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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Columna
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Papitu en Nuncajamás

‘La desaparició de Wendy’ es su obra más libre, radicalmente moderna, triste y loca

Marcos Ordóñez

Tres reposiciones de Papitu Benet (a Benet i Jornet todo el mundo le llama Papitu) han pasado por la cartelera barcelonesa: L’habitació del nen, su pesadilla cuántica, que recaló en el Almería; Revolta de bruixes, su batalla de reinas, en el Espai Lliure, y La desaparició de Wendy, en la nueva Sala Beckett. De las tres, la tercera es la que más me llega al alma. Cuando Papitu estrenó Berenàveu a les fosques (traduzco: Merendábais a oscuras, gran título) en 1973, los listillos dijeron que basta de realismo y que aquello estaba más pasado que el jotero. Entonces escribió La desaparició de Wendy, su obra más libre, más radicalmente moderna, más triste y más loca, que la ve Syberberg y le pone piso, y no la quiso ni el tato. Diez años durmió en el cajón la pobre Wendy. Jaume Villanueva la sacó al fin a bailar en la Villarroel, en el 85, con Loles León y Martí Galindo, y luego en el Círculo de Bellas Artes, pero no le salieron más novios hasta hoy. Se hizo bastante, me dicen, en teatro amateur, que viene de amantes. En aquellas aguas, que mezclaban el chorro de la Font del Gat, las lisérgicas de Tintes Iberia y el veneno de los mixtos Garibaldi, chapoteaban también Joan Ollé (Set i mig) y la galáctica poesía de Sisa: hermanos de sangre.

La desaparició de Wendy es una macedonia lírica (o liricojónica, que diría Terenci) salpimentada de humor astringente. Oriol Broggi, que ya hizo suyos los aventis de Marsé (Adiós, infancia, adiós), le ha echado a la función nuevos condimentos: Cohen (Bird on a Wire), Estellés vía Ovidi (Coral romput), All of me en rumba. El protagonista del oscuro Amarcord de Papitu es un niño que no quiere crecer, fusión de Peter Pan y Cenicienta. O Ceniciento, como Jerry Lewis. Ha de darse prisa: a las doce se cierra la infancia. Un niño febril y ególatra, con un bigote postizo pegado al morro. “Irradio luz. Y los otros existen a través de mi reflejo”, dice el angelito. Ese crío gasta maneras de escritor, te lo digo yo. Cualquier silla se le vuelve trono, y en su teatro de juguete hay personajes de cartón rellenos de carne y sangre. Una madre muerta y una madrastra que se le parece mucho. Un padre enfermo que pega el salto los viernes. Una abuela totémica. Una hermanastra que va por libre y tiene mucho peligro. El gran Winnetou, recluido en la reserva de Verdún, ansiando un piso del Primer Plan de Desarrollo. Y el ratón Gus y el ratón Jack, que le dan conversación en el cuarto oscuro donde reina el espectro de la Monja de las Llagas.

Del estupendo reparto recuerdo ahora la mirada insomne de Xavier Ripoll, la potencia sensual de Diana Gómez como Wendy, y el inquietante maestro de ceremonias que Joan Anguera interpreta como el tío judío de David Lynch. Y la mágica, certera despedida, que traduzco a mi manera: “Y así fue como te perdiste, mar adentro, y cuando bajó el telón, como hace ahora, cayó a tu espalda”. Qué bien te explicas, Papitu, puñetero. Y hablando de reposiciones: ¿cuántos años hace que no se repone la sensacional Desig?

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