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Crítica | El faro de las orcas
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La crueldad y la empatía

Olivares ha logrado mimetizar de manera convincente la mirada del documentalista, pero es en el factor humano del relato donde se hacen más evidentes ciertas debilidades

EL FARO DE LAS ORCAS

Dirección: Gerardo Olivares.

Intérpretes: Maribel Verdú, Joaquín Furriel, Joaquín Rapalini, Ana Celentano.

Género: drama. España, 2016

Duración: 105 minutos.

Un grupo de orcas se desliza hacia la playa para dar expeditiva cuenta de los lobos marinos que se agrupan en la orilla. Contemplan este ritual alimenticio, en principio libre de toda connotación ética, un guardafauna encargado de la preservación de la vida natural de Península Valdés, un niño autista y la madre de éste, que, atenta a la perturbación que la escena causa en el menor, exclama: “¿Cómo ha sido capaz de enseñarnos algo tan cruel?”. Aunque cualquier biólogo arquearía la ceja ante esta inapropiada alusión a la crueldad, lo cierto es que el lenguaje dominante del documental naturalista ha invertido esfuerzos constantes para matizar e incluso neutralizar las aristas de una naturaleza regida por el imperativo de supervivencia y no por la dinámica del sentimiento. En su serie de documentales True-Life Adventures, Disney aplicaba una locución que lograba, por otros medios, el mismo efecto que su poética animada: antropomorfizar, barnizar de humanismo la observación de la vida salvaje. De ese mismo impulso deriva la larga tradición de películas que se detienen en el vínculo empático entre lo animal y lo humano para articular eficaces relatos de aprendizaje: El manantial (1946), de Clarence Brown, Fiel amigo (1957), de Robert Stevenson, Crin blanca (1953), de Albert Lamorisse, War Horse (2011), de Steven Spielberg… El faro de las orcas de Gerardo Olivares se coloca claramente en su línea sucesoria, partiendo del libro Agustín, corazón abierto, escrito por el propio Roberto Bubas, personaje real detrás de la figura del protagonista, encarnado por Joaquín Furriel.

A pesar de que las secuencias en que los actores interactúan con las orcas han requerido del virtuoso empleo de animatronics y ajustes digitales, Olivares ha logrado mimetizar de manera convincente la mirada del documentalista. Es en el factor humano del relato donde se hacen más evidentes ciertas debilidades: la historia de amor entre Buba y Lola (Maribel Verdú) cae en clichés expresivos –el momento de las estrellas, el monólogo de Buba ante la ventana- y frases afectadas –“Me dejé invadir por la tristeza"-. La película logra conciliar sus dos registros en su muy bien orquestado, revelador desenlace.

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