_
_
_
_
_

Un Oxxo contra el mercado del arte

El artista Gabriel Orozco reflexiona sobre la belleza, el tiempo y la geometría a través de una tienda 24 horas de la famosa cadena colocada dentro de la galería más potente de México

David Marcial Pérez
Gabriel Orozco, en el Oxxo de la galería Kurimanzutto
Gabriel Orozco, en el Oxxo de la galería KurimanzuttoOscar A. Sánchez

Dentro de la galería de arte hay un Oxxo, la cadena de ultramarinos que ha colonizado casi cada esquina de México. En la pared de la tienda hay un texto sobre el filósofo griego Parménides –Este ciclo es repetible cuantas veces queramos respecto a cada cosa–; y en la pared de la trastienda hay un diagrama, circular y enroscado como un mándala budista, que explica el sistema de precios para los productos intervenidos por Gabriel Orozco (Xalapa, 1962), el artista mexicano vivo más cotizado del arte contemporáneo, que ha colocado unas esferas adhesivas de colores sobre las marcas. Una botella de Coca-cola con las pegatinas redondas del artista: 15.000 dólares.

A Orozco le gusta el ajedrez. En 1997 se pasó cinco meses pintando cuadrados negros de grafito sobre una calavera humana hasta dejarla como un tablero de torres y alfiles. También puede estar horas mirando a dos jugadores de ajedrez en un bar. “A mi me parece muy entretenido. Sé que a otra gente no”, dice agarrado a un vaso de café del Oxxo y sentado en el patio de Kurimanzutto, la galería que él mismo apadrinó a finales de los noventa y que hoy es ya una referencia en la escena internacional.

Con la vida nómada de esas estrella del rock que siempre están de gira, Orozco ha vuelto a México para plantear un juego sobre el valor y el precio del arte, sobre el impacto de los objetos de consumo en la identidad colectiva, sobre la belleza, el tiempo y la geometría.

Orozco ha vuelto a México para plantear un juego sobre el valor y el precio del arte

Hace dos años que vive en Japón –la sociedad del ciber-capitalismo– y no le gusta alejarse mucho de su casa de cada momento para trabajar en sus obras. En Francia, vació un Citroen tiburón y lo ensambló de nuevo para convertirlo en un espigado monoplaza. En Londres, se inventó una mesa de billar redonda y en Ámsterdam, levantadas sobre una sola rueda, entrelazó cuatro bicicletas mirando cada una a cuatro direcciones diferentes. Un teórico brasileño ha dicho de Orozco que facilita al público una completa accesibilidad, que con su obra nadie se siente cohibido o abrumando por estar en presencia de arte contemporáneo.

Pregunta ¿Cree que la gente ajena al mundo del arte, por ejemplo los trabajadores de este Oxxo, apreciarán su obra?

Respuesta Siempre busco establecer un contacto inmediato para que después se pueda acceder a las capas interiores que tiene cada obra. Lo más difícil es lograr que ese primer impacto visual tenga un nivel de simpleza que parezca que es algo que conoces y que no se te impone por ser algo demasiado grande, complicado o ruidoso. Trato de hacer una invitación y ya que cada uno llegue al nivel que pueda. Si una persona sabe de filosofía, economía o diseño gráfico, por ahí puede entrarle a esta obra; o si le gusta el folklor de la mercadotecnia, puede redescubrir marcas y logos que  fueron parte de su infancia. Los chicos del Oxxo son jóvenes y no creo que hayan tenido mucho contacto con el arte. Pero aún así es muy posible que lo estén disfrutando bastante.

Botellas de refresco intervenidas por Orozco
Botellas de refresco intervenidas por OrozcoOscar A. Sánchez

Detrás del mostrador, la cajera Alicia López, 21 años y una corona tatuada en el dorso de la mano, medita unos segundos y responde: “La mera verdad es que no sé muy bien qué significa esto ¿qué no tienen valor las cosas?”. Alicia estará todo este mes trabajando en el Oxxo de Kurimazutto, que no funciona como el resto de tiendas. No todos los productos –sólo 300– han sido tocados por los círculos de proporción casi áurea de Orozco. El resto se intercambian durante el horario comercial de la tienda a cambio de un billete creado también por el artista –mitad peso mexicano, mitad dólar–, que se entrega a cada visitante al entrar a la exposición. El precio es el mismo por un chicle de fresa que por una caja de preservativos.

El sistema para los productos cotizados es más complejo y pretende desvelar el opaco funcionamiento del mercado del arte. El precio de las piezas, pensadas en series de 10, arranca con la tasación internacional de Orozco. A medida que avanza el mes de la exposición los artículos que no son adquiridos son retirados, y los que se van vendiendo empujan el precio de los demás hacia abajo y propician nuevas piezas que el autor va creando sobre la marcha. Un mercado en el que la escasez no genera burbujas y en el que la especulación es castigada. “Esta obra es una hipótesis de un modelo que se pretende como un juego posible. Yo creo que vamos a conseguir que todo el mundo gane”. La última semana habrá Orozcos a la venta por 60 dólares.

Esta obra es una hipótesis: Yo quiero que todo el mundo gane

P. ¿Nadie pierde con este modelo?

R. Al hacer del todo evidente y transparente un sistema de producción, distribución y venta estoy intentando generar un grado de consciencia mayor. Quiero apartar toda la parte metafísica del arte, que nunca me ha interesado lo más mínimo. Tiene algo de apuesta y si no funciona el que sale perdido soy yo.

P. ¿Qué es lo que perdería usted?

R. Cara. Si nadie gana dinero, pierdo cara. Si a la gente la propuesta le parece aburrida, también pierdo. Es como cuando en el colegio inventabas un juego. Si tus amigos no se divierten, pierdes cara.

P. ¿Cuánto tiene esta obra del juego del ajedrez?

R. La idea de juego tiene que ver la capacidad de intrigar. Me interesa despertar una curiosidad a través de una seria de reglas matemáticas, estratégicas y abstractas que van creando un microcosmos, un modelo de mundo. Al entrar a ese juego, se puede sacar una reflexión o un espejo de cómo se explica el universo, de como actuamos nosotros. En esta obra, hay un componente de inteligencia, de estrategia y de actualización como en el ajedrez. Yo encuentro muy entretenido ver una partida de ajedrez. Puedo pasarme horas viendo a dos jugadores en un bar.

P. ¿Le interesa también entretener con su arte?

R. No, mi intención nunca ha sido entretener.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

David Marcial Pérez
Reportero en la oficina de Ciudad de México. Está especializado en temas políticos, económicos y culturales. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en El País. Antes trabajó en Cinco Días y Cadena Ser. Es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y máster en periodismo de El País y en Literatura Comparada por la UNED.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_