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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El viajero John Berger

Sus libros no se parecen a ninguno, toman las formas más diversas

John Berger, en Madrid, en 2010.
John Berger, en Madrid, en 2010. GORKA LEJARCEGI

“Sí, partió”, me confirma una voz joven del otro lado del teléfono. La voz de su nieta.

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La metáfora es perfecta. John Berger no murió. Simplemente se fue de viaje, otra vez, como cuando decidió dejar la ciudad para irse a vivir más cerca de la naturaleza.

Escribió novelas que renovaron el género, como G., con la que ganó el Booker, o la trilogía De sus fatigas, un fresco de lo que ha significado el paso de la vida rural a la vida urbana —el camino inverso al tomado por él—, compuesta por Puerca tierra, Una vez en Europa y Lila y Flag. O de A para X, que es a la vez una historia de amor, una novela epistolar y de denuncia política. Sus libros no se parecen a ninguno, toman las formas más diversas, como la ascética crónica de un médico rural en Un hombre afortunado. (Me llamó poco después de recibir nuestra edición: quería que en la siguiente apareciera en cubierta también el nombre de Jean Mohr, cuyas fotografías acompañaban el libro).

Nadie, salvo quizá Susan Sontag (que lo admiraba), analizó con mayor profundidad la fotografía. Nadie tuvo una mirada más aguda sobre la pintura. Su descripción de la foto de unos campesinos vestidos de domingo o de un Cristo de Antonello da Messina emociona tanto como Nacimiento, uno de sus poemas (“Díganme qué sangra./ No es el verano/ porque el verano se fue pronto…”). Si a un escritor contemporáneo se ajusta la etiqueta de “comprometido”, sin duda es a él. Pero Berger no necesita etiquetas. En sus últimos libros tampoco se decidía por un género determinado: estaban compuestos de fragmentos en torno a un motivo. Un par de páginas, un párrafo, un dibujo hecho por él (era un gran dibujante), música incluso (no había mejor modo de escucharla, en ningún dispositivo, que descrita por sus palabras): “impresiones” en las que fundía el ensayo, el relato, la crónica, el dibujo y la poesía. Como el homenaje de despedida a su mujer, Rondó para Beverly. O El cuaderno de Bento. Lo busco en mi biblioteca y recorro las frases que he subrayado: “Ser deseado es quizá lo más cerca que alguien puede estar de sentirse inmortal en esta vida”.

Lo vi sólo una vez, en Barcelona, y lo que ahora recuerdo de ese día no son sus palabras —hablaba muy poco—, sino sus enormes ojos azules, su pelo blanco y su gran altura. Era un hombre hermoso, tanto que quise tomarle una foto. Aún la conservo, parece un actor de cine, con su gabardina y su pelo al viento. Finge escaparse, como si fuera a irse de la fotografía. Para la cubierta de El cuaderno de Bento elegimos uno de sus dibujos: el de una puerta que ya es La Puerta. Está entreabierta, invitándonos a pasar. Allí nos espera siempre: adentro de sus libros.

María Fasce es directora literaria de la editorial Alfaguara.

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