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ARTE

Exorcismos culturales

La muestra 'Picasso románico' en el Museo Nacional de Arte de Cataluña es la más interesante de las dedicadas al artista en los últimos años

'Buste d'homme', de Pablo Picasso
'Buste d'homme', de Pablo Picasso

La exposición más interesante de Picasso realizada durante estos últimos años se puede ver ahora en Barcelona y llena las principales salas del MNAC con prácticamente muy poco: algunos documentos, óleos, cerámicas, esculturas, dibujos y las relaciones que se producen entre ellos. Picasso románico está hábil e impecablemente encajada en medio de esculturas y ábsides románicos, y eleva el arte religioso a una escala ambiciosa de modernidad, como corresponde a todo lo que se topa con el genio. Se trata, pues, de un acto de exorcismo cultural que nos obliga a ir más allá del habitual amontonamiento de ismos. Lo que veremos a lo largo del recorrido no es aquello que la cronología nos exige, sino la preexistencia de soluciones plásticas en el arte románico reflejadas en un inagotable manantial de ansiedad: Picasso.

Las 40 obras seleccionadas provienen de los fondos del Museo Picasso de París y giran en torno a dos fechas que marcan la relación del artista con el arte medieval: 1906, cuando el pintor se instala en el pueblo pirenaico de Gósol coincidiendo con las campañas del descubrimiento y salvaguarda del románico catalán impulsadas por la Junta de Museos de Barcelona; y 1934, año en que Picasso visita la colección del Museo de Arte de Cataluña para supervisar una muestra con 22 obras suyas compradas al coleccionista Lluís Plandiura. “El arte románico es una lección inapreciable para los modernos”, declaró antes de abandonar territorio español para no volver nunca más. Desde entonces y hasta su muerte, Picasso fue atesorando las pruebas de esa relación: Busto de hombre (estudio para Les demoiselles d’Avignon), Rostro-máscara de Josep Fontdevila y Fernande con mantilla blanca se exhiben junto a la virgen de Gósol, que a principios del siglo XX se encontraba en su emplazamiento original y que el propio Picasso pudo ver en su estancia pirenaica. Los frescos de Santa María de Taüll conviven con variedades de la crucifixión, La mujer del estilete o los dibujos que Picasso dijo haber creado bajo la influencia del Retablo de Isenheim, de Matthias Grünewald. En la última sala, la calavera del mural de Sant Pere de Sorpe (maestro anónimo del siglo XII) habla hueso a hueso con una vanitas (sin duda una reflexión sobre las guerras), de 1946, cabezas de animales y máscaras.

Dicho de paso. Cuando el director de una pinacoteca como el MNAC afirma que quiere abrir las colecciones al arte moderno y contemporáneo, debe de referirse a esto mismo, y no a colocar un pantocrátor o el cráneo de un carnero en un diorama como si fueran bisontes.

Picasso románico. MNAC. Barcelona. Hasta el 26 de febrero de 2017.

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