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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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La mitificación del ‘bakalao’

Diego A. Manrique
Exposición sobre la ruta del 'bakalao'.
Exposición sobre la ruta del 'bakalao'.Tania Castro

Tenía que llegar el revisionismo. Estamos asistiendo a una reivindicación de la denominada ruta del bakalao: exposiciones en museos, documentales, varios libros. Los últimos tomos aparecidos son intrigantes.

No iba a salir y me lié (Roca) se vende como la novela de Chimo Bayo, aunque imagino que es esencialmente obra de la periodista Emma Zafón. Cuenta un simpático disparate: unos garrulos, supervivientes de la ruta, montan hoy una fiesta en una discoteca en ruinas. Hacía el final se sugiere algún paralelismo de aquel desfase con la corrupción institucional levantina pero sin llegar a conclusiones.

Bayo, lamentablemente, se ha negado a aparecer en ¡Bacalao! (Contraediciones), de Luis Costa. Una monumental historia coral construida a partir de 200 entrevistas. El argumento central: que Valencia vivió una época de esplendor musical en los ochenta, que se trasladó a locales en la periferia de la ciudad, favorecidos por la tolerancia de las autoridades.

Chimo encarnaría la popularización, con éxitos como Así me gusta a míQuímica, con nítidas referencias a los combustibles que alimentaban esas noches. Una propuesta desafiante que terminó en la autoparodia: recuerden su inmortal dueto con el cubano Dinio, Mira que alegría (otra vez la policía).

Esplendor…y caída. En los noventa, aquel estilo de vida se masificó. Hoy todos deploran aquella degradación pero, en el momento, nadie chistaba. Llamó la atención de los medios y, zas, fue reprimido; un testigo atribuye la demonización al PP de Zaplana.

Llega la tentación de convertir en fenómeno cultural lo que fue puro negocio del ocio nocturno

La cuestión está en determinar la naturaleza de la bestia. No funciona la coartada cultural. Difícil hablar de explosión artística valenciana: todo lo pueden alegar es la presencia ocasional de Francis Montesinos y otros diseñadores; los dibujantes no iban por allí. Al principio, aquello se resumía en disponer con rapidez de discos de postpunk y new wave, cuyos protagonistas a veces tocaban en Valencia. Como dice alguien, en frase inquietante, se pretendía proporcionar “música blanca a gente blanca”.

Lo que Luis Costa capta perfectamente es el esnobismo de aquel mundillo: aquel dj que compraba todas las copias de determinado título que llegaba a una tienda de importación, para evitar que sus competidores pudieran pincharlo. Otro selector ritualizaba su elitismo: cuando uno de sus favoritos entraba en los 40 Principales, lo mataba (rompía el vinilo en su cabina y tiraba los trozos a la pista).

Así que todo se limitó a reemplazar el funk y la disco music por lo que consideraban, benditos sean, vanguardia; ni siquiera en Manchester se atrevieron a tanto. Y declinó cuando los siguientes pinchadiscos giraron hacia el techno del Benelux, el italodance y la producción local. Respecto a esta, he repasado lo que se puede encontrar en la Red y, caramba, casi todo suena chocarrero. Ya oigo la respuesta: “Tenías que haber estado allí”. Estuve, estuve y advertí algo que apenas se menciona en el libro: parte del atractivo de la ruta era la promesa de sexo, que podía concretarse en la cercana playa.

Aparte de la pobreza estética, los actuales intentos de dignificar la escena chocan con una peculiaridad: la del bakalao fue una generación ágrafa. No tuvo medios escritos, ni siquiera fanzines, que sirvieran para articular ideología o defender la movida. Esas carencias se notan en el libro de Luis Costa: las fotos son instantáneas de amiguetes; aparentemente, ningún profesional de la fotografía pasó por allí.

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