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universos paralelos
Columna
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La agonía de Curtis Mayfield

Alternando entre canciones románticas y comentarios sociales, el músico de Chicago dejó una obra ejemplar

Diego A. Manrique

Tal día como hoy, en 1999, moría Curtis Mayfield. Había pasado nueve años en una cama articulada, tras quedar tetrapléjico en un accidente: durante una actuación al aire libre, en Brooklyn, una ventolera provocó que le cayera encima parte del equipo de luces. Para mayor inri,aquel concierto (benéfico) no estaba asegurado.

Así que la última parte de su vida quedó marcada por una pringosa conmiseración, a pesar de que el hombre demostró su capacidad de lucha: conservaba la esperanza de que los avances en la medicina facilitaran su recuperación; volvió a aprender a cantar y grabó un disco, New World Order (1997). Sin embargo, su drama pasó comparativamente desapercibido: no vivíamos en esta era de comunicación instantánea, con tuits que despiertan simpatías automáticas.

Puede que además Curtis no diera el tipo de estrella negra que ahora se admira. Formado musicalmente en las iglesias de Chicago, tenía modos de predicador. Esto se hacía evidente en sus bandas sonoras para películas de blaxploitation: no solo resultaban muy superiores al material que ilustraban, algo frecuente en aquel subgénero, es que contradecían abiertamente lo que allí se narraba. Así, combatía la mitificación del traficante de drogas o el recurrir a las maldades del sistema como excusa para decisiones personales.

Ejercía cómodamente de hombre de negocios. Con sus sellos, especialmente en Curtom, Mayfield buscaba la autosuficiencia creativa y el desarrollo del talento cercano (dio la oportunidad a Donny Hattaway como músico, compositor, arreglador). Curtis también se ocupó de prolongar la carrera de The Impressions, el poderoso grupo que lideró hasta que en 1970 se lanzó como solista. Su mantra todavía es aplicable: “Conserva los derechos editoriales”. Por aquel entonces, las figuras negras no se hacían ricas con los directos y rara vez con las regalías que pagaban las discográficas.

Felizmente, Curtis era venerado en el Reino Unido. Basta ver el respeto con que le trata un cardo como Paul Weller, en la entrevista incluida en el vídeo Live at Ronnie Scott's. La BBC produjo lo que es seguramente el mejor documental sobre la trayectoria de Mayfield, Darker than Blue.

Sobre todo, sellos británicos rescataron prácticamente todo lo que hizo Curtis, como intérprete y/o productor. Ya sé que ahora toca deplorar la era del CD pero eso demuestra una lamentable miopía. Aquellos años de vacas gordas permitieron que sellos como Charly, Kent o Sequel llevaran adelante reediciones exhaustivas de la obra de Mayfield, repletas de material y fortalecidas por textos eruditos. Hasta se publicó una antología de versiones de su cancionero, I'm So Proud, que refleja la inmensa influencia de The Impressions en los Wailers y otros grupos vocales jamaicanos de los sesenta.

Urge advertir que esas reediciones ya están fuera de catálogo y su precio se ha multiplicado. Disculpen esta apelación al bolsillo pero todavía es buen momento para sumergirse en su música sin necesidad de romper la hucha. Conviene aprovecharlo: Curtis poseía una de las voces más hermosas de su época, con un asombroso falsete; mostraba imaginación y finura con la guitarra eléctrica. Brilló durante 30 años, tanto en el suntuoso soul de Chicago como en el funk psicodélico; también hizo disco music pero, vaya, ese fue un pecado muy común.

Curtis dejó una obra tan oceánica como la de Prince, un admirador no tan secreto. Un compañero de generación, el gran vocalista Jerry Butler, insiste en que era el Bob Dylan negro. No es mala comparación, si somos capaces de imaginar un Dylan empático y con aspiraciones de materializar el Sueño Americano.

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