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Blogs / Cultura
El toro, por los cuernos
Por Antonio Lorca
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CULTURA O BARBARIE

¿Por qué se avergüenza usted de ser aficionado a la fiesta de los toros?

La tauromaquia carece del argumentario que justifique su existencia en el buenista siglo XXI

Antonio Lorca
Tarde de toros en la Maestranza de Sevilla.
Tarde de toros en la Maestranza de Sevilla.Paco Puentes

“No lo cuentes, pero déjame que te haga una confesión: estoy sorprendido de mí mismo y me cuesta aceptarlo. Voy a los toros desde que era un niño; ahí dentro he vivido momentos inolvidables, de esos que forman parte de tu historia más íntima. Y no me considero ni un conservador, ni un rancio -tú lo sabes-, y, mucho menos, una persona violenta; pero, chico, de un tiempo a esta parte me siento como cohibido, con la sensación personal de que algo estoy haciendo mal. Tanto es así que cuando me encuentro entre compañeros o en una reunión de trabajo y surge el tema de los toros -algo que ahora es muy habitual porque ser antitaurino está al orden del día- opto por guardar silencio y no alardear de mi afición. No te lo querrás creer, pero me siento avergonzado; o, mejor, como un bicho raro, como alguien que está fuera del redil y que va contra la corriente. Me duele reconocerlo, pero es así…”

Quien habla es un hombre joven y moderno, padre de familia con dos hijos, alto ejecutivo de una importante empresa, votante de izquierda y abonado de andanada en la plaza de Las Ventas desde hace muchos años.

No sé si su caso es frecuente, pero no es único. Hace poco tiempo, llamé a una mujer, conocida aficionada, política de altos vuelos, ahora en la oposición, para requerir su opinión sobre un asunto taurino. Tras varios requiebros, su jefa de prensa prefirió abrirse de capa: “No insistas, no va a hablar; no es el momento. Reconócelo, los tiempos han cambiado, y ella prefiere que no se la relacione ahora con los toros”.

Cada cual es muy libre de actuar como entienda, pero estas actitudes recuerdan a la famosa frase atribuida a Groucho Marx: “Estos son mis principios; si no les gustan, tengo otros”.

Dicho en castellano: renuncio a mi afición, -a mis creencias también, llegado el caso-, para no sentirme fuera del redil y no dejar de ser uno más, aun a sabiendas de la incomodidad que supone tan falaz contradicción sin argumentos.

¿Por qué se avergüenza usted de ser aficionado a los toros?

Sin intención de justificar nada, quienes asistimos hoy a una plaza de toros a la búsqueda de una emoción artística, no sabemos, por lo general, lo que somos. Sabemos lo que no somos: ni violentos, ni torturadores, ni amantes de la sangre. ¿Pero somos, acaso, el último eslabón de una suerte de ‘bárbaros romanos’ que disfrutamos de un espectáculo en el que se mezclan la fuerza bruta, la inteligencia, la lucha, el sudor y el polvo? ¿O, acaso, ciudadanos cultos que seguimos la estela de un patrimonio cultural que define a este país? ¿Es la fiesta un espectáculo cruento en el que la sangre es protagonista, al igual que la vida y la muerte, la heroicidad y la destreza, en el que se sacrifica a un animal que nace para morir en la plaza sin regodeo alguno en su supuesto sufrimiento?

Es un misterio, sin duda, la tauromaquia, que embelesa y subyuga a quienes hemos tenido la suerte de ser educados en su disfrute. Pero ese gozo no parece tener explicación en la sociedad actual.

Lo cierto es que el mundo del toro carece de argumentario -existen argumentos, pero están dispersos, cuando no perdidos- en el siglo XXI. No hay evangelio escrito en el que reflejarse. La tauromaquia está cargada de historia, pero carece de identidad ante la evolución social.

Frente al auge del animalismo y la distorsión absoluta del sentido vital de los seres irracionales, pero bien argumentada por sus seguidores, el aficionado taurino se siente incapaz de explicar las razones de su disfrute. La escandalosa y secular desunión del sector taurino ha impedido la elaboración de un catálogo de reglas que sirva de defensa a quienes buscan razones que justifiquen su afición.

Pero hay más: esta sociedad que nos uniformiza en el vestido, la comida o el deporte, y adora la violencia en todas sus formas como fuente de diversión al alcance de todas las edades, ha decidido esconder la sangre y convertir a los animales en ‘personas no humanas’. Todos somos mejores si amamos a los animales; en consecuencia, los aficionados a los toros son unos bárbaros.

Entra por la ventana el ruido ensordecedor. Me asomo y veo a numerosos policías vestidos a lo robocop que rodean a no más de un centenar de aficionados al fútbol camino del estadio, envueltos en cánticos que más parecen proclamas de guerra. Desde un bar cercano, alguien lanza un insulto y una botella. Las fuerzas del orden son incapaces de controlar el enfrentamiento feroz que convierte la calle en un campo de batalla en el que vuelan sillas, vasos, botellas, puñetazos y patadas.

El balance final habla de detenidos, heridos y cuantiosos daños en el local del que salió la mecha que encendió la pelea.

¡Pero no tiene mayor importancia..!. Son cosas de chicos… No sería extraño, además, que muchos de ellos sean activos usuarios de las redes sociales para insultar y vejar a los amantes de los toros.

En fin, que el aficionado anda perdido y no solo por la ausencia de argumentario y la sociedad uniforme, que también.

Pero, a estas alturas, son muchos los que no saben si el toreo es una caricia, como defiende Curro Romero, o un ritual de violencia, como argumentan otros.

Urge, por tanto, un argumentario que ofrezca razones a quienes se hicieron personas desde la convicción de que la fiesta de los toros es un rito ancestral en el que se funden la irracionalidad de un animal salvaje y la capacidad inteligente del ser humano para desbrozar el misterio de lo que llamamos lidia. Sin maldad, sin remordimiento, y en la búsqueda permanente de la gloria para el toro y el torero.

Mientras tanto, habrá otros que claudicarán ante el buenismo animalista reinante, que no nos hace mejores, sino más modernos; como si ello fuera una cualidad moral.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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