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Discutible Talese

El italoamericano bordea los límites del periodismo en 'El motel del voyeur', libro sobre un hostelero que grababa a sus clientes manteniendo relaciones sexuales

Gay Talese, el pasado diciembre en Nueva York.
Gay Talese, el pasado diciembre en Nueva York.Billy Farrell/BFA.com

Si “Un bel final tutta una vita onora”, ¿qué le hace un discutible final a la ejecutoria, hasta ahora impecable, de uno de los grandes nombres del periodismo mundial, que a sus 85 años no puede estar sino en la última etapa de su carrera? Gay Talese (1932) es ese profesional. El periodista italoame­ricano que fue uno de los creadores, en los años sesenta en los que reporteaba para The New York Times y The New Yorker, del llamado nuevo periodismo, aquel en el que el autor se identificaba y era una presencia activa ante el lector, que fabricaba lo que también hoy se llama periodismo narrativo, tan frecuentemente literario que podía bordear los límites de la ficción, ha publicado un libro-reportaje en el que lo que bordea son los límites mismos del trabajo periodístico. El motel del voyeur es uno de esos ejemplares, pero con características muy particulares. Más que una obra directamente salida de la pluma de Talese, es un diario con comentarios del periodista, obra de un tal Gerald Foos, propietario de un motel en el que se dedicaba, a través de unos conductos secretos especialmente fabricados para ello, a espiar el comportamiento sexual de sus huéspedes y que afirma que hasta presenció un gravísimo delito, del que no dio parte a las autoridades.

El tal Foos es un enfermo, un tipo de una mente retorcida, que ha vivido para la contemplación del porno en directo, pero que se había autoconvencido de que era un científico social, un investigador de la conducta humana, mucho más auténtico que los que compilaron el famoso Informe Kinsey sobre la sexualidad de los norteamericanos, porque los cobayas de estos últimos sabían que los estaban observando, mientras que sus experiencias estaban tomadas del natural, con el desconocimiento de los protagonistas, y con ello acreedores de una autenticidad sin mácula. Pero no acaba ahí la cosa, puesto que el periodista, para cerciorarse de que no le daban gato por liebre, había visitado los pasadizos desde los que se violaba de la manera más invasiva la intimidad del prójimo, y había incluso asistido a alguna de las escenas de ludibrio que el libro reseña.

La conducta de Foos, no sé si en EE UU, es potencialmente sancionable, aunque no reportar un grave delito tiene que serlo, resulta repetidamente inmoral, aparte de que tiene dudoso interés para todo aquel que no sienta un morbo parecido al del diarista. Y a mayor abundamiento, aunque no se dan nombres de los espiados, aparecen suficientemente caracterizados como para que puedan ser identificados por familiares y círcu­lo próximo, una vez que ha aparecido el libro. Ocurre que sin que haya que recurrir a la advocación de lo políticamente correcto, el periodismo, nuevo, viejo o paleolítico, no es eso. El periodista obtiene su material sin presentarse como lo que no es y menos aún sin que lo sepan los interesados, amén de que no todo es reporteable, y hay que rechazar las oportunidades de ocasionar perjuicio a terceros así como poner en conocimiento de quien corresponda todo comportamiento que pudiera ser sancionable. Talese ha sido un gran innovador del periodismo, aunque no todos compremos la idea del autor casi tanto actor como narrador, y su obra sigue siendo, al decir de colegas y multitudes, muy grande. Lo que está, está, pero el probable colofón no honra al que lo firma. ¿Error, exceso de confianza? El propio periodista se interroga en algún momento sobre la legitimidad de lo que está haciendo sin que parezca que llegue a ninguna conclusión. Y no se ve forma de que esta sea positiva.

El motel del voyeur. Gay Talese. Traducción de Damià Alou. Alfaguara, 2017. 234 páginas. 19,90 euros

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