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TRIBUNA LIBRE

Vanguardistas de taberna

La 'Máquina de trovar' de Machado es también un ejemplo político que baraja las diferencias entre la comunidad y el individuo

La nota aparece en un libelo de 1939. José Janés, Benjamín Jarnés y Eduardo de Ontañón visitan a Antonio Machado en Barcelona para pedirle por Félix Ros, falangista, detenido en la Cheka Psicotécnica de Vallmajor. Machado responde: “Bien, pero, ¿no se trata de un redomado fascista?, ¡igual lo liberan y acaba metiéndonos en la cárcel a los anti-fascistas! ¿Qué se han creído ustedes?”. Ante Janés se derrumba la imagen sempiterna de hombre bueno que perseguía a Machado. Jarnés le responde: “En vez de Machado, ha conocido usted a aquel pelmazo de Mairena”. En efecto, los artículos Desde el mirador de la guerra se publicaban en La Vanguardia durante 1939 dando un perfil militante, crítico y comprometido a sus autores, unas veces Antonio Machado, otras Juan de Mairena. La mandanga de la tercera España me sonó siempre a comodín del presente, equidistancia confortable. Manuel Chaves Nogales, por ejemplo, no deja de ser republicano aún siendo un agudo crítico con la República, lo demás es mera manipulación memorialista. Chaves Nogales siempre buscó una entrevista con Mairena. Le interesaban, nos interesan, esas voces singulares, las de Machado, también las de Mairena.

Antonio Machado en el café de las Salesas de Madrid, en 1933.
Antonio Machado en el café de las Salesas de Madrid, en 1933.

Coplas mecánicas es un texto que ve la luz en el Cancionero apócrifo de la mano de Antonio Machado y Juan de Mairena, en 1928. Constituye una suerte de presentación en sociedad del maestro de retórica bajo el título de La metafísica de Juan de Mairena. También aparece el joven Jorge Meneses, inventor de la máquina de hacer versos. Machado se enfrenta aquí con Mallarmé y su texto límite, Un Coup de Dés, una tirada de dados, consciente como es de que ahí comienza el espacio de la poiesis moderna, los nuevos modos de hacer. Hay una barrera y en algún punto Machado no puede asimilar el poema de Mallarmé. Entonces acude a Mairena y Mairena le cambia la pregunta. No hay melancolía. No es una pregunta por el futuro de la poesía sino por su presente. Es el mundo, el mundo mediado por la técnica que así funciona.

Su parodia de las vanguardias —la máquina funciona a imitación de las Parole en libertá futuristas o de las instrucciones dadaístas de Tristan Tzara para construir un poema— acaba siendo comparada con el hacer popular, un grupo de aficionados al cante hondo, andaluces, borrachos, construyen una copla, sumando letras, falsetas y melismas. En efecto, el funcionamiento de la máquina de trovar procede del prólogo que hizo, seguramente, Luis Montoto a las letras del Primer cancionero de coplas flamencas de Manuel Balmaseda, subalterno, limpiador de vagones de tren, analfabeto y poeta del lumpen proletariado. Balmaseda sabe esas coplas, es propiamente su autor, el que amplía su legado, muy lejos ya del sentido bíblico de la creación ex nihilo. Un nombre, un nombre común, un nombre para lo común.

Su parodia de las vanguardias acaba siendo comparada con el hacer popular, un grupo de aficionados al cante hondo, andaluces, borrachos, construyen una copla, sumando letras, falsetas y melismas

El campo que abre esta comparación entre la vieja máquina vanguardista y la invención de la tradición popular no está suficientemente explorado. No sólo reclama una relectura de los legados experimentales de las vanguardias y de las finiseculares tradiciones populares, emparentándolos; en la época del triunfo del capitalismo digital total, la cuestión del “hacer” es fundamental y no puede seguir asignada al nombre propio. La expropiación de nuestro trabajo, el General intellec descrito por Marx, eso que pervierte y acumula la especulación capitalista, tiene un profundo sentido comunitario y, precisamente, el disfrute común de las riquezas, nuestro derecho a la vida, a la buena vida, esta ligado a la comunidad, a la pertenencia social y sus excedentes.

Pero, como en el caso de Mallarmé, la Máquina de Meneses es también un proyecto contra la obra de arte total wagneriana. Asimilar el funcionamiento mecánico a la reunión tabernaria, los pecios y fragmentos de la cultura lumpen tienen esa función. No es la épica del proletariado, el trabajo de la fábrica, el Leviatán del gobierno, sino el café cantante, el ateneo obrero, la peluquería, es ahí donde se distribuyen las capacidades, las riquezas, los cuidados, los saberes y los deberes. Es importante entender la cualidad de estos espacios, pequeños gimnasios, nada de estadios olímpicos.

La copla resultante puede resultarnos cursi o anacrónica: Dicen que el hombre no es hombre/ mientras no oye su nombre/ de labios de una mujer./ Puede ser. En realidad, la canción no hace sino recorrer las paradojas identitarias de género, raza, clase, saber o nación que obsesionaban a Mairena. Y a Machado. Precisamente, esa política de los nombres que analizará Derrida —también Machado lo había aprendido en Nietzsche—. Por eso nacen Abel Martín y el resto de los heterónimos. No hay un Machado. A la vez que denuncia el barroco y el conceptismo hace una poesía paradójica y conceptual. La nueva sentimentalidad es una posibilidad más, melancólica y provinciana. Machado se agarrará a esa voz, sí, pero Machado también son los otros: Martín, Mairena, Meneses. Por eso la Máquina de trovar es también un ejemplo político que baraja las diferencias entre la comunidad y el individuo, entrelaza determinantemente las relaciones entre la sociedad y la persona. No hay escisión alguna, solo agencia y relaciones necesarias. En la Máquina de trovar, como en la cadena de ADN, no existe yo sin nosotros.

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