósofo José Luis Pardo.Bernardo Pérez

Estudios del malestar. “Estudios tiene un significado parecido al que le dan los pintores. Como bocetos”. Lo que le interesa a José Luis Pardo (Madrid, 1954, catedrático de Filosofía, ganador por este libro del último Anagrama de Ensayo) es “ir a las raíces del malestar”.

—¿A qué malestar se refiere?

Pardo se despoja de los abrigos; rara vez el periodista coincide con sus ojos marrones, casi líquidos.

—Este malestar es nuevo. Es un descontento no cuantificado ni muy pensado, requiere armas de la filosofía, de la psicología, de la economía. Hace falta finura para expresarlo. Si utilizo el término en lugar de otros es para señalar qué tienen que ver estos estudios con el desprestigio y desmontaje del Estado de bienestar. En 2007 escribí Introducción al malestar en la cultura de masas… En aquella fecha nadie (yo, por lo menos, no) pensaba aún en la crisis económica. Pero el germen del malestar estaba.

Y estalló. “Ahí mencionaba”, dice Pardo, los ojos nerviosos en su rostro apacible, “una imagen que está en un libro de Richard Sennett, El respeto (Anagrama). Unos amigos se reúnen periódicamente a cenar y por primera vez cuando llega la cuenta lo dividen. En esa última cena hay uno que dice que va a pagar sólo lo que él ha tomado. Unos se sienten los paganos y otro que es el gorrón al que todos señalan”.

"El retorno del discurso comunista, un retorno retórico, es en el fondo un intento de capitalizar la crisis, que es lo más preocupante”

Es ahí donde comienza el malestar, “en una época de bonanza económica en la que ya aparecía la idea de que el Estado de bienestar era un estorbo, de que había que ir a otro tipo de orden económico. Eso se veía de una manera optimista porque parecía presagiar la revolución. Lo que ha hecho la crisis es poner en evidencia el rostro más siniestro de ese mismo malestar, de toda la gente que se ha visto perjudicada por esa política entusiasta de destrucción de las instituciones. Y, naturalmente, se ha encontrado con los recortes del presupuesto. El malestar se ha expresado políticamente, pero es un malestar que venía de antes, de la época del entusiasmo de la globalización”.

—Y hace su aparición el comunismo como solución del malestar, pregonado desde la Universidad.

—Sí. Igual que en los noventa se vendía la utopía de que se podía hacer economía prescindiendo de la política, de que todo se tenía que gestionar como negocio, los periódicos, el Estado, la educación, la sanidad, la crisis ha mostrado que ese tipo de planteamiento económico tenía un límite. Y asistimos a una especie de utopía invertida: la de que ahora la nueva política puede arreglárselas sin necesidad de la economía, o que se puede hacer economía con destrozos aunque esto sea una aberración, sin tener en cuenta las consecuencias sociales de lo que se hace. El retorno del discurso comunista, un retorno retórico más que nada, es en el fondo un intento de capitalizar la crisis, que es lo más preocupante para mí.

—¿Por qué?

—La indignación de los ciudadanos, cuando de pronto ven que disminuye su presupuesto, es muy comprensible. Pero la cuestión que se pone de manifiesto es que eso se ha producido en una socialdemocracia, ya muy desorientada, que se ha quedado sin discurso. Es más bien una competición para ver quién capitaliza políticamente el malestar, quién explota el negocio del malestar, mucho más que un intento de mitigar el malestar o de hacerlo desaparecer si se pudiera.

"Es decepcionante que la expresión política de ese malestar se convierta en una destrucción de las bases que han hecho posible en España la democracia"

Los indignados, alentados por el libro de Stéphane Hessel, entre otros, recibieron en olor de multitud en el 15-M, recuerda Pardo, a los veteranos de la contestación española, “pero de la generación intermedia, la de la Transición, no se quería saber nada porque nos consideraban culpables de todos los males que habían pasado en España… En ese momento todo el rencor estaba volcado sobre la generación que había hecho la Transición, se miraba más bien a los abuelos”.

—¿Se sintió interrogado?

—La explosión del 15-M me parece muy comprensible. De pronto unos ciudadanos que han sufrido recortes de un Gobierno supuestamente progresista están muy enfadados y descubren que la única alternativa que tienen es votar a otro partido que lo que va a hacer es profundizar en los recortes. Y aparece el 15-M. Más que sentirme interpelado me resulta muy decepcionante que la expresión política de ese malestar se convierta en una destrucción de las bases que han hecho posible en España cuarenta y tantos años de democracia, que volvamos a una serie de fórmulas muy conocidas en la historia, muy explotadas, pero que parece que siguen teniendo éxito…

—El libro tiene su punto de partida en un acto universitario en el que germina, por así decirlo, lo que sería Podemos. ¿La Universidad prolonga en ese momento lo que pasó en el franquismo, que el comunismo se alzó como la única fuerza frente a Franco?

—El comunismo había sido un eficaz paladín en la lucha contra el franquismo, aunque en el comunismo había un elemento de afinidad con el totalitarismo que se fue limando poco a poco según se fue acercando la Transición. Y cuando el comunismo dejó de ser una alternativa para los ciudadanos se refugió en la Universidad. Se disfrazó del más piadoso nombre de marxismo como si fuera una doctrina más. Causaba una gran seducción porque los estudiantes están acostumbrados a escuchar que la filosofía no sirve para nada…

—Y ahí irrumpen los héroes…

—Eso es. De pronto los alumnos se encuentran con unos profesores que les dicen que con la filosofía se puede cambiar el mundo. Se produce esa ilusión óptica por la que parece que, efectivamente, la filosofía puede cambiar el mundo. Y no es que la filosofía no tenga una influencia evidente en la sociedad; pero es utópica la idea de que porque tengas unos conceptos muy afilados puedas aplicarlos a la vida social…

Y pasó lo que sucedió en los setenta. El que no seguía esa vía de pensamiento reconstruido era un reaccionario “amigo del capitalismo internacional, de las fuerzas oscuras del mal o del Fondo Monetario Internacional”.

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