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ARTE

Objetos del desasosiego

La subversión de Rauschenberg regresa a la Tate Modern de Londres en su primera gran retrospectiva desde hace más de 20 años

Estrella de Diego
'Retroactiva' (1964), de Rauschenberg.
'Retroactiva' (1964), de Rauschenberg.Rauschenberg Foundation

"Un día, Ad Reinhardt me comentó algo que tomé por un cumplido hasta que terminó la frase. Dijo: ‘He visto tu exposición. Son unas obras muy buenas’. Le contesté: ‘Gracias’. Y respondió: ‘Sí, una pena. Imagino que es inevitable mejorar de día en día’. No podía estar más de acuerdo con él”.

De este modo se expresaba Robert Rauschenberg a finales de 1965 en una entrevista. Con 40 años, el bello, fascinante y audaz Mr. Outside —como le llamaba Ken Russell en 1987 desde las páginas de The New York Times en contraposición a Mr. Inside, Jasper ­Johns, su pareja tanto tiempo camuflada— seguía temblando ante la posibilidad de mejorar de día en día. O, lo que es igual, de alambicarse y ser sólo estilo. De repetirse, en suma.

No en vano, nada más ganar el tan prestigioso premio en la Bienal de Venecia de 1964 con los óleos serigrafiados, justo tras acabar la rueda de prensa, salió corriendo para telefonear a su estudio en Nueva York. Fue taxativo con el ayudante: tenía que destruir todas las serigrafías. Era su antídoto contra la repetición. Por esos mismos años, el crítico Harold Rosenberg codificaba el término anxious objects, objetos del desasosiego que planteaban a los espectadores una cuestión, en el fondo perseguida y reiterada desde Duchamp, la pregunta incómoda frente al arte moderno: pero ¿es esto arte?

'El pelícano' (1963)
'El pelícano' (1963)Rauschenberg Foundation

Muchos se la hicieron en 1958, seguro, ante la temprana escultura de las botellas de Coca-Cola de Rauschenberg. Hasta se diría que resuena incluso aún hoy, a destiempo, en las salas del MOCA, con un desparpajo y un ­desenfado inauditos después de medio siglo largo. Reverbera a pesar de los numerosos artistas que desde 1958 han vuelto la mirada hacia Rauschenberg en busca de cuestionamientos y guiños radicales, pues, frente a la popularidad infinita de Warhol, Robert Rauschenberg no es un artista de masas, sino un artista de artistas, quizá porque en cada gesto se camufla preciso tras las apariencias. Ese es su territorio: ahí es imbatible. Enmarcadas por una caja de madera, las botellas de 1958 despliegan unas alas a los costados que rompen el hechizo de la gran pintura e ironizan sobre las pasiones inconscientes del expresionismo abstracto, a las cuales apelan los churretones de pintura sobre la superficie de los objetos industriales. Apenas dos años más tarde, Rauschenberg lleva el malen­tendido un paso más allá: coloca una silla delante del plano pictórico y algunas pinceladas que salen de la pared la atravesaban. Para rematar la operación irónica, la llama Peregrino: si el peregrino cansado llegara a sentarse, se mancharía de pintura.

'Monograma' (1955)
'Monograma' (1955)Rauschenberg Foundation

El camino recorrido por el artista había sido consistente desde 1952. En la mítica reunión del Black Mountain College de los chicos disidentes del abstraccionismo —John Cage, con sus propuestas de la música como silencio, y Merce Cunningham, inventor de la danza sin pasos—, Rauschenberg había presentado sus lienzos All White, retando las superficies al uso. El bailarín y coreógrafo Cunningham será desde entonces su cómplice: juntos harán escenografías memorables, y el bailarín y su modo de revolucionar la danza —“si empiezo por un paso…”, dice— inspirarán la pieza Pelícano que Rauschenberg mismo representa en 1965.

Serán las subversiones que cultiva hasta su muerte en 2008: bajo la apariencia del expresionismo abstracto —grandes formatos, pinceladas enfáticas— de sus obras se esconde cierta esencia irónica. Son los collages que recuperan detritus del sur de Manhattan —cómics, trozos de tela, dibujos, propaganda política…—, las imágenes que mezclan iconos de la alta y baja cultura —de Rubens a Kennedy—, recortes de la imaginación que a cada paso retan el aplomo de los espectadores. El gran seductor regresa ahora a la Tate Modern en su primera gran retrospectiva desde hace 20 años. Será un maravilloso regalo, la ironía y la subversión en estado puro de este artista a quien no gustaba mejorar de día en día para no alambicarse. Ni repetirse.

Robert Rauschenberg. Tate Modern. Londres. Hasta el 2 de abril de 2017.

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